Josu de Miguel | Profesor de Derecho Constitucional
“El concierto inyecta al País Vasco una cantidad de dinero injusta”
Fidel Villegas | Profesor de Literatura
Al final de la entrevista, en la redacción de Diario de Sevilla, un compañero se me acerca: “¿Le has hecho un ‘Rastro de la Fama’ a Fidel? Yo fui su alumno y guardo un buen recuerdo”. Criando en el barrio de la Feria, donde sus padres tenían la confitería La Gloria, Fidel Villegas (Sevilla, 1956), se formó en los Escolapios, el Instituto San Isidoro y la Universidad de Sevilla, donde se licenció en Historia. Miembro numerario del Opus Dei, empezó a dar clases de literatura en el colegio Tabladilla, pero pronto se pasó a Altair, “más afín a mi estilo”. Solo hay que estar unos minutos con él para darse cuenta de que es un hombre que rebosa bonhomía y amor por la literatura, algo que consiguió transmitir a sus alumnos durante décadas. El secreto no fue otro que el contacto directo con los textos y el respeto y confianza en los jóvenes. Fidel Villegas fue el que creó el caldo de cultivo para el surgimiento del grupo poético Númenor, que forma parte ya de la historia de la literatura andaluza. Aún hoy sigue al frente de sus Cuadernos de Poesía, de los que acaba de salir su número XXXVI.
Pregunta.–El otro día vi una película argentina muy mala sobre un profesor de literatura. Al menos tenía la virtud de plantear para qué sirve la literatura. Dígame, ¿para qué sirve?
Respuesta.–No sé qué decirle... para nada... depende de lo que entendamos por servir. Es verdad que gracias a la literatura las personas se rozan con algo importante: la belleza. La literatura nos da acceso a un mundo que está más allá de lo material y visible. Es un transporte a otro lugar donde te reconoces. A mí no me interesa la literatura como un adorno, sino como aquello que llega a la fibra de la persona. Si no lo consigue, no ha cumplido su misión. Por eso, sin lectores no hay literatura.
P.–Quizás una de las carencias de la enseñanza de la literatura en la ESO y el Bachillerato es que se sigue acudiendo poco a la lectura directa de los textos.
R.–No hay otra manera de enseñar literatura. La historia y el contexto están muy bien, pero el texto es fundamental. Es importante que el profesor lea con los alumnos para, juntos, dirigirse a un lugar desconocido.
P.–Todos tenemos nuestros trucos. ¿Cuáles eran sus textos-trucos para desasnar las mentes de sus alumnos?
R.–Poemas de poetas actuales mezclados con clásicos como Bécquer o Machado... Juan Ramón menos.
P.–¿Por qué menos Juan Ramón?
R.–Porque a mí me resulta más distante. Es muy importante que el profesor transmita de acuerdo con lo que él es, con sus gustos. Nunca he ocultado lo que a mí me interesa y a mis alumnos les he insistido en los escritores que más me han llegado. De otra manera no hay una clase viva y los alumnos se dan cuenta de eso enseguida.
P.–Estaba hablando de su particular canon.
R.–Siempre leíamos a Garcilaso. Sus poemas eran de los que a los alumnos les gustaba aprenderse de memoria: la Égogla I (Divina Elisa, pues agora el cielo con inmortales pies pisas y mides...) o su Soneto XXIII (En tanto que de rosa y azucena/ se muestra la color en vuestro gesto)... Es impresionante ver a una clase entera recitando este poema.
P.–¿Y de los contemporáneos?
R.–Los que eran amigos míos, como Carmelo Guillén, con el que yo había coincidido en la Facultad. También Miguel d’Ors. Este poeta les llegaba mucho, porque se daban cuenta de que la poesía puede ser algo absolutamente entreverado con la vida cotidiana. Esa era la clave para que empezaran a escribir.
P.–Y el amor... eso siempre acerca mucho a la poesía a los adolescentes.
R.–Me acuerdo de un poema de Abel Feu (los Cuadernos de Poesía de Númenor empezaron con un libro suyo): “Desde que te conozco como más”. Nada de tristeza ni melancolía, sino unas ganas tremendas de vivir gracias al amor. Yo siempre intenté hacerles llegar a mis alumnos textos exaltantes, vitales. Poemas que les animasen a vivir, a ver las cosas concretas... Como ese poema de Miguel d’Ors en el que habla de las manos de su amada, manos que huelen a cebolla porque está cocinando, sus estornudos... Escribe de su mujer y de la vida cotidiana doméstica, pero con exaltación. Es maravilloso.
P.–Desde hace años está de moda el rap, que tiene algunas pretensiones poéticas. Dinosaurios como yo lo ven algo ripioso... ¿y usted?
R.–No conozco bien el rap, pero sí en mi última etapa tenía alumnos a los que les gustaba. Me enseñaban sus letras y yo les animaba a que siguiesen. Lo que no sé es si el rap es una vía de acceso a otro arte más permanente y universal. No lo sé.
P.–Siempre que leo entrevistas a escritores jóvenes y no tan jóvenes observo que en sus listas de autores fundamentales apenas hay escritores de la tradición hispánica. Mucho anglosajón o japonés, pero pocos hispanos. ¿Estamos abandonando nuestra tradición?
R.–Eso tiene mucho que ver con los planes de educación. Si no se estudian bien nuestros clásicos... Los profesores creen que los alumnos son torpes, que no pueden entender a Sófocles... Yo siempre leí junto a a mis alumnos Antígona, de pe a pa; El caballero de Olmedo, de Lope; La dama del alba, de Casona, el episodio nacional Zaragoza, de Galdós... Lo que no se puede hacer es decir: “Dentro de una semana hago un examen de La vida es sueño, leanselo”.
P.–¿Hay que leer en esos años el Quijote?
R.–Yo hacía a mis alumnos que un día trajesen al aula el Quijote que había en su casa. Y les leía el capítulo primero sin interrupciones. Es mangífico. Evidentemente, es muy difícil que se lo leyesen entero, pero les hacía que se fijaran en varios capítulos. Le dedicaba unos diez o doce días al Quijote. También les hacía mucho hincapié en el capítulo en el que Don Quijote es derrotado en la playa de Barcelona. Especialmente en las palabras que le dice al Caballero de la Blanca Luna. El Quijote es un libro imprescindible. Es una maldad no acercar a los estudiantes al Quijote, o dejarlos solos frente a él. No pasan de la primera página.
P.–¿Qué le parece la traslación del Quijote al español moderno que ha hecho Andrés Trapiello?
R.–Yo he hecho por encargo algo parecido con unas cartas de San Juan de Ávila, un escritor de una gran categoría, y con textos de Fray Luis de Granada. A mí no me parece mal, siempre que se haga con mucho respeto. Yo no me atrevería a hacerlo con el Quijote. No he leído el de Trapiello, pero me cuentan que él está muy satisfecho. Aunque, insisto, el problema está en la escuela. Nos dan miedo los alumnos. Pero hay que estar convencidos de la verdad que hay en el Quijote. Si piensas que es una antigualla...
P.–Es curioso, porque usted es fundador del grupo poético Númenor sin ser poeta.
R.–Aquello surgió con las clases. A principios de los ochenta, un grupo de alumnos con los que leía poesía se acercaron y me propusieron que hiciésemos una revista. Empezamos siendo una publicación fotocopiada, página por página, con grapa. Ese curso hicimos tres números. Muchos de mis amigos poetas empezaron a involucrarse: Fernando Ortiz, José Julio Cabanillas, Carlos Pujol... Fue un acierto poner a gente que estaba empezando junto a otros ya consagrados. Organizábamos lecturas o íbamos a otras, como las de Carmelo Guillén en la Universidad.
P.–Se sentirá especialmente satisfecho de esa labor. Hoy Númenor es parte de la historia de la literatura andaluza.
R.–Fernando Ortiz ayudó mucho. Fue muy generoso y siempre mostró gran confianza en los miembros de Númenor: Jesús Beades, Pablo Moreno, Joaquín Moreno, Alejandro Martín, Paco Gallardo, Rocío Arana...
P.–Siempre está el tema de la confesionalidad de Númenor, de si es o no un grupo católico.
R.–Se ha simplificado mucho y se ha querido ver a Númenor como un grupo creado por mí para dar voz al pensamiento católico y a la Iglesia... La realidad es muy distinta.
P.–¿Y cuál es la realidad?
R.–Los autores de los que he hablado antes eran gentes con una formación cristiana sin complejos. Gente muy de su barrio y metida en los sitios, que iba a misa y no se le caían los anillos. Ellos eran conscientes de que en las cosas más corrientes había una belleza, y por tanto estaba Dios. Eso lo vivían de una manera muy normal. No hacían una poesía devocional, de Semana Santa... Su trasfondo cristiano era evidente, pero se manifestaba de distintas formas. Tampoco eran poetas confesionales, pero sí tenían una cosmovisión cristiana. Tenga en cuenta que en la antropología cristiana hay una serie de verdades que son poderosísimamente poéticas. Lo que pasa es que no se ven como tal. Cuando un católico reza el credo y dice que cree en la “resurrección de la carne” no se da cuenta de la potencia poética de esto. Ahora se podría hacer un estudio de cómo muchos poetas que no tienen nada que ver con Númenor están tratando el tema de la resurrección.
P.–Númenor tiene también sus santos laicos tutelares, como Tolkien. Explíqueme esa fascinación.
R.–Cuando nació Númenor Tolkien se estaba empezando a traducir al español. Desde luego, todavía no se habían hecho películas como El Señor de los Anillos. Pero esos jóvenes poetas lo leían con fruición y cuando estaban buscando un nombre para la revista salió Númenor. Númenor es el reino bendecido que ha sido devastado por el mal. El lugar al que los Elfos quieren volver.
P.–Difícil de casar con la tradición realista española.
R.–A mí Tolkien me parece absolutamente realista. Desde que lo leí empecé a ver la naturaleza de otra forma: viva, creciendo. Antes, sabía que la naturaleza estaba ahí, pero no percibía la individualidad de los árboles, los pájaros, las hojas, los cerros... A los poetas de Númenor también les influyó mucho George Steiner, sobre todo un texto: La fuerza de las grandes obras cambia nuestras vidas.
P.–Otro santo titular es Chesterton.
R.–Yo leí a Chesterton desde muy joven, cuando apenas estaba traducido, en las ediciones de Austral y Plaza y Janés. Chesterton nos enseña que la realidad está llena de misterios. Si usted abre esa puerta se puede encontrar cualquier cosa. También la capacidad de asombro y el disfrute de la cerveza, la comida... Una taberna es lo mejor del mundo.
P.–En general se observa una fascinación por la literatura católica inglesa.
R.–Si tiras de ese hilo llegas hasta Newman. También es importante un poeta muy difícil, Hopkins, que es muy interesante cuando consigues acceder a él. Pero también hay muchas influencias españolas: Miguel d’Ors, Victor Botas, José Julio Cabanillas... Y muchos hispanoamericanos: Eliseo Diego, etcétera.
P.–Ahora que está jubilado, ¿a qué se dedica?
R.–Lo tenía todo preparado para irme a ayudar a un colegio en una zona marginal del Perú, pero la pandemia lo paró todo. En mi labor de editor he seguido con los Cuadernos de Poesía. El último que hemos publicado, el número XXXVI, es Un enigma ante tus ojos, de Marcela Duque, una chica colombiana que fue Premio Adonáis. Ahora, con la Fundación Altair acabamos de editar A mis hijos (recuerdos de los días pasados), del escritor ruso Pável Florenski.
P.–Un hombre francamente interesante: sacerdote ortodoxo, filósofo, matemático, escritor. Vivió un calvario con la Revolución Soviética y murió ejecutado por el régimen comunista.
R.–Es uno de los grandes de la literatura. La traducción es directa del ruso.
P.–¿Y algo más?
R.–Me dedico mucho a la carpintería. Creo que esa afición me viene de mi abuelo.
P.–¿Era carpintero?
R.–No, era tabernero, de Santander. Vino a Sevilla con nueve años en mulo, desde la Montaña. Montó un negocio en la calle Feria que fue muy famoso, el bar La Alhambra. Tenía un almacén donde guardaba sus herramientas y le gustaba hacer cosas. A mí me divertía ir con él.
P.–¿Qué está leyendo actualmente?
R.–Un libro de Erik Varden, obispo cisterciense católico noruego. Me está resultando increíble. Me interesa porque hace una explicación sobre el hombre apoyándose en muchos textos literarios. Es impresionante el análisis que hace de la Mujer de Lot, esa última mirada que todos queremos echar a lo que es nuestro. También estoy con el ensayo de Enrique García-Máiquez, Ejecutoria. Una hidalguía del espíritu. Además, leo muchos inéditos de gente que me los manda antes de publicarlos: Jesús Cotta, Cabanillas...
P.–Es curioso, usted nunca ha escrito.
R.–No, más allá de algunas épocas de mi vida en las que he llevado un diario... Me hubiera gustado escribir...
P.–Está a tiempo todavía. Serían muy interesantes unas memorias suyas, con reflexiones sobre todo lo que hemos hablado.
R.–Lo he pensado, pero no sé si tengo paciencia para eso.
P.–¿Alguna última voluntad en esta entrevista?
R.–Solo decir que Altair ha sido la clave de mi vida. En general, hoy veo un desaliento entre los profesores frente a los alumnos. Creo que ese desaliento es muy malo. Un profesor debe tener confianza en la naturaleza humana y en la capacidad de sus alumnos. La generación digital llegará más lejos que la anterior. A los jóvenes hay que ayudarles a que asimilen e incorporen a su estilo nuestra tradición. Lo que no podemos es darles con nuestra tradición en la cabeza.
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