Daniel Cruz Camúñez | Librero

“Hay que hacer de Sevilla la ciudad del libro”

  • Desde hace una década, la librería Boteros es un oasis para los lectores de la ciudad, un lugar no sólo para comprar libros de lance, sino también para la tertulia y, si se tercia, tomar una copa de vino

Daniel Cruz, en la librería Boteros.

Daniel Cruz, en la librería Boteros. / Juan Carlos Vázquez

En medio de la charla se cuela una cliente italiana, librera en Roma. “Este lugar tiene alma”, dice. No hay mejor manera de definir a la librería Boteros, el negocio que Daniel Cruz abrió hace una década en la calle homónima y que se ha convertido en uno de los oasis de la cultura sevillana, un lugar no sólo para comprar libros antiguos, descatalogados o de ocasión, sino también para la chispeante tertulia en sus cómodos sillones de cuero. Incluso, si un ángel pasa, Daniel Cruz  (Barcelona, 1973) abre el grifo de una pequeña bota e invita a una copa de vino generoso. Antes que librero, Daniel Cruz fue camarero, oficio en el que aprendió cómo tratar a los clientes, siempre con esa mezcla de amistad y distancia que es necesaria. Licenciado en Filosofía y máster en Gestión Cultural, es también un apasionado del cine. Incluso, llegó a dirigir algún cortometraje y ejerció de crítico en este periódico. Hombre sumamente educado y amable, Daniel Cruz no esconde sus inquietudes espirituales. Lector de Santayana, Guénon, Juan Ramón o Fray Marcos concibe la vida como un camino, una búsqueda en la que no se cierra a lo trascendente.

–¿Y esa pequeña bota de vino?

–Cuando abrí la librería, quise hacer un guiño al nombre de la calle: Boteros. Al fin y al cabo esta era una zona de gremios muy vinculados al vino: boteros, odreros... Yo he trabajado mucho en la hostelería y mi padre tenía esta pequeña barrica en su bar. También quería subrayar la vinculación entre el mundo del libro y el vino. ¿Le apetece una copa?

–Por supuesto.

–La bota la voy rellenando poco a poco, mezclando distintos vinos generosos: olorosos, pedro jiménez...

–Alquimia a la jerezana.

–Exacto. Cuando se monta una buena tertulia nos tomamos una copa. También cuando hay algo que celebrar relacionado con el negocio: una buena compra o una buena venta. Eso sí, siempre que el ambiente y las vibraciones sean positivas. Tampoco se trata de ofrecer el vino sin ton ni son.

–Boteros, que ya tiene diez años, se ha convertido en una librería muy especial. Con una selección de libros muy meditada y un ambiente agradable. Es digna de un reportaje de AD.

–La librería es el resultado de como soy yo, ni más ni menos. Este negocio se ha creado a base de escucharme a mí, a los amigos, al barrio. Fue mágico poder encontrar este sitio de la calle Boteros, la antigua sastrería del padre del poeta Pepe Serrallé.

–Lo mejor es este rincón donde estamos sentados. Además de la bota de vino, un buen sillón orejero de cuero viejo y un chester que parece sacado de una novela de Sherlock Holmes.

–Está pensado para los amigos y parroquianos que acaban convirtiéndose en amigos. Es un lugar para compartir y disfrutar del momento. Yo entiendo el negocio de esta manera. En los tiempos que corren, las librerías tienen sentido si creas un espacio de este tipo, un lugar en el que entrar sea una experiencia, compres o no. Eso sí, intento que la cosa no se vaya de madre.

La palabra tertulia suena a algo del pasado, pero hay que reivindicarla y fomentarla”

–Las buenas librerías, como las boticas o las barberías, siempre fueron lugares de tertulia. Pero sólo algunas librerías mantienen esta tradición.

–Son los tiempos que corren. Vivimos en una época en la que es difícil pararse un rato a charlar tranquilamente. Las nuevas generaciones no saben que esto es un disfrute. La palabra tertulia suena a algo del pasado, pero hay que reivindicarla y fomentarla. Aunque no de una forma nostálgica...

–...O de forma nostálgica, qué más da.

–No me gusta la nostalgia. Yo reivindico el libro como un nuevo humanismo que es continuidad del que nació con la modernidad. No quiero vincular el libro a algo elegíaco, con esa tristeza que se aplica a lo que se pierde... como El mundo de ayer de Stefan Zweig. La cultura del libro hay que reclamarla en todos sus aspectos como algo positivo, porque puede ser un elemento de valor para construir el futuro. No quiero que se entienda todo esto de lo que estamos hablando (la bota de vino, el sillón...) como algo simpático y peculiar, sino como algo que forma parte de la cultura del libro.

–Antes que fraile fue cocinero, o mejor dicho, antes que librero fue camarero.

–Mi padre tenía un bar en mi pueblo, Osuna. Previamente había gestionado el bar del casino de allí, donde había sido botones.

–Lo conozco, una maravilla. Cuando entras dan ganas de conspirar contra Romanones.

–Yo me he criado en los sótanos, en la terraza, en el bar y en la biblioteca del Casino de Osuna. Desde los 7 a los 12 años. Después mi padre montó un bar propio llamado San Agustín. Yo le ayudaba. Cuando acabé la carrera trabajé de camarero, porque era la manera rápida y fácil de ganarme la vida. Intenté hacer la tesis doctoral en Filosofía, pero ya tenía niños... Monté la librería mientras trabajaba en un bar de la calle Zaragoza. Por la mañana era camarero y las tardes se las dedicaba a la librería.

–¿Le enseñó algo ser camarero?

–Gran parte de como yo actúo en la librería lo aprendí en mis años de camarero. Es algo que te curte mucho. El trato con los parroquianos, el saber poner límites, el saber estar, la atención, el servicio. Ser amigo de los clientes pero conociendo muy bien cuál es tu sitio. La barra es la frontera.

–¿Cómo le dio por estudiar Filosofía?

–Me ha costado mucho encontrar mi camino, saber lo que quería hacer en la vida. Antes de Filosofía empecé Física, pero rápidamente me di cuenta de que no era lo mío, no servía. La Filosofía me apasionó precisamente porque me ayudaba en esa búsqueda de la que antes le hablaba. Probé muchas cosas, como el cine. Llegué a tener ínfulas de director y realicé algún cortometraje. Estudié cursos de cine y gracias a Alfonso Crespo trabajé como crítico en Diario de Sevilla durante el Festival. Todavía hoy sigue gustándome mucho y participo en mesas redondas en el cinefórum del Ateneo, La linterna mágica.

Gran parte de cómo yo actúo en la librería lo aprendí en mis años de camarero. Es algo que te curte mucho

–¿Alguna escuela filosófica?

–Hay varias figuras que últimamente estoy siguiendo, fascinado por el talante intelectual y vital que transmiten en sus textos. Me gustan porque ponen el acento en la inevitable necesidad e importancia de reconocer cuál es la posición existencial del ser humano y que este reconocimiento que cada uno y entre todos pueden y deben hacer es un posicionamiento espiritual.

–¿Quiénes son esos personajes?

–George Santayana es uno de ellos. Una de sus fascinantes peculiaridades es que es complicado adscribirlo a una escuela filosófica. Su pensamiento es un trasunto de su forma de vida y de estar en el mundo. Ahí está su riqueza. Tiene un talante de alegre y tranquilo escepticismo. Acepta y considera la realidad como un don y nos advierte de la tendencia del hombre en la historia a caer en la trampa de la actitud y el “pensamiento egotista, causado por una habitual tendencia platonizante e idealista de los sistemas de pensamiento y creencias. Suya es la cita “hemos de abrazar cordialmente el futuro, recordando que pronto será el pasado y tenemos que respetar el pasado recordando que en una ocasión fue todo lo que era humanamente posible”.

–¿Alguien más?

–René Guénon. Desde lo que se conoce como estudios tradicionales, pone el acento en la necesidad de descubrir los fundamentos metafísicos comunes, la esencia común, en las distintas tradiciones espirituales y religiosas. Guénon insiste en que el desconocimiento de estos fundamentos es un síntoma de una civilización occidental “que presenta signos de desequilibrio por su afán de desarrollo puramente material”.

–¿Algún pensador vivo?

–De la mano de mi amigo Antonio Gabriel Ruiz (antiguo profesor de Comunicación en Sevilla que está escribiendo una obra magna sobre estos temas), conocí la figura del dominico y sacerdote Fray Marcos y el trabajo que hace y hacen en el grupo Feadulta.

–¿Un dominico?

–Sí, la labor de Fray Marcos es muy destacable. Antonio Gabriel me recomendó un libro suyo que estoy ahora mismo leyendo ¿Qué nos queda de Dios? En general, soy muy poco disciplinado en mis lecturas. Le recomiendo que lo busque en youtube, allí tiene colgadas muchos de sus seminarios.

–Se ve que la búsqueda espiritual pesa mucho en su vida.

George Santayana es fascinante. Tiene un talante de alegre y tranquilo escepticismo

–Me da pudor decir esto, pero la búsqueda espiritual es muy importante en mi vida. En la carrera daban contenidos muy académicos que a mí me parecían un poco superficiales. Se estudiaba mucho la posmodernidad, pero eso a mí no me llamaba la atención. Cuando hice un máster de Gestión Cultural conocí a Lina Gavira, que fue muy importante para mí. Empecé a leer filosofía hindú y a todos estos personajes que le he comentado. En la librería tenemos un pequeño seminario de estudios espirituales. Nos interesa una espiritualidad con los pies en el suelo y sentido común, sin paranoias.

–¿Y qué papel juega la librería en ese camino?

–Es un pequeño reducto de libertad para ser como soy. No tengo jefes y es un trabajo artesanal. Gestiono mis miedos e incertidumbres. Si tengo que cerrar lo haré, pero lo haré yo.

–Antes habló de su amor por el cine. Desde hace ya unos años hay una especie de subgénero cinematográfico dedicado a las librerías, algunas de estas películas han sido auténticos éxitos: ‘Notting Hill’, ‘Antes del atardecer’, ‘La carta final’, ‘La librería’.

–No me gustan las películas de librerías. Tengo cierto rechazo. No me atraen. Suelen dar una visión romántica y edulcorada de lo que son las librerías y el mundo del libro. En general, me gustan más los libros sobre el libro y la historia de la lectura. El libro es una herramienta cultural que surge en un determinado momento y que configura la conciencia de la humanidad. Ese efecto me resulta sumamente interesante.

–Pero esas películas de las que le hablaba pueden atraer a gente joven a la lectura.

–Sí, pero si quieres reivindicar el mundo del libro hazlo desde un humanismo profundo, no hablando de la librería como un universo maravilloso. Eso me chirría.

–Es cierto que el libro también es una estética: los lomos gastados, el papel amarillento, las tipografías... Aunque suene un tanto frívolo, no hay nada más decorativo que un libro.

–Yo soy un apasionado del libro como objeto, pero sin romanticismo. Falta convertir esas películas de las que usted habla en tres dimensiones, que el espectador entre verdaderamente en la pantalla y disfrute de una librería, porque lo que estamos viendo ahora es la falta de costumbre de acudir a las librerías. Las nuevas generaciones no saben como funciona algo tan simple como entrar, ver y comprar. Eso es fuerte.

–¿No entran jóvenes?

–Algunos sí, pero hay muchos a los que no les interesa.

Es cierto que hoy se lee más que nunca, pero la mayoría son chorradas

–Pues se dice que la industria editorial no vive un mal momento.

–Es cierto que hoy se lee más que nunca, pero la mayoría son chorradas. La defensa de la lectura por la lectura no tiene sentido. Lo importante es educar a los jóvenes en la lectura crítica.

–El libro físico goza de buena salud pese a la revolución digital.

–Sí, pero tarde o temprano terminará cambiando definitivamente de formato. Las nuevas generaciones van por ahí. Es el sino de los tiempos. Siempre habrá bibliotecas o librerías anticuarias para encontrarnos con el libro en papel. Hay que tener en cuenta que lo importante no es el formato, sino ese conjunto de letras con una forma determinada que está a la disposición de un lector, disfrutar del “viñedo del texto”, como dice Ivan Illich.

–Como secretario de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla, díganos algún problema del gremio.

–Uno muy importante es la presión inmobiliaria sobre los locales del centro. Ahora es importante buscar locales adecuados y generar experiencias para que el negocio vaya bien. Otro es la proliferación de la venta de libros de de ocasión en todas partes: quioscos, aceras, el Jueves... Eso me produce tristeza. Tiran los precios por el suelo, porque ellos no tienen que pagar impuestos, un local, agua, luz... Muchos clientes no compran en las librerías a la espera de encontrar lo que buscan en estos puntos de venta. En el último año he notado una bajada de clientes y venta. En la Asociación estamos al servicio de la ciudad. Cuando nos reunimos con el Ayuntamiento para hablar de la Feria del Libro Antiguo tenemos claro que la cultura del libro hay que defenderla en la calle. No somos simples mercaderes, sino agentes culturales que desarrollamos unas actividades según nuestras posibilidades. Necesitamos ayuda municipal. No sólo dinero, sino dinámicas de gestión, agilidad, que se nos escuche. Hay que hacer de Sevilla la ciudad del libro. Tenemos dos ferias del libro, la biblioteca Colombina y muchas privadas impresionantes, historia literaria... Existen condiciones de sobra.

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