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Francisco González de Canales | Catedrático de Composición Arquitectónica de la US

“Lo que está ocurriendo en la Palmera es sólo el inicio de algo más amplio”

  • Formado entre Sevilla, Barcelona y Harvard, ha sabido compaginar su labor teórica de universitario y estudioso de la arquitectura con el ejercicio práctico de la profesión

Francisco González de Canales, en su despacho de la Escuela de Arquitectura.

Francisco González de Canales, en su despacho de la Escuela de Arquitectura. / Juan Carlos Muñoz

El currículum de Francisco González de Canales (Sevilla, 1976) es de esos que impresionan y dejan claro el salto internacional que ha dado la universidad española en las últimas décadas. Formado brillantemente como arquitecto en las universidades de Sevilla, Barcelona y Harvard, actualmente es catedrático de Composición Arquitectónica de la Escuela Superior de Arquitectura de Sevilla y socio fundador del estudio de arquitectura Canales Lombardero. Como teórico ha dedicado importantes trabajos a las relaciones entre la arquitectura y la política o a grandes figuras de esta disciplina como Rafael Moneo, con quien llegó a trabajar. También fue colaborador de Norman Foster. González de Canales ha sido merecedor de premios como el Build’s Architecture Award 2020 o el COAS Arquitectura y Sociedad 2021, entre muchos otros nacionales e internacionales. Entre sus publicaciones destacan ‘El arquitecto como trabajador’ (2018), ‘Consideraciones sobre la obra de Rafael Moneo’ (2019, editor) y ‘El Manierismo y su ahora (2020)’. Asimismo, se ha atrevido con la poesía, como prueba su obra ‘Aerología’ (2017) que “refleja sentimientos y suturas de su vida entre dos ciudades, en un continuo viaje entre nubes y ausencias”.

–Impresiona su crurrículum. Sobre todo lo del número 1 del máster en Harvard. Imagino que será una universidad muy diferente a la de Sevilla?

–Para empezar, la de Harvard no tiene un grado de arquitectura, sino un postgrado. Además, Harvard, y en general todas las universidades de arquitectura anglosajonas y suizas, son mucho más pequeñas que las nuestras. No exagero si digo que hay cinco veces menos alumnos que en la Escuela de Sevilla, que no es la más grande de España. En Harvard todo el mundo se conoce y la relación con los profesores es muy estrecha. Hay clases magistrales en salones de actos que se llenan, pero los seminarios no superan las doce personas, un número apostólico, porque, como está estudiado, es el máximo número de individuos que se pueden sentar a una mesa y tener una conversación común. Con este número nadie puede quedarse al margen. Además, hay poco profesorado de relleno. La concentración de arquitectos de prestigio es muy elevada, lo que supone una auténtica experiencia para los alumnos.

–En el plano teórico, usted ha trabajado sobre la antiquísima y espinosa relación entre la política y la arquitectura.

–La arquitectura nace por la necesidad del hombre de buscar refugio ante la intemperie. Al principio fue un trabajo colectivo, como aún se observa en algunos pueblos de África. No hay arquitectos, sino es la comunidad la que construye según una tradición que conoce bien. Sin embargo, en cuanto aparece el Estado, la arquitectura empieza a estar directamente relacionada con el poder y aparece la figura del arquitecto. Ya se construyen edificios que perduran debido a su relevancia política. El poder siempre tiene el mito de una subsistencia infinita. Y eso es, precisamente, lo que representa la arquitectura: lo que permanece.

A los fondos de inversión globales no les interesa la ciudad ni la arquitectura que producen

–Bajemos la pelota para hablar de Sevilla. ¿Qué está pasando en La Palmera? En muy poco tiempo hemos visto cosas muy extrañas. De ser un paisaje urbano consolidado ha pasado a estar en peligro de extinción.

–Las cosas extrañas ya estaban sucediendo desde hace unos cuarenta años y ya había edificios que, verdaderamente, distorsionaban el sentido de una avenida con un cierto aire de ciudad jardín a la sevillana. La diferencia ahora es la aceleración de este proceso de destrucción. Quizás antes no existía la presión económica de ahora ni la agresividad que se observa en el mercado. La manera en el que se ha reconstituido el negocio de la arquitectura en los últimos tiempos, sobre todo el que mueve más capital, ha variado mucho la forma tradicional de trabajar. Ya apenas existe el promotor antiguo que estaba especializado en la edificación, muchas veces desde hacía varias generaciones. Ahora la dinámica es muy diferente. Funciona con fondos de inversión globales que no tienen ningún interés en la arquitectura que producen ni por el mismo oficio de la arquitectura. Lo único que les interesa es cumplir con unos plazos que son muy acelerados, lo que ha dado lugar inevitablemente a una arquitectura muy poco premeditada.

–Todo va demasiado rápido.

–Se les pide a los arquitectos que construyan los edificios en el plazo de un año o un año y medio. Por eso nos ha cogido a todos por sorpresa. En el año 2020 empezaron estas operaciones y en el 2022 ya estaban construidas muchas de estas. Jamás habíamos visto nada tan rápido. Antes, este tipo de operaciones requerían mucho tiempo.

–Me temo que hay en juego mucho dinero, con todo lo que eso significa.

–Son oportunidades de inversión para fondos y, por lo que se ve, les está funcionando. Consiguen recuperar sus inversiones en plazos de cinco años, lo que es una auténtica barbaridad en comparación con las inversiones tradicionales, que se recuperaban en plazos mucho más largos.

–El daño está siendo importante.

–Si no se hace nada por moderar esta arquitectura... Lo que está ocurriendo en La Palmera es solo el comienzo de algo mucho más amplio que afecta a toda la ciudad. Y nos ha cogido sin ninguna herramienta para articular la relación que la ciudad debe de tener con estos procesos.

–¿No hay solución?

–No hay visos de que todo esto se vaya a contener. Al contrario. Visto el éxito empresarial de lo que está ocurriendo en La Palmera lo normal es que el problema crezca.

–Algunos son partidarios, incluso, de derribar algunos de los edificios que se han construido últimamente.

–Siendo realmente honestos, es muy difícil. Vivimos en un Estado de Derecho y la realidad es que esta gente ha hecho unas inversiones dentro de un marco que era legal. Revertir esos derechos es muy complicado.

Muchos de los arquitectos con los que me encuentro están preocupados con lo que ocurre en Sevilla

–Las explicaciones, por tanto, se las pedimos a los que han hecho ese marco legal, ¿no?

–Claro, pero yo también entiendo que los que hicieron ese marco legal no preveían estas circunstancias. Estamos hablando de un marco anterior a la crisis económica y a la rapidísima reorganización del sector de la inversión en construcción. Nadie podía preverlo. Ahora, lo que sí podemos hacer es organizar un nuevo marco, pero no sólo para la Palmera, sino para la ciudad en su conjunto.

–Tenemos un ejemplo muy claro en el mamotreto soviético de residencia universitaria que han hecho en la Avenida Ramón Carande, junto al Tenis Betis. Parece de la peor arquitectura totalitaria.

–Tiene ciertos parecidos con la arquitectura soviética, porque esta lo que consiguió fue resolver los problemas de habitación que había en muchas regiones de la URSS, por lo que hubo que diseñar unos procesos industrializados muy potentes, pensados para construir en el mínimo tiempo, con el mínimo dinero y para el máximo número de gente... Ese valor social de dar vivienda a la población más necesitada es ahora utilizado de una manera totalmente egoísta para construir en el mínimo tiempo y conseguir el máximo beneficio económico posible.

–En estas operaciones se percibe un desprecio por la ciudad que resulta desagradable.

–No sé si es desprecio, pero sí desafección. Es una falta de reconocimiento, para estos fondos de inversión la ciudad no existe, queda reducida a un simple dato. No la desprecian, la ignoran. Algunos proyectos se ve que son replicables en cualquier otro lado del mundo. Eso es cómodo, porque la repetición permite ahorrar tiempo.

–Esto convierte al arquitecto en un ingeniero.

–El arquitecto en este sentido es un problema. Este sistema de ingeniería tiene muy poca relación con la arquitectura. Volviendo a los bloques soviéticos, hubo algunas corrientes muy marxistas que abogaban por la desaparición de la figura del arquitecto, al que veían como una persona muy vinculada a los antiguos poderes y su representación. Abogaban por una ingeniería de la vivienda que no tuviera nada que ver con los valores tradicionales, culturales y simbólicos de la arquitectura.

La manera en la que se regulan los apartamentos turísticos es todavía demasiado laxa

–¿Estamos ante un nivel de amenaza similar al de los peores años del desarrollismo, cuando se destruyó el casco histórico?

–Ese periodo de destrucción, afortunadamente, fue relativamente breve. El Prica entró en funcionamiento en 1968 y se paralizó en 1979. Son diez años en los que ocurrió de todo, lo peor y lo mejor. De hecho, los mejores ejercicios de vivienda colectiva que se han hecho en el Casco Histórico los hicieron Cruz y Ortiz en aquel tiempo. En cualquier caso fue un periodo de mucha destrucción. Creo que este periodo puede ser igualmente peligroso y que la gente no está lo suficientemente concienciada. Yo que estoy mucho en los aeropuertos me sorprende encontrarme a muchos compañeros arquitectos que no viven aquí que muestran su preocupación por lo que está ocurriendo en Sevilla. Nos está pasando lo que a la rana que muere porque no se da cuenta que el agua se está calentando cada vez más hasta hervir. Insisto, no sólo está ocurriendo en la Palmera, sino en muchos otros sitios.

–¿Hasta qué punto puede influir el turismo en el urbanismo de la ciudad?

–Ya ha influido mucho. La manera en la que se regulan los apartamentos turísticos es todavía demasiado laxa. Pero, como hemos visto, la mayoría de estos mamotretos construidos con muchísima celeridad no pertenecen, de momento, al sector del turismo, pero sí a otros sectores como las residencias de estudiantes. La nueva ola de estos edificios va a estar relacionada con las residencias de personas mayores no tuteladas o las viviendas de alquiler.

–Pero la sospecha es que esos edificios serán transformados en alojamientos para turistas.

–Eso entra dentro de la especulación, pero lo cierto es que estas inversiones son cortoplacistas. Muchas veces se hace la residencia y se pasa a un tercero y así sucesivamente. Es decir, no hay un interés por la explotación de la residencia como negocio. No sabemos qué es lo que puede pasar, pero sí que los estudiantes no pasan más de uno o dos años en una residencia. En esta Escuela no creo que haya ningún alumno de quinto viviendo en una.

–Usted ha trabajado también sobre la arquitectura doméstica. El modelo de piso parece fosilisado en una distribución que quizás no recoge nuevas realidades: un salón-comedor, tres dormitorios...

–A las promotoras no les gusta arriesgar, porque son inversiones muy fuertes. Los cambios más interesantes se están haciendo en la vivienda pública....

–¿En qué consisten estos cambios?

–Son muchos y variados. Una idea muy importante es la de temporalidad. En Europa, la vivienda no se concibe como esa propiedad que uno adquiere para toda la vida, en la que pone todo su dinero durante muchos años. También se requieren cambios para contemplar situaciones personales mucho más plurales: gente divorciada o que viven solas, grupo de amigos que viven juntos... En estos casos, ¿qué sentido tiene el dormitorio principal? O en el caso de los pisos de migrantes, donde una pareja con un hijo puede convivir durante 20 años con uno o dos solteros, ¿qué sentido tiene el salón? ¿No sería mejor espacios comunitarios más amplios compartidos por varios pisos? ¿No sería mejor tener habitaciones más grandes? Se están generando ideas que son alternativas al piso sólo pensado para la familia nuclear con uno o dos hijos. En este sentido, las cooperativas y los colivings tienen cada vez más peso.

La nueva ola de mamotretos serán las residencias para mayores o los edificios para alquiler

–Una de las quejas recurrentes es la mala relación que tenemos los sevillanos con la arquitectura moderna. Después somos muy noveleros, como nos ha pasado con las Setas. Ahora le gusta a la mayoría.

–Todo en su momento fue nuevo. Llegará un día en el que la gente se manifestará para mantener el patrimonio de las Setas. Algo así como: “No a la destrucción de las Setas”. A la arquitectura moderna le pasa lo mismo que al arte moderno, que para comprenderlo hay que tener un grado de especialización importante. Esto produce que a una gran parte de la sociedad ni le interese ni la comprenda. La arquitectura tradicional es mucho más comprensible para la gente. Esto está suponiendo un problema que perjudica mucho a la arquitectura y a su propio desarrollo contemporáneo. Hay que tener cuidado porque, si la arquitectura tradicional no se renueva, no recibe nuevas ideas, si se mira siempre a sí misma, acaba necrosándose. Hay una cita de Gustav Mahler, probablemente apócrifa, que suele repetir mucho un amigo mío: “la tradición es trasladar el fuego y no las cenizas”.

–Destáqueme un edificio de la arquitectura tradicional que le parezca especialmente interesante.

–El Palacio Mudéjar del Alcázar. Creo que posee un valor universal, porque lo que propone tiene un peso no sólo en su sentido histórico, sino del que cierta arquitectura contemporánea se puede beneficiar, sobre todo en su manera de entender la organización del espacio. Lo interesante es que este edificio fundamenta su idea de arquitectura en un conjunto de recintos que, por sí mismo, son autónomos, y su conexión se genera de manera discreta. Todas las estancias son autónomas y, sin embargo, forman parte de un todo. Esta forma de hacer arquitectura no existe en otros lugares y genera toda una genealogía que va desde el Alcázar hasta la arquitectura monástica o la doméstica popular y anónima. Lo curioso es que hoy sería muy aprovechable para este nuevo tipo de viviendas del que hablábamos antes.

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