“Un tsunami alcanzaría a Coria del Río, pero no a Sevilla”

Jesús Solís | Ingeniero, funcionario e historiador

Hombre polifacético y laborioso, este servidor público y experto en inundaciones es autor de un libro en el que se analiza la actuación de los poderes públicos en las riadas contemporáneas

Jesús Solís.
Jesús Solís. / Juan Carlos Muñoz

Jesús Solís (Sevilla, 1968) ha sabido aprovechar el tiempo y el insomnio. Es Ingeniero industrial, funcionario de la Junta de Andalucía, licenciado en Antropología, doctor en Historia... incluso fue el bajo del cantante sevillano Chencho Fernández. Sobre todo es un experto en desastres naturales y, muy especialmente, en inundaciones. Pero no solo se ha conformado con el conocimiento técnico sobre la prevención y gestión de este tipo de eventos, sino que también ha indagado en su historia. Fruto de esta labor fue su premiada tesis doctoral y la consiguiente publicación del libro ‘Las inundaciones en la Sevilla contemporánea, 1801-2015: la actuación de los poderes públicos’ (Diputación Provincial de Sevilla, 2022). Asimismo, ha publicado en Archivo Hispalense el artículo ‘Gregorio Cabeza: el hombre providencia de Sevilla tras la riada del Tamarguillo’, que versa sobre el funcionario que creó un sistema de realojamiento para las decenas de miles de damnificados por la trágica riada de 1961. Tras trabajar como jefe de proyectos en una consultoría de ingeniería medioambiental, se hizo funcionario. Entre otros cargos, fue jefe del departamento de Riesgos Naturales y asesor de Emergencias en el Servicio de Protección Civil de la Junta de Andalucía. Hoy trabaja en la Consejería de Justicia.

Pregunta.–¿Su primera entrevista?

–No, ya estuve aquí en Diario de Sevilla con Blas Fernández, el periodista musical.

P.–¿Y eso?

–Tocaba el bajo eléctrico con Chencho Fernández, lo dejé hace unos diez años cuando él empezó una carrera más profesional y fichó por una multinacional.

P.–Ingeniero, licenciado en Antropología, doctor en Historia, músico... ¿Nada de lo humano le es ajeno?

–La clave es el gran insomnio que tengo. No duermo más de tres horas al día. No me hace falta más. Algo tengo que hacer para entretenerme por la madrugada y no molestar a nadie en la casa. Lo mejor es pasar páginas de libros.

P.–Como Ingeniero y funcionario ha trabajado en la Junta como experto en desastres naturales. Y como historiador, ha investigado las inundaciones de la Sevilla contemporánea. Iré al grano: ¿sigue existiendo peligro de que se inunde Sevilla?

–Sí, Sevilla se puede inundar. No es una opinión. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y Protección Civil de la Junta ya han hecho los mapas de riesgo de inundaciones. Se sabe que en un periodo de retorno de 500 años hay una gran probabilidad de que el río alcance un nivel de al menos 12 metros, que es la altura del muro de defensa, con lo cual en teoría no debería pasar nada. El problema es que, a partir de 2010, se identificaron una serie de rebajes en el muro causados por las vías de comunicación radiales. Por esos rebajes entraría el agua.

P.–Y la ciudad se inundaría. ¿Cómo defenderse?

–Se trataría de hacer igual que en siglos pasados. Si en esa época la ciudad se protegía de las avenidas con sus murallas, cuyas puertas se cerraban y calafateaban para hacerlas impermeables, ahora se trataría de localizar esos puntos en los que el muro de defensa está rebajado para, llegado el caso de una posible inundación, taparlos y evitar que entre el agua.

P.–La desaparición de las murallas, fundamentalmente a partir del Sexenio Democrático, tuvo que dejar indefensa a Sevilla ante las inundaciones.

–Las murallas almohades también tenían problemas y se producían filtraciones, pero es cierto que a partir de su desaparición hubo que empezar a realizar las grandes obras hidráulicas que conocemos para alejar los cauces de la ciudad. De ahí las cortas y los muros de defensa.

P.–Los muros de defensa, ese gran invento.

–El río Guadalquivir tiene a su paso por Sevilla dos grandes muros de defensa, lo que pasa es que apenas lo percibimos: uno que protege la zona del Aljarafe y sobre el que transcurre la SE-30, y el otro, sobre el que va la avenida Carlos III, que es el que protege a la ciudad.

P.–Pongámonos en lo peor. Supongamos que el agua consigue entrar por esos puntos del muro de defensa que usted dice. ¿Está la ciudad preparada para esa inundación?

–Desde 2010, la Unión Europea obliga a los estados miembros y a las confederaciones hidrográficas a elaborar mapas de peligrosidad e identificar situaciones como esta. Eso ya lo hemos hecho. Ahora se está en el proceso de hacer planes de gestión de esos riesgos de inundación. Lo tienen que hacer todas las administraciones de manera coordinada. Sobre todo es importante estar coordinados con los sistemas de alerta de crecida del río. La importancia de todo esto lo hemos visto recientemente en Valencia. Sin señalar a ninguno de los actores, allí falló claramente esa coordinación.

P.–¿Cuál es la zona de Sevilla más vulnerable en caso de una inundación?

–Si se llegase a dar esa situación de un río con 12 metros de altura, la estimación es que se inundarían dos terceras partes de Sevilla.

P.–Es mucho...

–Solo se quedarían a salvo las partes más altas del centro (la Alfalfa, etcétera) y el este (zonas de Nervión y Ciudad Jardín). Al resto sí le afectaría la lámina de agua. En total, se verían afectados unos 300.000 vecinos. La altura media del agua que se alcanzaría sería de unos cuatro metros.

Si el Guadalquivir alcanza los 12 metros de altura se inundarían dos tercios de la ciudad

P.–¿Y no hay manera de tapar esos huecos del muro de defensa?

–Habría que actuar en el momento que, gracias a los sistemas de alerta, supiésemos que iba a producirse la crecida. Esto supondría, claro, cortar momentáneamente algunos de los principales accesos a la ciudad. Habría que instalar pantallas impermeables que taponasen estos huecos y que después se pudiesen retirar para reanudar el tráfico.

P.–Otra de las claves para evitar inundaciones son los tanques de tormenta, infraestructuras que no vemos ni valoramos, pero que nos salvan de más de un disgusto.

–Sirven para evacuar el agua directa de lluvia sobre la ciudad, no tienen nada que ver con las inundaciones por desbordamiento del río. Pero, como usted dice, han sido muy importantes. Para el de la Alameda se usó el hueco de las fallidas obras del Metro. Tiene una gran capacidad.

P.–Recientemente, los arqueólogos llegaron a la conclusión de que la infraestructura portuaria de la Sevilla romana fue destruida en el siglo III por un tsunami. La geografía del Bajo Guadalquivir ha cambiado mucho desde entonces, ¿pero podemos decir que Sevilla podría volver a sufrir un maremoto?

–Los estudios sobre este tipo de riesgos sísmicos concluyen que un tsunami alcanzaría más o menos a Coria del Río, pero no a Sevilla.

P.–¿Y cómo lo haría?

–Una gran masa de agua de mar entraría por el río Guadalquivir.

P.–¿Y un terremoto? Muchos Sevillanos todavía guardan la memoria del que sufrió la ciudad a finales de los 60.

–Los riesgos de terremotos afectan más a la zona oriental de Andalucía. Siempre hay una probabilidad de que algo pase en un largo periodo de tiempo, pero es muy escasa...

P.–Hablemos de su libro ‘Las inundaciones en la Sevilla contemporánea (1801-2015). La actuación de los poderes públicos’. En él usted ha hecho algún descubrimiento importante.

–Sí, hemos descubierto [usa el plural de modestia] que en 1858 existió un primer sistema de aviso de crecidas del río a través del telégrafo. De modo que a Sevilla llegaban los partes telegráficos de las localidades del Guadalquivir arriba. Con esto se podrían prever las inundaciones incluso con un día de antelación, con lo que daba tiempo a cerrar la muralla y a hacer evacuaciones preventivas. El sistema de avisos llegaba hasta Córdoba e incluso dio el salto hasta Mengíbar (Jaén).

En caso de inundación sólo quedarían a salvo las partes más altas del Centro y Nervión

P.–Eso coloca a Andalucía a la vanguardia de la prevención de inundaciones. Y después algunos se empeñan en el discurso del tercermundismo histórico.

–De momento parece que es el primer sistema de avisos de crecida de un río de España. El método se fue perfeccionando hasta 1917. Esto, evidentemente, no era suficiente, por lo que empezaron las obras hidráulicas. El primer gran plan de obras de defensa de Sevilla fue el de Javier Sanz Larumbe (1901-1903). A partir de la dictadura de Primo de Rivera, la II República y los primeros años del franquismo se abandonaron un poco esos sistemas de prevención y había una fe ciega en esas obras hidráulicas. De ahí el Plan Moliní y la Corta de Tablada, el Plan Brackenbury con la Corta de Triana, el desvío del arroyo Tamarguillo por el Norte... hasta llegar a la Corta de la Cartuja. Cuando esta última se acaba en los años 90 del siglo XX hubo una percepción de absoluta seguridad frente a las inundaciones y se empezaron a ocupar con construcciones zonas inundables, sobre todo en la zona norte.

P.–¿Cuál es la peor de las inundaciones de Sevilla de la que se tiene constancia documental?

–La de 1709. Fue una inundación muy parecida a la que sufriríamos ahora si el río llegase a ese nivel de los 12 metros del que hablábamos antes.

P.–¿Y del período contemporáneo que usted ha estudiado?

–En 1892. De esa hay muchos testimonios gráficos y está muy documentada, porque tenemos el Expediente de Riada, que es como lo denominaba el Ayuntamiento. Una como esa es la que se espera en un plazo de 200 años. La altura de las aguas en la ciudad llegó a unos cuatro metros.

P.–En las fotos antiguas de las inundaciones siempre aparece mucho la Alameda.

–Justo donde se ubican las dos columnas que están al fondo es el punto más bajo de la ciudad. Hablamos de 6,92 metros sobre el “cero geográfico” o nivel del mar, por lo que si se produce una inundación por alcanzar el río los 12 metros sobre el nivel del mar, la altura del agua que alcanzaría este punto de la Alameda sería de 5,08 metros. Por eso, en el pasado, estaba en la calle Lumbreras el husillo real, que es donde se recogían las aguas de lluvia que caían por allí y se evacuaban al río. Era, por así decirlo, un mini tanque de tormenta.

P.–¿Podrá volver a correr el brazo vivo del Guadalquivir por Sevilla?

–No parece viable.

P.––Recientemente ha publicado en la revista ‘Archivo Hispalense’ un extenso artículo sobre Gregorio Cabeza. ¿Quién era?

–Normalmente, cuando investigamos sobre la historia de las políticas públicas nos solemos fijar en los gobiernos o los altos cargos, pero no en la burocracia administrativa, en la labor de funcionarios más de a pie. Gregorio Cabeza es un ejemplo de esto último que digo. Era un funcionario del Movimiento en el que confiaron los diversos gobernadores que pasaron por Sevilla, como Hermenegildo Altozano o su sucesor, José Utrera Molina. Fue el que confeccionó un sistema para atender a los damnificados por la riada del Tamarguillo. Este consistía en alojarlos, primero y de manera temporal, en unos albergues que se llamaban refugios, a la espera de que se les asignase una de las viviendas sociales que se iban construyendo. Llegó a gestionar el alojamiento de 150.000 personas durante los años 60 y 70 del pasado siglo.

Sevilla llegó a contar con un sistema de avisos de riadas por telégrafo en el siglo XIX, algo que fue pionero en España

P.–¿Eran todos damnificados por el Tamarguillo?

–Sí, o directamente por la riada o por los problemas de humedades que ocasionó en el caserío más precario del Casco Antiguo. Muchos propietarios provocaban el desahucio de los inquilinos de renta baja con la falta de mantenimiento y la consiguiente declaración de ruina. El hijo de Gregorio Cabeza fue director del Alcázar.

P.–Una persona muy conocida en la ciudad. Recordemos que el Tamarguillo se desbordó porque se rompió uno de los muros de defensa. ¿Actuaron bien las autoridades?

–Se pusieron todos los medios que había. Incluso el Gobierno central nombró un ministro sin cartera en Sevilla para que sirviese de enlace entre las autoridades locales y Madrid.

P.–Es decir, que funcionó la coordinación.

–El ministro fue Pedro Gual Villalbí , que había tenido el mismo papel en la gran riada de Valencia de 1957, por lo que ya venía con experiencia.

P.–La riada del Tamarguillo provocó una serie de obras públicas importantes.

–Además de la construcción de viviendas se desvió el cauce del Tamarguillo hacia la zona norte de la ciudad. Hoy en día, el muro de defensa del Tamarguillo para la ciudad es la Ronda Super Norte. Antiguamente este cauce desembocaba en el Guadalquivir a la altura de Bueno Monreal, hoy lo hace en San Jerónimo, donde el Huevo de Colón.

P.–¿Debajo de la Ronda del Tamarguillo qué hay?

–Una gran tubería, un colector de saneamiento.

P.–¿Y el Tagarete, que antiguamente desembocaba a la altura de la Torre del Oro?

–Se desvió hacia el sur a principios del siglo XX para llevárselo al río Guadaíra y poder hacer la Corta de Tablada. Pero debajo de la calle San Fernando sigue habiendo un cauce, porque donde ha habido uno siempre va a haber agua. El Guadaría, asimismo, también se desvió más al sur y ahora desemboca más allá de la Punta del Verde. Antes lo hacía a la altura de Heliópolis.

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