Eduardo Peñalver | Académico de Buenas Letras

“Lo último que dijo Carlos II fue: ‘me duele todo”

  • El pasado 19 de noviembre entró en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

  • Ha presentado su extenso estudio sobre las imprentas sevillanas en el siglo XVII

Eduardo Peñalver, en la Casa de los Pinelo.

Eduardo Peñalver, en la Casa de los Pinelo. / DS

Eduardo Peñalver (Sevilla, 1960) representa a la perfección el papel del humanista y erudito. Hombre serio y amable que se da poca importancia, durante años fue el responsable del fondo antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, una de las más importantes de España con unos 80.000 títulos registrados. Con fama de sabio en su profesión, a su cargo estuvieron volúmenes de la importancia de la Biblia de Gutenberg, el primer libro impreso de la historia, al menos en Occidente. Hijo del catedrático de Filosofía Patricio Peñalver (fundador con Alejandro Rojas-Marcos y otros del andalucismo de segunda generación) vive más pendiente de la Sevilla del Siglo de Oro que de la actualidad. El pasado 19 de noviembre ingresó en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras con un discurso sobre las relaciones de sucesos, que están consideradas como unos de los primeros documentos periodísticos. Esta semana ha presentado en la Casa de los Pinelo los tres tomos de su monumental obra ‘La imprenta en Sevilla en el siglo XVII (1601-1700)’, que fue el tema de su tesis doctoral y que han editado conjuntamente las universidades de Sevilla, Salamanca, La Coruña y Córdoba.

–Durante mucho tiempo trabajó en el fondo antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Un auténtico tesoro desconocido por muchos.

–Entré de la mano de una mujer, Rocío Caracuel, una verdadera apasionada del libro antiguo. Siempre me sentí allí muy a gusto. Tuve mucha suerte. Profesionalmente me fue muy bien.

–Esta biblioteca tiene joyas impresionantes.

–Es de la más importantes de España. Tiene unos fondos enormes de un valor incalculable. Hay joyas como la Biblia de Gutenberg o los códices bíblicos de los siglos XIV y XV. Su colección de incunables es portentosa, entre ellos el primer libro impreso en Sevilla.

–¿Cuál es?

–El Repertorio de Alfonso Díaz de Montalvo, un libro legislativo impreso en 1477. La colección de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla del siglo XVI es espectacular, sobre todo por un fondo que perteneció a la Compañía de Jesús.

–Me imagino que incautada cuando Carlos III los expulsó de España.

–Exacto. En general toda la colección desde el siglo XV al XIX es espectacular, como decíamos tiene un valor incalculable desde los puntos de vista patrimonial e historiográfico.

Los fondos del siglo XVI de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla son espectaculares

–¿Cuántos volúmenes tiene?

–Esa es una pregunta muy difícil de responder, pero yo estimo que unos 80.000.

–Es usted también un estudioso de la industria del libro antiguo en la ciudad ¿Cuál fue la primera imprenta que tuvo Sevilla?

–Que tengamos constancia documental, la de Alfonso del Puerto y Bartolomé Segura, donde se imprimió el ya citado Repertorio. El problema es que en este asunto hay muchas lagunas. Se supone que antes hubo otra, pero de la que apenas tenemos algún indicio indirecto. Llama la atención que los primeros impresores en Sevilla fuesen españoles, porque la imprenta es un invento alemán y eran los alemanes los que lo estaban difundiendo por Europa.

–El siglo dorado de la imprenta en Sevilla es el XVI, ¿no?

–El XV y el XVI. Fue un momento muy brillante de la ciudad y de la imprenta, con impresores como Estanislao Polono, Meinardo Ungut, los Cromberger... Hicieron en Sevilla unos libros de una gran belleza. Ahora conocemos mejor este periodo gracias al libro La imprenta en Sevilla en el siglo XVI (1521- 1600), de Arcadio Castillejo, en el que se nos ofrece un repertorio de todo lo que se imprimió en la ciudad en ese siglo. Creo recordar que son unos 1.500 títulos.

–¿Y de este siglo XVI cuál es la gran joya?

–Una edición muy bonita del XVI en Sevilla es El libro áureo de Marco Aurelio, con el reloj de príncipes. El autor es Antonio de Guevara. Y lo imprimió Juan Cromberger, dos veces, en 1532 y 1543.

–¿Era fácil ser impresor? ¿Qué tipos de gentes eran?

–No se sabe mucho. Lo que se conoce es, principalmente, lo que dicen de los impresores los propios libros (Por ejemplo: “este libro está impreso por Antonio Pérez en las Siete Revueltas”). Como ve, una información muy parca. En los archivos podemos encontrar datos en los contratos que hacían los autores con los impresores. Lo que sí sabemos es que “las gentes del libro”, como se les llamaba, era un mundo muy endogámico, había muchos vínculos familiares entre las empresas, como si fuese una red. Por ejemplo, era normal que la viuda de un impresor se casase con otro impresor. En general es una dinámica muy común a las empresas preindustriales.

–No eran imprentas muy grandes.

–No, las mayores no tenían más de cinco prensas. Pero hay muchas sombras. Hubo libros que se imprimieron en la misma casa del autor. Es el caso del Guzmán de Alfarache, que vio la luz en el domicilio de Mateo Alemán, en 1604. El impresor se llevó allí las máquinas.

Imprimir un libro en la España de los Austrias era una auténtica pesadilla. Se podía tardar hasta tres años

–¿Por qué?

–Tampoco lo sabemos muy bien. A lo mejor era que el autor quería estar muy encima del proceso de impresión. El arzobispo Pedro de Tapia hizo imprimir su obra Catena moralis doctrinae tomus primus en el palacio arzobispal de Sevilla, haciendo venir de Córdoba al impresor cordobés Salvador de Cea Tesa.

–Hablemos de la burocracia que conllevaba en la España de los Austrias imprimir un libro.

–Era una auténtica pesadilla. La legislación del libro en España comenzó en 1502, con una normativa de los Reyes Católicos. La censura previa corría a cargo de la Monarquía, del Estado. Había que mandar el libro al Concejo de Castilla para que le diese el visto bueno. Si era así, le concedían una licencia de impresión por un número determinado de años. Luego estaba la tasa, el precio oficial por el que se podía vender el libro. Eso se tenía que hacer en Madrid, en la Corte. También había que hacer la Fe de Erratas. Hubo protestas de autores e impresores por lo largo que era el proceso. Podía durar hasta tres años. Y todo eso si no te echaban el libro atrás.

–¿Y la Inquisición?

–Sólo podía intervenir una vez impreso el libro. Cada poco tiempo publicaba un índice con los libros prohibidos y los expurgados. Los prohibidos eran los libros judíos y mahometanos, la Biblia en español, los de brujería...

–¿Y los expurgados?

–Aquellos que se podían leer pero después de hacerle el expurgo. El que tuviese uno de estos libros tenía la obligación de llevarlo a los oficiales de la Inquisición que se encargaban de tachar lo que consideraban oportuno.

–¿Y siempre fue así?

–Desde el Concilio de Trento los autores religiosos tenían la obligación de pedir permiso a su obispado para editar sus libros. Si pertenecían a una orden religiosa el visto bueno correspondía a sus superiores.

–¿Cómo era un taller de una imprenta sevillana de esta época?

–Conservamos grabados de imprentas de otros sitios, pero no de Sevilla, aunque debían ser muy parecidas. Aquí tendrían entre una y cuatro prensas, la zona de entintar, los tendederos para que se secasen los pliegos, unas mesas con cajas donde estaban los tipos... Según parece, en un día un operario podía imprimir unos 1.500 pliegos.

–Mucho. Trabajo duro.

–No se tienen datos de las condiciones de trabajo de los operarios, aunque yo creo que podrían trabajar entre 12 y 14 horas. Y no se sabe si se usaba mano esclava, pero se tiene constancia de que había impresores que poseían esclavos. Sí se conservan contratos de aprendices que son muy interesantes. El trabajo del aprendiz era a cambio de una pequeña asignación, ropa, formación, comida, alojamiento, cuidados en caso de enfermedad... Alguno limitaba esto último solo a los primeros quince días de la dolencia.

Un operario de imprenta de la época podía trabajar entre 12 y 14 horas. Imprimía unos 1.500 pliegos al día

–Y, con suerte y talento, te podías casar con la hija del dueño.

–Claro, se conocen algunos casos de aprendices que acabaron montando su propia imprenta. Una cosa que llama la atención es que, en el siglo XVII, hay muchos impresores que sólo sacan 30 o 40 libros a lo largo de su carrera, una cantidad con la que les hubiese sido imposible sobrevivir. Esto se podía deber a que, o bien compaginaban el trabajo de impresor con el de librero, o bien se dedicaban a la impresión de cosas que no han sobrevivido: edictos, papeletas, hojas volantes... Para la imprenta sevillana del siglo XVII falta un trabajo de archivo importante.

–Es evidente que la relación de las imprentas sevillanas con América tuvo que ser importante.

–Era uno de sus grandes mercados. Se sabe que Cromberger mandó a México a Juan de Pablo para que montase la primera imprenta del Nuevo Mundo.

–Esta semana ha presentado sus tres tomos sobre la imprenta sevillana en el siglo XVII. Parece que fue un siglo de decadencia para esta actividad, aunque ahora hay historiadores que apuntan a que el XVII no fue un siglo tan desastroso como tradicionalmente se ha mantenido por la historiografía.

–Es cierto, pero el XVII fue un siglo terrible en todo el planeta: guerras, epidemias, incluso un pequeño cambio climático que se ha denominado la “pequeña edad del hielo”. Sevilla sufrió terribles epidemias, como la de 1600 o 1649, que acabó con la mitad de la población en unas condiciones terribles. También existió una crisis económica que afectó a todos los sectores y, por supuesto, a la imprenta. Las imprentas sevillanas dejaron de imprimir libros importantes y se refugiaron en impresos menores, como las relaciones de sucesos, que son los antecedentes de la prensa escrita. Son noticias de batallas, milagros, ceremonias reales... se vendían estupendamente. Llegan a ser el 25% de todo lo que se produce en Sevilla. Como decía Arcadio Castillejo, es como si Sevilla hubiese dejado en manos de los editores europeos la impresión de los libros importantes.

–¿Qué otros impresos menores habían?

–Bulas, sermones, cédulas, porcones (alegaciones jurídicas)... los de los pleitos eran un negocio importante. También se imprimían muchas comedias, incluso clandestinamente cuando se prohibieron durante un periodo con Felipe IV. Otro problema que tuvieron en este periodo las imprentas fue su sobreabundacia. Llegaron a existir once al mismo tiempo. Demasiadas. Incluso hay protestas por ello.

–¿Se hacían tiradas muy grandes de libros?

–Unos 1.500 por edición. Mi cálculo es que del total de ejemplares que se imprimieron en Sevilla en el siglo XVII sólo ha quedado el 1%. Hay miles de ediciones de las que no se ha conservado ni un solo libro. Fundamentalmente han quedado los libros que se decomisaron a los jesuitas y otras órdenes cuando la desamortización, que fueron a parar a las bibliotecas públicas y universitarias. También los que compraron algunos bibliófilos.

–¿En qué está trabajando ahora?

–En las relaciones de sucesos españolas en tiempos de Carlos II.

–Un periodo oscuro de la historia de España.

–Tiene muy mala prensa, en gran parte por los franceses, que se dedicaron a desprestigiar a Carlos II, quien fue un rey muy desgraciado. No es el periodo más importante de la historia de España, pero se inicia la recuperación del reino tras entrar casi en colapso con Felipe IV. Como bien sabemos, Carlos II tenía muchos problemas de salud. Es un personaje que me da un poco de pena. Hace poco leí una biografía suya donde dice que la última frase que dijo fue “me duele todo”. Estaba enfermo desde que nació y lo pasó fatal. Fue incapaz de tener descendencia, lo que le provocó una tristeza enorme. Sobre todo por ver que Luis XIV se llevaría el gato al agua e iba a meter de Rey al que fuese Felipe V.

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