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OPINIÓN. AUTOPISTA 61

Solo con su gato

Matti Saari, el estudiante que mató en Finlandia a nueve compañeros de instituto y a un profesor, tenía 22 años. Vivía solo en una residencia, sin otra compañía que su gato. Como casi todos los adolescentes solitarios, escribía poemas y odiaba a la humanidad. Como casi todos los adolescentes aburridos, adoraba las películas de terror. Como casi todos los adolescentes incapaces de desarrollar su imaginación, sólo escuchaba la música –o más bien el martillo neumático- que llamamos “heavy metal”. Y como casi todos los adolescentes resentidos porque apenas han visto a sus padres ni tienen éxito con las chicas ni se ven capaces de hacer nada útil (reparemos en que a los 22 años todavía estaba en un Instituto de Formación Profesional), Matti admiraba a Hitler y se creía con derecho a eliminar a todas las personas que le caían mal. De sus diez víctimas, ocho eran chicas.

Según todos los parámetros sociales, Finlandia es uno de los países más avanzados del mundo. Estoy convencido de que eso es verdad en materia de educación y de servicios sociales, pero convendría que reflexionáramos sobre los conceptos que usamos para medir el bienestar de un país. Sería bueno que nos olvidásemos un poco de las cifras y que pensásemos en cosas que nadie tiene en cuenta para calcular el grado de satisfacción de una persona, sobre todo si se trata de un adolescente. Se me ocurren algunas. ¿Cuánto tiempo ha jugado al aire libre? ¿Cuántas veces ha cenado o ha comido solo en su casa? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Con qué frecuencia ve a sus amigos? ¿Cuántos aparatos electrónicos tiene en su habitación? ¿Cuántas veces sale a hacer ejercicio? ¿Cuántos libros ha leído?

Estamos demasiado acostumbrados a medir la felicidad sólo en términos materiales, y eso es un error. Una persona que posea muchas más cosas de las que necesita puede estar insatisfecha o decepcionada con su vida, y al revés. Éste era el caso de Matti, al que llamamos adolescente aunque tuviera ya 22 años. En la España de 1936 –tan recordada ahora–, cualquier persona de 22 años hubiera considerado un insulto que la llamasen adolescente. Ahora, por supuesto, la adolescencia se prolonga hasta los setenta años, ya que todo nuestro sistema de vida está concebido para hacernos creer que nunca podremos dejar de ser adolescentes caprichosos. La edad mental de Hitler nunca pasó de los 15 años. La de Matti Saari, que tenía 22, quizá no pasaba de los 10. Y su gato, estoy seguro, sabía muchas más cosas de la vida que él.

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