VINO la pandemia y ya nada fue igual para nadie, aunque para algunos más que para otros. Vivía el Betis en la creencia que los perros podrían seguir atándose con longanizas, pero tararí que te vi. Corría el entrecursos de 2019, se había ido Setién aburrido de tanto fuego gratuito y llegaba Rubi con un panorama esplendoroso. La tesorería estaba como nunca y como el dinero siempre debe estar en la yerba, pues a vivir que son dos días.

Aquel verano se fue Pau López a la Roma, Junior al Barça y el gran Lo Celso al Tottenham. Una buena cantidad de dinero y en el Betis, como en casi todos, se pensó que así serían siempre los veranos sin saber que en China estaba incubándose un bichito que cambiaría la vida del mundo, de todo el mundo. Ya en dicho desconocimiento, el Betis apostó por un empujón decisivo para ese crecimiento tanto tiempo deseado y se apostó por adquisiciones de un calado importante.

Llegaron un campeón del mundo como Nabil Fekir, un goleador contrastado como Borja Iglesias y un prometedor lateral zurdo de amplio recorrido como Álex Moreno. El dinero recaudado ya estaba en la yerba, tal y como desean todas las hinchadas del orbe. Pero entró el invierno y hubo que ponerse la mascarilla y quedarse en casa, con lo que las longanizas con que se ataban los canes pasaron a ser producto de consumo deseado, con lo que el drama estaba servido.

¿Y a qué todo esto, amigo? Pues a que cuando el Betis se encuentra ante el hito de jugar la Supercopa con el Barça, como en aquel feliz 2005, se habla más de ventas que de posible alineación para mañana. Y resulta que uno de los pilares del equipo, en vez de estar mañana en Riad anda en trance de irse a la Premier. Seguro que al Betis no le queda otra opción, pero sí que resulta descorazonador que en vísperas de un acontecimiento se hable de venta más que de fútbol.