Pidiendo la hora desde el minuto 11, el Betis se agarró al corazón para salvar un punto que puede valer un tesoro así que se hagan las cuentas definitivas. En este curso tan anormal, con un calendario tan demoníaco, jugar casi todo el tiempo en inferioridad numérica es un martirio. Un esfuerzo tan ímprobo como inesperado cuando la Liga toca a su fin y lo que resta por librar es oro molido, de ahí la euforia bética a la terminación.

Demasiado es lo que el Betis tiene en juego para entrar en cancha así. Cuando el runrún de un más que posible penalti de Emerson revolotea sobre el árbitro, una disputa de Fekir con un rival da con el francés en la ducha. Sólo van once minutos y al Betis le queda un Tourmalet. Son ochenta minutos con uno menos y eso hará que el Athletic parezca mejor de lo que es, el campo está volcado hacia Bravo y si al descanso se llega en tablas se debe a las limitaciones del rival.

De Marcos hace estragos por su flanco, pero afortunadamente para el Betis no fructifican sus incursiones. Se nota demasiado el hándicap de jugar en inferioridad y hasta el bético más exigente firma salvar uno de los puntos en juego. Y tras el intermedio aparece cierta vocación aventurera del Betis, aparcando un tanto sus obsesiones defensivas, lógicas por supuesto, para ocasionarle ciertos apuros a los leones, sobre todo con lo que produce Emerson a estribor.

Pellegrini refresca lo que puede al equipo, incluso hay un gol bético que el VAR invalida porque parece que la nariz de Mandi es más larga que la de su marcador. También cambia lo que puede Marcelino, que saca toda su artillería buscando el pleno. Villalibre manda un misil a la madera, Bravo neutraliza otros dos cañonazos y el partido agoniza sin prisas. No se mueve el marcador, el Betis se hace con un punto que le sabe a gloria y a esperar a ver qué depara el porvenir.