Respiro a pleno pulmón es lo que significó el triunfo del Betis en Pamplona. El solo hecho de romper una dinámica tan negativa como la cosechada en noviembre ya es para que este resultado se considere un balón de oxígeno en el día a día de un club que no abdica de su costumbre de vivir turbulentamente. O en el filo de un alambre que casi nunca ofrece la debida fiabilidad, ergo bienvenido sean los goles de Borja Iglesias y de Miranda.

Era un espanto sólo pensar en otra derrota más, ya que el equipo se habría desplomado en la tabla para un horizonte tenebroso. Los fracasos de San Mamés y en casa con el Éibar eran una losa en el ánimo del bético y un gran acicate para los que aspiran a relevar a los que hoy manejan la barca. También para un plantel que acusaba en demasía la ausencia de Canales y que encontró en El Sadar su relevo en la figura de Fekir, un astro que al fin volvió a relucir con luz propia.

También la lección que dejaba la umbría tarde pamplonica es positiva en cuanto al cuestionado compromiso de la plantilla. Con Bartra al cornetín, el equipo de Pellegrini se sobrepuso al momento y contó con la fortuna de que el remate de Budimir se produjera con lo que ocupa el bigote de una gamba adelantado. Si ese gol, como aquel en propia meta de Víctor Ruiz en Bilbao, hubiera subido al marcador, quizás hablaríamos de otra historia, pero fue la que fue y punto en boca.

Cuando cayó Canales incidíamos en la cantidad de curvas que señalizaban el camino del Betis y este triunfo en El Sadar hace que muchas se suavicen. Ocurre que la historia del Betis es la de la irregularidad personificada y por ahí es donde ha de ponerse el remedio. Pellegrini tiene la palabra y también la obra por delante de que el compromiso no decaiga y el Betis, por siempre y para siempre RealBetis Balompié, viva con más tranquilidad de lo que acostumbra. Ojalá sea así.