El día en que se supo qué es 'effetá'
Pregón de la Semana Santa 2013
Las reacciones al Pregón fueron unánimes: de los bares del Arenal al salón gótico del Alcázar, todos coincidían en que el Pregón de Francis marcará un antes y un después.
Hay que esperar al menos media hora para constatar el calado de un Pregón. Cuando ya han pasado las declaraciones oficiales, cuando se han acabado los abrazos y el rito protocolario, en ese instante en el que el barril alcanza su punto álgido, precisamente entonces es cuando se valora el calado verdadero de la intervención que media hora antes ha tenido en el escenario del Maestranza, teatro que algunos sevillanos sólo conocen en el último domingo de cuaresma. Este año la opinión fue unánime: todos coincidían en que la disertación marcará un antes y un después en la oratoria encargada de anunciar lo que dentro de seis días se vivirá en las calles de la capital andaluza. Por unanimidad, los que aliviaban el gaznate con el rubio elemento coincidían en una misma afirmación: "Me ha hecho reír y llorar". Mezcla de sentimientos que elevaban la obra de Francisco Javier Segura Márquez -Francis a esas alturas de la jornada- a "pregonazo".
Después quedaba la oficialidad. Lo que se vivía en los Reales Alcázares entre mezcla de protocolo y menú con metáforas culinarias. Llegaba el pregonero cobijado por un paraguas despojado del chaqué pero con pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. A esa hora en la que el estómago clama por un buen condumio y las copas de cervezas se van jalonando acompañadas de elogios y comentarios con colmillo. Entre el gris que imperaba en la indumentaria sólo destacaba la alegría cromática que ofrecía a los presentes el vestido de la consejera de gloria Esther Ortego, cuyo movimiento de melena era el único atisbo primaveral de una jornada condenada al monocorde sonido de la lluvia.
Cuando los camareros servían el pescao frito en el típico cartucho, el prelado hispalense apremiaba desde el salón gótico del palacio mudéjar a entrar a todos los presentes. Había prisa este año. A las seis de la tarde se celebraba la eucaristía de acción de gracias por el nombramiento del Sumo Pontífice, a la que muchos de los invitados al citado almuerzo estaban (en principio) invitados. Cuando uno de los congraciados con esta cita tomaba asiento en la mesa asignada se percataba de que quedaban por degustar los platos descritos con el barroquismo propio: corona de langostinos con salmón poche sobre verde y salsa americana (nadie avisó para mal dentario de las congeladas peras que la acompañaban), wellington de pato confitado con foie y piramides de chocolate blanco y negro.
Al instante de que este condumio -regado con Señorío de Heliche- era pretérito llegaba el turno de los discursos. Este año, por premura, no dio tiempo a que la modorra hiciera acto de presencia. Tomó la palabra el secretario del Consejo de Cofradías, Carlos López Bravo, y luego lo hizo el presidente, Carlos Bourrellier, que hizo un largo resumen sobre el Pregón mencionado dos horas antes. Después le llegó el turno al protragonista del día, Francisco Javier Segura, quien volvió a reclamar su pertenencia a las "cofradías de vísperas y gloria", así como el hecho de que el Pregón es "un primer paso en todo lo que significa esta andadura".
Acabada su intervención se subió al atril el alcalde de la ciudad, quien después de incidir en que el Pregón le "había engrandecido como persona y como cofrade" no dudó en ningún momento en alabar al arzobispo de Sevilla, de quien llegó a decir -en base a su amistad cuando fue delegado del Gobierno en Castilla la Mancha y monseñor Asenjo ostentó el cargo de obispo auxiliar en Toledo- que "tenemos una suerte tremenda de tener a un pastor como monseñor". En declaraciones previas, Zoido aseveró que el pregón de Francis era "el que Sevilla necesitaba".
El último en intervenir fue el arzobispo, quien alabó la disertación del pregonero "tanto en lo literario como en lo conceptual" y su "hermosura confesante en estos momentos que tenemos una fe vergonzante". Después, monseñor Asenjo habló de la Calle Dorada de Sigüenza que mencionó el pregonero y del nuevo Papa. Pero para entonces la lluvia había teñido de otoño el Domingo de Pasión. En el paladar quedaba un regusto por la reconciliación con el Pregón y en la memoria una palabra nunca antes oída: Effetá. Siempre es bueno acabar con algo aprendido y más cuando se está a seis días de un nuevo Domingo de Ramos.
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