El Palquillo

El Metro, cuestión de cofradías

Un nazareno de la Borriquita baja las escaleras del metro

Un nazareno de la Borriquita baja las escaleras del metro / D.S

Si verdaderamente es cierta aquella máxima que reza que la belleza salvará al mundo, no asalta duda respecto a la reconocida inmortalidad de Sevilla. Sin embargo, lejos de este discurso no exento de razón pero cada vez más presuntuoso, superficial y vacuo, los sevillanos reclaman cada vez con más insistencia y justicia que su ciudad deponga una actitud conformista y abnegada y que se adapte, a todos los niveles, a los avances y necesidades que el hoy nos exige: industria, empleo, generación de riqueza, bienestar social, reducción de desigualdades y, por supuesto, infraestructura.

Es Sevilla una ciudad notablemente deficitaria en infraestructuras básicas. Vanas promesas se disparan y cruzan entre los diferentes arcos políticos pero la realidad es que la Panacea jamás se materializa y el sevillano, razonablemente harto, se reinstala en el cinturón metropolitano o, resignado, cumple con sus obligaciones entre el hastío y la desidia hasta que emerja una posibilidad mejor. Es inconcebible que una ciudad de más de 600.000 habitantes -entre las cinco primeras del país- no cuente con conexión directa entre su estación de trenes y su aeropuerto o que en veinte años nadie haya sido capaz de acordar una conexión entre Coria del Río y Dos Hermanas, una solución que aliviaría de manera drástica la tensión del tráfico. Resulta admirable el trabajo de una flota de autobuses que, en su cobertura a barrios periféricos cada vez más poblados, tan solo pueda ofrecer en ocasiones una frecuencia de paso de hasta media hora. ¿El Tranvibús? Una solución plausible pero intermedia, insatisfactoria, que solo detiene puntualmente una hemorragia incontrolable. Y, por supuesto, es incomprensible que una sola línea de Metro, transporte esencial en cualquier ciudad europea que se precie, se encargue de abastecer a cientos de miles de personas.

Todas estas cuestiones afectan directamente al desarrollo vital y ocioso del sevillano y, por ende, del crecimiento de la propia ciudad. Más esperas, más hartazgos y más emisiones contaminantes. ¿Cuántos desplazamientos diarios en vehículo privado evitarían, al menos, tres líneas de metro? En estos casos, ante la dejadez institucional y los papeles mojados, la única salvación es la organización ciudadana, la presión civil y apartidista. En estas últimas semanas, la Asociación Sevilla Quiere Metro, que trabaja incansablemente por la consecución de una red de suburbanos ajustada a nuestras necesidades -el asunto ya está en Bruselas- se ha puesto en contacto con numerosas hermandades penitenciales de nuestra ciudad por dos cuestiones: primero, para conseguir su adhesión y apoyo al proyecto y, segundo, para estudiar los beneficios y posibilidades que varias líneas de metro aportarían a estas instituciones vertebradoras, en buen porcentaje, de la vida social de la ciudad.

Nazarenos de San Bernardo abandonan la estación de metro Nazarenos de San Bernardo abandonan la estación de metro

Nazarenos de San Bernardo abandonan la estación de metro

A día de hoy, se han unido a la iniciativa las hermandades del Carmen, La Sed, Dulce Nombre de Bellavista, Pasión, La Cena, La Paz, La Exaltación, El Valle y Las Aguas, aunque la asociación ha contactado con casi todas las cofradías penitenciales. El ilusionante denominador común de estas adhesiones es la diferenciación geográfica de las corporaciones: desde Nervión a Bellavista, pasando por el Salvador, los Terceros o el Arenal. Y resulta especialmente significativo y loable que hermandades del centro -cuya conversión a un mero decorado avanza a pasos agigantados- se involucren en esta causa. Aunque el número de nazarenos y participantes haya crecido en Semana Santa (es lo que nos dice el conteo) la vida diaria de algunas de estas hermandades se resiente progresivamente: los hermanos viven cada vez más alejados del casco histórico y la comodidad que les facilita una hermandad de barrio inspira mayor interés. Ahí está Sevilla Este, a un paso de ver nazarenos por sus calles, o Pino Montano o La Milagrosa, que aumentan su nómina de hermanos exponencialmente en cada jura. Para las de barrio también, por supuesto; pero para las cofradías más céntricas el desarrollo de una ambiciosa red de metro permitiría una mayor participación de todos sus hermanos o, incluso, un mayor crecimiento ahora imposibilitado, en parte, por las complicaciones de desplazamiento. Además, favorecería la integración de estos barrios periféricos. 

Sea como fuere, es una simbiosis de la que todos nos beneficiamos: mejora la calidad de vida de la ciudad, se resuelven problemas reales del siglo XXI y, en clave local, crecen las hermandades. Unas entidades centenarias que, como ha ocurrido en otros casos de la historia, se hallan ante una oportunidad única de ejercer como utilísima herramienta social y de presión bien entendida. Además, cumplen así con su fin más esencial y primigenio: divulgar e intensificar su credo, su razón de ser, a todos los rincones de la ciudad, y que las imágenes estén a tan solo tres paradas de todos sus devotos. 

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