Así trato yo a mis amigos

La gravedad de la crisis, su impacto en la opinión pública, depende no sólo del hecho en sí, sino de su percepción

Cliff Richard en el grupo joven

Imágenes de la concentración en la Macarena
Imágenes de la concentración en la Macarena / Juan Carlos Muñoz

02 de julio 2025 - 17:01

"Los libros, el estudio, la reflexión y la discusión -que no rehúyo- me ayudan a formular lo que la experiencia me enseña". Esta era la confidencia que le hacía San Juan Pablo II a André Frossard en la larga entrevista que dio lugar a la publicación del libro ¡No tengáis miedo! (1982), a modo de esbozo autobiográfico.

Trato de aproximarme a su consejo a propósito de “lo de la Macarena”. No emito ningún juicio de valor sobre los hechos. No tengo competencia técnica ni información suficiente, y si la tuviera tampoco opinaría por respeto a la hermandad y a las personas que la integran, desde el hermano mayor hasta el último hermano incorporado a su nómina; pero sí reflexionar sobre lo sucedido, para tratar de encontrar alguna enseñanza que enriquezca la experiencia.

Atendiendo solamente a su dimensión sociológica una hermandad es un conjunto de relaciones humanas reunidas en torno a una devoción y emociones compartidas. Las emociones no constituyen un vínculo sólido, como consecuencia las hermandades son terreno abonado para generar pequeños conflictos. Unos conflictos que no impiden el funcionamiento ni alteran los fundamentos, pero van creando una sensibilidad propicia para el estallido de crisis que, esas sí, afectan profundamente a la organización y ponen en discusión sus valores fundamentales.

Las crisis se caracterizan por lo imprevisto de su aparición y la rapidez con que se desencadenan, llegando a situaciones impensables sólo unos momentos antes. Normalmente tienen una fundamentación real, no se provocan con bulos fácilmente desmontables. Una crisis puede ser, para bien o para mal, el detonador que desafía los presupuestos base de la organización y provoca su reformulación.

El abordaje de una crisis tiene un procedimiento reconocido: definir la crisis, acotarla y preparar la gestión de la misma. No precipitar decisiones, ni actuar por reacción. Todas las actuaciones han de estar insertas en un plan de gestión de crisis.

Como ocurriría en una organización empresarial lo primero es proporcionar información completa y detallada a los superiores, en nuestro caso a la autoridad diocesana. Que conozcan los hechos desencadenantes de la crisis de primera mano, no a través de terceras personas.

La gravedad de la crisis, su impacto en la opinión pública, depende no sólo del hecho en sí, sino de su percepción, por eso importante conocer y asumir el punto de vista de los distintos grupos de hermanos, previamente identificados: hermanos sencillos que se sienten heridos en lo más íntimo de su devoción; otros más reflexivos y con mayor capacidad de análisis, que se formulan interrogantes serios; también hay quienes aprovechan para ajustes de supuestas cuentas pendientes; los que tienen afán de protagonismo, o ven oportunidades electorales. Luego siempre están quienes aprovechan estas situaciones para tratar de ridiculizar a la Iglesia y a sus hermandades.

Importa también, y mucho, prestar atención individualizada a los medios, a los creadores de opinión. No para ganárselos y que se pongan de nuestra parte, sino para que tengan información veraz y sincera de primera mano, sin filtros, con la que puedan elaborar libremente su criterio e información.

Ante un panorama tan diverso y complejo la respuesta a una crisis debe ser profesional, serena y rigurosa, no ir improvisando o reaccionando según se vayan desarrollando los acontecimientos. Seleccionando nuestros públicos preferentes y evitando la deriva a temas con implicaciones éticas o que afecten a la dignidad de las personas.

En todo este proceso es decisivo decir la verdad, decirla cuanto antes, repetirla frecuentemente. Comunicación es relación entre personas, no publicación de notas informativas. Transmitir empatía, preocupación auténtica por todos los públicos.

¿Es difícil?, digamos que no es fácil, pero posible si se cuenta con un equipo dispuesto a cerrar filas aceptando el liderazgo sin reticencias.

Me queda algo por decir: el mandato del actual hermano mayor ha sido excepcionalmente bueno, en todos los sentidos; pero Dios le tenía reservada esta última “sorpresa” para evitarle la tentación de marcharse envanecido de su labor. “Así trato yo a mis amigos”, le dijo el Señor a Santa Teresa al permitirle toda serie de penalidades en su viaje a Burgos a fundar un nuevo convento. “¡Ah, Señor, por eso tienes tan pocos!”, le contestó la santa. En medio de sus penalidades personales e institucionales, al hermano mayor le debe caber la satisfacción de merecer ahora el trato preferente de amigo de Dios.

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