EL TIEMPO
La lluvia regresa este fin de semana a Sevilla

Alfombra de Vilima al Pumarejo

Celda y ágora. En la XXIV edición de los Goya hubo sevillanos que los entregaron, los recibieron o estuvieron nominados. Y la ciudad como lugar de rodaje y producción.

16 de febrero 2010 - 05:03

LA vigésimo cuarta gala de los premios Goya fue un Ocnos cinematográfico. Como en el libro que Cernuda escribió en su exilio de Glasgow (tiene razón Aquilino Duque: una obra imprescindible para conocer y amar esta ciudad o para conjugar estos verbos como sinónimos), ni una sola vez apareció la palabra Sevilla, pero su presencia fue permanente en la ceremonia.

Para empezar, la lluvia de ocho Goyas para la película Celda 211 fue el resultado de la imaginación de un periodista sevillano. Así lo reconocieron al recoger sus respectivas estatuillas Luis Tosar, Goya al mejor actor, y Daniel Monzón, Goya al mejor director. Los dos mencionaron la mediación fundamental en esta historia de Paco Pérez Gandul, con lo que Tosar, gallego de Lugo, que recibió la efigie de Javier Bardem, rescató el alma de Latino de Hispalis surgida de la imaginación del marqués de Bradomín.

La celda le ganó al ágora en este duelo de geometrías. El apellido del cineasta vencedor, que tumbó en la lona de los honores a Alejandro Amenábar, le daba al duelo unas connotaciones de pugilato. Ganó Monzón en el penúltimo asalto. La imaginación del reportero y novelista sevillano no fue la única presencia de la ciudad.

La liturgia de los premios la inició Paz Vega, la trianera que un buen día se fue a Madrid para debutar en televisión como hija del Fari en su papel de taxista en Menudo es mi padre. Esta Carmen de Aranda, que no la de Merimée, se casó con un venezolano y es amiga de Morgan Freeman. El otro sevillano que participó en la entrega de los premios fue Juan Diego, genio de Bormujos, historia viva del teatro y el cine español.

Sonó en las nominaciones After, película del director sevillano Alberto Rodríguez, cómplice con Santi Amoedo de El factor Pilgrim que trajo aire fresco al cine patrio. Otro de los premiados fue Mateo Gil, que hace más de una década llevó al cine la novela Nadie conoce a nadie de Juan Bonilla. Una controvertida historia sevillana con música de Amenábar que profetizó la demolición del pabellón del Vaticano de la Expo 92.

Antonio de la Torre se ha consagrado como uno de los actores más versátiles. Malagueño de nacimiento, cuando los rodajes lo dejan o los guiones se lo exigen se le ve haciendo footing por la Alameda, Relator y el Pumarejo. Sevillano de adopción, aquí se hizo un hueco como periodista antes de iniciar una doble vida que con las demandas de los directores se ha convertido en múltiple. Estaba nominado en el podio de Tosar, segunda presencia consecutiva tras el oro cinematográfico del año pasado con Azuloscurocasinegro. Ahora luce el look de su actual rodaje, Balada triste de trompeta, con dirección de Álex de la Iglesia, que ha vivido la primera entrega de los Goya como presidente de la Academia de las Artes Cinematográficas.

Álex de la Iglesia rodó en los almacenes Vilima su película Crimen Ferpecto, con guión suyo y de Jorge Guerricaechevarría, Goya al mejor guión adaptado por su traslación al lenguaje cinematográfico, el sánscrito de Ben Hecht, de la historia carcelaria de Pérez Gandul. ¿Cuántos jornales ha generado la imaginación del autor de la novela? El productor, cuando subió a recoger su estatuilla, ni lo mencionó. Y eso que no se privó en su dedicatoria. Sólo le faltó la repartidora de chuches, que diría Pepe Guzmán.

Yo también es una película producida en Sevilla. La primera protagonizada por un joven con síndrome de Down. A Pablo Pineda le dedicó su Goya Lola Dueñas. La actriz tiene la misma cara de su madre, María Rodríguez, a la que conocí cuando era la mano derecha de Jesús Quintero en El loco de la colina. La mano izquierda era Javier Salvago. María se fue con la Pantoja. Estrella trianera. Aquí Paz y después Vega.

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