Calle Rioja

De Altamira a la Maestranza: un ‘paseíllo’ con Juan Valdés

  • El artista pacense ha recogido en su obra escenas de la tauromaquia y tiene en su estudio un rincón taurino con cuadros que le regalaron primeras espadas de la fiesta

El pintor Juan Valdés, en una entrevista anterior, en su estudio.

El pintor Juan Valdés, en una entrevista anterior, en su estudio. / Juan Carlos Vázquez

En una de las zonas de su estudio hay un rincón taurino: trajes de Curro Romero, de José María Manzanares, de Rafael de Paula, de José Antonio Campuzano, que hasta le brindó un toro. A todos ellos los ha retratado, aunque la temática taurina es uno de los muchos motivos que llama a las puertas de la inspiración del pintor Juan Valdés (Badajoz, 1942). Hoy su pintura, que goza de prestigio y reconocimiento, pasa ya por ser académica en el sentido de su magisterio, pero de niño y adolescente lo echaron hasta de tres colegios “porque siempre estaba dibujando”.

Recientemente habló en Ibercaja de sus relaciones, como artista, con la tauromaquia. Es un encuentro entre dos artes, un binomio casi renacentista, especialmente en una ciudad que se enriquece con las dualidades de Velázquez y Murillo como las de Joselito y Belmonte. “El toro como objeto artístico también ha existido en Grecia, en Roma o en Francia, pero el caso de España es excepcional”.

No se baja al albero dialéctico o conceptual de la fiesta nacional, pero se remonta a la zoología. “La singularidad del toro bravo es que es un animal que vive solo. Al vivir solos, se cabrean más. A lo largo de la historia han existido animales salvajes, muchos se extinguieron con las guerras que ha habido en Europa y en el mundo”.

La pintura es muy tentadora. Se ve en las galerías, en las tiendas de souvenirs. “Muchos pintores se acercan a la tauromaquia de una forma superficial, sin conocerla. Y existen unas claves fundamentales que se llaman tradición o esencia. Es como cuando estás escuchando flamenco. El ole, que es común en el tablao y en la plaza de toros, tiene que salir en su momento, no sin venir a qué. El toro tiene su rito. El torero lo afronta con la muleta y con el capote”. No deja de ser un baile. Por eso Salvador Távora tenía el anhelo para la Expo del 92 de un espectáculo en la Maestranza con el cante de Camarón, la guitarra de Paco de Lucía y el toreo de Curro Romero, que entonces todavía seguía en activo. Pero Camarón, al que Juan Valdés tuvo ocasión de conocer, se murió el 2 de julio de ese año 1992.

La superficialidad está en el acercamiento artístico al toreo y al flamenco, que son como parientes, alientos tectónicos surgidos de cráteres vecinos. Juan Valdés heredó la afición de los toros de su padre, que recibía puntualmente la revista El Ruedo. Con cinco años quedó huérfano de padre y con ocho perdió a su madre. Los dos tenían 33 años cuando murieron. Lo educaron sus abuelos, Agustín y Julia. Él, con una disciplina militar; ella, hija de un pastor analfabeto, con la cultura de la vida. Llegó a Sevilla en la cabina de un camión y se forjó a sí mismo. Este artista que es hijo predilecto de su Badajoz natal, que recibió la medalla de Andalucía y para el que ha posado la Familia Real, tanto los Reyes actuales como los Eméritos, empezó pintando autobuses. En el argot taurino, empezó como se iniciaban los espontáneos en las plazas de tercera.

“Soy aficionado a los toros y alguna vez he toreado. Con los hermanos Campuzano probé con una vaquilla en una finca de Huelva. Otra vez en Alcalá de Guadaíra me invitaron a un festival benéfico con los futbolistas del Betis y también hice mis pinitos”. La tauromaquia le atrae para la pintura “como todo lo que me motiva”. Basta con asomarse a su estudio y ver la variedad de sus obras en ciernes, de sus arrebatos pictóricos. “A veces el cuadro te dice: no me toques más”.

Cuando compara el toreo con el flamenco, no es retórica. Uno cierra los ojos y se imagina un cuadro flamenco con artistas a los que trató y ha retratado: al baile, Mario Maya; al cante, Camarón; al toque, Manolo Sanlúcar. Extremeño de cuna, en su vida hizo un trasvase del Guadiana con el Guadalquivir. Los dos ríos tienen su Sanlúcar, una fronteriza con Doñana de la que salieron los marineros que le dieron la primera vuelta al mundo, otra en Huelva junto a la vecina Alcoutim portuguesa.

Pintura y Toros. Ese tándem pasa necesariamente por Goya y Picasso. El primero da nombre incluso a la Goyesca de Ronda, esa fiesta que apadrinó Antonio Ordóñez en la patria adoptiva de Orson Welles y Hemingway. “La pintura es lo primero que ha existido”, dice Juan Valdés. “En España existen 19 cuevas prehistóricas y no se conservaron ropas ni utensilios. Lo único que quedan son las pinturas de esos precursores de la tauromaquia”.

De Altamira a la Maestranza parafraseando el título del libro de Historia de Fernando García de Cortázar: De Atapuerca al euro. Su estudio está lleno de carteles de fiestas primaverales, ese puente de fechas y de primavera entre la Semana Santa y la Feria. “Como yo no bebo, en la Feria mi vaso siempre lo verás lleno”. Ha hecho muchos carteles taurinos y no da crédito a algunos de los que eligen los maestrantes para anunciar la temporada de Sevilla. “Es que no tienen ni puñetera idea”. Nada sensible le es ajeno: por eso pinta toros, paisajes, paisanajes (es un consumado retratista), amaneceres y pliegues de una bata de cola, con lo difícil que es capturar en una hora de pincel la décima de segundo de un movimiento de Matilde Coral o Cristina Hoyos.

El Carnaval de Venecia es otra de sus fuentes de inspiración. “Si llevan adornos que no me gustan los cambio y lo mismo hago con las caretas. Más que realista, mi pintura es una interpretación de la realidad”. Del Carnaval en la ciudad natal de Casanova a la novela de Thomas Mann, Muerte en Venecia, que llevó al cine Visconti.

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