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América ya estaba descubierta

  • Paisanaje. Dos familias Ferrer unidas por un cambio de rumbo: la de Vicente Ferrer volvió de América y acabó en la India, la de la papelería dejó el barco en Cádiz y recaló en Sierpes

Moncho Ferrer, hijo de Vicente Ferrer, en el escaparate de la Papelería Ferrer.

Moncho Ferrer, hijo de Vicente Ferrer, en el escaparate de la Papelería Ferrer. / Jorge Garret

EL elenco de artistas en Caixaforum era impresionante: Beatriz Crespo, Miguel Vargas,Manuel Imán, Rosario Solano y Chemón Cortés. Con la sorpresa de la Sinfonietta del colegio San Francisco de Paula dirigida por Michael Thomas, ese músico británico afincado en el Aljarafe que llegó a grabar con Paul McCartney. El objetivo era sumarse a los actos del cincuentenario de la Fundación Vicente Ferrer. Como me tocó entrevistar con público a Moncho Ferrer, el hijo de ese santo laico, me sentí un Peter Sellers en El Guateque a la inversa, un ‘rostro pálido’ entre indios de la India que se había equivocado de arty. Uno de esos hijos de Peter Sellers del relato de verano de mi compañero Braulio Ortiz Poole.

Ayer, Moncho Ferrer visitó el Ayuntamiento de Sevilla y acompañado por su primo Jordi Folgado Ferrer, director general de la Fundación, y Rafael Carmona, delegado en Sevilla, llegaron a la redacción del periódico para que le hiciera una entrevista (sin público). Al fin y al cabo, la Fundación tiene su sede en la calle José Laguillo, nombre de un periodista que dirigió El Liberal.

Al salir de la redacción de Rioja les sugerí que fueran por Sierpes hasta La Campana. Desde 1856, el apellido Ferrer se asentó en Sevilla en la papelería con ese apellido. Con la misma vocación viajera. Vicente Ferrer llegó con meses a Cuba, de allí a Argentina, nuevamente a Cuba y finalmente regresan a España para afincarse en Gandía. En la patria de la fideua y de Ausias March nombraron a Vicente Ferrer hijo predilecto. Su sobrino Jordi, hijo de su hermana Teresa, me contaba que la familia gozaba de mucha popularidad en Gandía, donde regentaban una fonda donde solían ir a comer los toreros.

José Ferrer Poch y Josefa Vidal, barceloneses de Capellades, también tenían intención de hacer las Américas. En 1856 viajan desde Barcelona hasta Cádiz para coger un barco. Les dicen que sólo salen dos al año y deciden esperar en Sevilla. Por ascendencia familiar, abren una papelería y descubren que su América estaba en la calle Sierpes. Esa es la etimología de los jándalos a los que dedicó un poema Gerardo Diego: montañeses que camino de América se asentaban en Andalucía.

La Papelería Ferrer ya está en su cuarta generación. Llevan las riendas del negocio las hermanas Estrella y María del Carmen, bisnietas de los fundadores, de los que como los moros del poema de Villalón y el río Guadalquivir al final no se quisieron ir. Antes de comparecer en Caixaforum con Moncho Ferrer, fui a la papelería Ferrer a contárselo a Estrella. No estaba porque acababa de tener un nieto. La bisnieta de los pioneros había sido abuela.

La foto de Moncho Ferrer en la puerta de la Papelería Ferrer es una emoción al cuadrado. En 1856 abre la papelería en Sierpes, centenaria como La Campana y la sombrerería Maquedano. Ese mismo año, como recordé en la charla con Moncho Ferrer, bautizan la montaña más mítica del Himalaya como Everest, apellido de uno de los supervisores británicos de la India.

Sirva este papel de papelería con membrete de la India y elefante de Cartago para evocar el aire abierto de esos catalanes en tiempos de cerrazón y alpargata.

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