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Avería en el 'Fortuna': Cuando Chipiona era Sanjenjo

  • Narrativa. José Antonio Ramírez Lozano presenta 'Pasodoble', el libro número 102 de su producción literaria, una incursión humorística en la realeza y en la prensa del corazón

Ramírez Lozano firmando un ejemplar de su novela 'Pasodoble'.

Ramírez Lozano firmando un ejemplar de su novela 'Pasodoble'. / Juan Carlos Muñoz

Este fin de semana se celebra en Sevilla un nuevo encuentro de las Casas Regionales. No hay región, autonomía, comunidad histórica o como queramos llamarla donde no haya conseguido un premio literario José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950). Un pueblo de la Extremadura profunda muy próximo a la localidad de Feria. Como la canción de Pepe da Rosa, de Cabo de Gata hasta Finisterre…, este hombre ha conseguido galardones en novela y en poesía desde Irún hasta el Moguer juanramoniano.

La semana pasada este antiguo profesor de Literatura en distintos institutos (se nota que pasó por el Mateo Alemán) presentó en la Casa de la Provincia su libro número 102, Pasodoble (Extravertida). Una historia que había guardado en formol y que un cuarto de siglo después, tras mendigar su publicación en diferentes editoriales que miraron para otro lado, se lee con la frescura de algo que hubiera ocurrido hace un cuarto de hora. Arranca con una cita de Luces de bohemia porque esta novela es un compendio de elementos de la comicidad del esperpento de Valle-Inclán, la serie La que se avecina, la película de Jacques Tati Las vacaciones de Monsieur Hulot y las viñetas de 13 rue del Percebe.

En tiempos del empalago de la novela histórica, el romanticismo tardío, el pesimismo antropológico y la autoficción, estamos ante un caso de novela profética. Hubo un tiempo en que Chipiona era Sanjenjo y había un rey con el yate Fortuna averiado, pero que soñaba con patronear un petrolero de Algeciras a Estambul, el Mediterráneo de la canción de Serrat; profecía de ese mismo rey, Juan Carlos I para más señas, que vio cumplido su sueño con ese destierro en Abu Dabi, Estoril de los moros que sí se quisieron ir, al revés del poema de Villalón. Un rey que la alta y media-alta sociedad chipionera atisba entre catalejos, periscopios y mucha imaginación. Un monarca todavía pletórico, anterior a Corinna y a Botswana, al rey caído de la biografía hagiográfica que le dedicó la autora francesa Lawrence Debray, hija de revolucionarios. Escribir en España es llorar, dicen que escribió Larra; leer a Ramírez Lozano es la risa o la sonrisa garantizada. Un humor cáustico y desinhibido que recuerda a El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza, Alacranes en su tinta, de Juan Bas, o Las hermanas coloradas, una de las novelas de la serie de Plinio, jefe de la policía municipal de Tomelloso, de Francisco García Pavón.

La escribió hace tanto tiempo que algunos de los personajes ya han fallecido: Julio Anguita, Rocío Jurado o la duquesa de Medina-Sidonia. Hay una escena en el palacio de la duquesa roja, que los invita a un almuerzo benéfico con lentejas de primero y de segundo (el plato favorito de la duquesa rosa, Cayetana de Alba), un episodio inspirado en un sucedido real que le contó al autor Julio Manuel de la Rosa. Pasodoble puede pasar a formar parte de la biblioteca de libros en los que se habla de Rocío Jurado. Algunos se los regalé personalmente a la cantante de Chipiona: las novelas Los tornadizos, de Antonio Cascales, y Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite. Después ha aparecido en el libro de Marina Bernal, Canta, Rocío, canta; en Los últimos días de la izquierda, de Felipe Alcaraz (a Teresa Rodríguez, alcaldesa consorte de Cádiz, le preguntaron en televisión por las dos personas que más habían influido en ella "y Teresa respondió que Rocío Jurado y su madre"); además de en Pasodoble, se habla de Rocío Jurado en el libro El Loco, de Jesús Melgar, "biografía no autorizada ni consentida de Jesús Quintero".

Además de las bajas por los imperativos del tiempo, hay muertos que hablan, como Lola Flores, doña Concha Piquer o Manolo Caracol. ¿De qué extrañarse? En El año de la muerte de Ricardo Reis, José Saramago, a un mes del centenario de su nacimiento, hace hablar a Fernando Pessoa en los primeros meses de 1936, poco después de su muerte. Ramírez Lozano confiesa que es más del pasodoble que de la ópera, más de Cela y Delibes que de Javier Marías. Cree que la narrativa española adolece de buenos diálogos, "se nota no cuando hay dos personajes, sino cuando tienen que hacer hablar a cuatro"; maestro en estas situaciones porque en la playa se pisan con la arena y con la palabra ante el acontecimiento del yate Fortuna, trasunto del Tiburón de Spielberg.

En tiempos de Caballero Bonald y Julio Manuel de la Rosa este territorio entre Chipiona y Sanlúcar fue asentamiento veraniego de escritores, de novísimos andaluces. La novela tiene un punto metaliterario: un cura de Paymogo, la patria fronteriza entre Huelva y Portugal, donde nació José María Vaz de Soto; un papel episódico de amistad para Joaquín Márquez, patriarca de esta zona; y dos perros cervantinos, Cipión y Berganza, en el Campo de Agramante que noveló el propio Caballero Bonald.

Hay un pizzero que se comunica con Sofía Loren, un terrorista escurridizo y temblón, un vigilante de película de Ozores en una playa que suena a Visconti, y una serie de damas que parecen extraídas de las páginas del ¡Hola!: Matildita Pérez del Amo, Trinidad Ruiz de Vivancos, Soledad Bascones y Díaz de Añabate… una serie de Gunillas autóctonas.

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