El Belén de Sevilla
Tribuna de opinión
El hallazgo de un “tesoro”, el libro titulado ‘La paradoja de la historia’, lleva al autor del artículo a indagar en el origen de la representación del nacimiento de Jesús
Una de esas tardes navideñas en las que deambulas por las calles sin ningún tipo de rumbo, que te dejas llevar por la corriente humana, que observas con estupor los innumerables grupos de personas que se apelotonan para admirar el decoro urbano de luces y colores, más que la grandiosidad de la propia ciudad, como si en el resto del año no existiese, como si las calles por donde camina fuesen sólo un invento navideño, me pude refugiar en ese espacio inmaterial, en ese templo del saber, que hoy representa la Casa del Libro. Como muchas tardes al año, me sumergí en las páginas de algunas de las novedades editoriales, novelas de misterio, novelas amorosas, algunos ensayos, biografías y, cómo no, alguna monografía de historia. Como muchas tardes al año, pude evadirme de las cuestiones mundanas, cotidianas, que nos hacen perder la fragancia especial de la propia vida, el gusto de pensar, meditar e interpretar la realidad en que vives. Y como muchas tardes al año, me encontré con un tesoro, un ensayo que tenía el título de La paradoja de la historia, una magnifica obra de Nicola Chiaromonte, una reflexión sobre la relación de los individuos con los acontecimientos históricos que cambiaron el destino de Europa, desde las conquistas napoleónicas hasta la Primera Guerra Mundial, a través de la semblanza biográfica de algunos grandes autores como Tolstoi, Sthendal o Pasternak, entre otros. Su lectura me hizo pensar, me hizo reflexionar, en aquella tarde invernal navideña, que a lo largo de la historia de las sociedades, al igual que en nuestra propia vida, ocurren ciertos hechos que quedan sepultados por los cambios estructurales sin que en algún momento resurjan a la luz. Lo paradójico de la historia es que se podían reproducir algunos hechos que perteneciente al pasado, que nunca nadie refirió. Lo paradójico de la historia es que se reproduzcan hechos que creímos perdidos en el tiempo y vuelvan a resucitar.
Y es que en nuestra propia ciudad de Sevilla pudo existir uno de esos acontecimientos que, por falta de referente documental, quedaría extinguido con el tiempo, enterrado. Es posible que fuera una paradoja el hecho de que pudiera ocurrir un acontecimiento insólito en un punto geográfico y temporal muy distante, que cambiaría la identidad de una ciudad, y no hubo ningún cronista que lo relatase. Es posible que un acontecimiento, ocurrido en la Navidad de 1223, en la ciudad de Greccio (Italia), no quedara indiferente. Es posible que este episodio protagonizado por San Francisco de Asís proyectara por primera vez la primera representación viviente del Misterio de la Vida, el belén, que sería recogido en la Leyenda Mayor en su capítulo 7. No cabe duda que este episodio quedaría inmortalizado por el pintor Giotto para ornamentar la basílica Menor de Asís. Quién sabe que uno de sus compañeros difundiera dicha tradición por los distintos conventos seráficos que se fueron fundando a lo largo del siglo XIII. Quién sabe si uno de esos compañeros entrara en Sevilla en 1248, con Fernando III, y en el primitivo núcleo del convento grande, ubicado muy cerca del actual arquillo, emulara la escena que el propio Francisco hiciera en Greccio. Quién sabe si fuera en este primer espacio donde habría nacido el primer belén de la ciudad. Quién sabe si unos años después, a instancia de los propios franciscanos, y ubicado después en el convento de Santa Clara, la Roldana esculpiera un maravilloso grupo, hoy conservado en el convento de Santa María de Jesús. Lo paradójico de esta historia es que el convento de San Francisco desapareció, el referente del belén de Greccio quedó olvidado; el lugar donde inicialmente estaba colocado pudo desaparecer, siendo hoy un espacio de tránsito hacia la Plaza Nueva. Lo paradójico de esta historia es que habiendo perdido sus propias raíces, en la actualidad, vuelva a situar su belén en el arquillo de la ciudad, cerca del lugar en que, quién sabe, Sevilla descubrió en el primitivo espacio conventual la grandiosidad de la escena del Nacimiento de Jesús, a instancia de un franciscano venido de Greccio.
Y quién sabe, lo paradójico de esta historia quedaría indiferente sin producirme a su vez una constante vital en mi propia vida. No puedo relatar con precisión cuando descubrí el belén en mi propia experiencia personal, ni siquiera si fue en mi propia casa, en las de mis abuelos o en las múltiples visitas que realizaba con mis padres a la ya innumerable nómina de belenes que pude contemplar. No puedo relatar con precisión como descubrí a la mula y al buey, a los pastores y magos adoradores del Niño Dios, o a la figura de San José. No puedo relatar con precisión la impresión que me pudiera causar la contemplación de dicha escena. Quién sabe si aquella paradoja del belén de Greccio ocurriera en mi propia vida. La paradoja de alguna persona que perdí su memoria, que emulando a San Francisco, me montó el primer nacimiento de mi vida. Quién sabe si fuera mi propia madre. Quién sabe si fue mi hermano Joaquín en su infancia eterna. Es la paradoja de la vida.
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