Más de César que de Hércules

calle rioja

Alameda. Un cristalero aficionado a la Historia reconstruye el traslado de las dos columnas desde la calle Mármoles y la piedra de Morón para las estatuas y pedestales.

Antonio Rueda Román simula que sostiene las estatuas de Hércules y César que presiden la Alameda. / José Ángel García
Antonio Rueda Román simula que sostiene las estatuas de Hércules y César que presiden la Alameda. / José Ángel García
Francisco Correal

14 de enero 2014 - 01:00

LA Alameda se llama de Hércules, pero Julio César, que comparte el protagonismo con el personaje mitológico en las dos columnas que hacen de portada, relegado por éste en el nomenclátor, lo supera en una cuestión crematística. Diego de Pesquera, el escultor que hizo las dos estatuas que presidirían las columnas desde 1578, cobró 60.000 maravedíes por la estatua de César y sólo 56.250 por la de Hércules. Quizá porque la de César llevaba vestimenta, apunta Antonio Rueda Román en un breve pero interesantísimo estudio sobre estas columas que ha publicado en edición casera con la que obsequia a su distinguida clientela de la cristalería de la Cruz Verde.

El cristalero se ha sumergido en textos de Ortiz de Zúñiga, de José Gestoso, de Justino Matute, para intentar discernir la historia de la leyenda. A veces, ambas cuestiones se funden en una especie de rigor idealizado, una verdad que si no lo fue merecía serlo. "No soy un historiador frustrado, porque estudié Historia. La dejé en quinto porque tuve que centrarme en el trabajo". Discípulo de magisterios tan distintos como los de Paulino Castañeda o Juan Marchena, en su concepto de la historia se considera "muy británico". Se matriculó en 1989, el año de la caída del Muro de Berlín, y ahora, en lo que sería una segunda entrega de lo que ha llamado Monumenticón Sevillano, está investigando la historia y el devenir de las murallas de la ciudad. "Hay restos en domicilios particulares donde los utilizan como muros traveseros".

La Alameda y la muralla se funden en la parte más novelesca de esta historia. Todo empieza cuando en 1574 el conde de Barajas, asistente de la ciudad, nombra al caballero veinticuatro Alberto de Orozco responsable de la reforma de la Alameda. La primera de las muchas, la mayoría no muy afortunadas, que se harían después. Estamos en el último tercio del siglo XVII, llamado de Oro, viven Lope y Cervantes, los barcos traen el oro de Indias y nada se hace en la ciudad sin un carácter simbólico que remita a la opulencia, al poderío.

Nueve carros con 18 ejes fueron precisos para trasladar desde el templo romano de la calle Mármoles hasta la Alameda dos de las ocho columnas de dicha construcción. Otras tres las quiso trasladar Pedro el Cruel hasta el Alcázar, piedras que después se documentaron en el Patio Banderas y en la iglesia de San Lorenzo, y las tres restantes todavía permanecen en Mármoles, antaño calle de las columnas de Hércules.

Bartolomé Morel, fundidor del Giraldillo, cobró quince mil maravedíes por el traslado de estas columnas. "El trayecto implicaba el derribo y posterior arreglo de la muralla", escribe Antonio Rueda. Éste pone en su sitio la autoría sevillana de las estatuas, contra la leyenda romana. Roma no paga traidores y Sevilla paga a los escultores.

Las estatuas de Hércules y Julio César y los dos grandes pedestales sobre los que se asentaron sus respectivas columnas se hicieron con piedra de Morón. El propietario de Cristales Luque le pone nombres a aquel histórico trasiego: los canteros Juan Gaspar, Pedro Montañés y Francisco Sánchez; los carreteros Diego Álvarez y Gonzalo Jiménez.

La intención del conde de Barajas, Francisco Zapata de Cisneros, era construir un paseo con arbolado que acabara con esa insalubre laguna que condenaba a los más desfavorecidos a ser más vulnerables a las epidemias.

El cristalero publicó una antología de lápidas e inscripciones de la ciudad. Conoce la letra pequeña de la piedra. Por ella llegó a la conclusión de que todo quedó en familia: las estatuas de Hércules y César eran dos ejercicios de adulación por analogía con Carlos I y Felipe II, su hijo, respectivamente. Un Escorial a la intemperie rescatado por un macareno, como llamaban a los sevillanos de allende la muralla.

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