TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Carlos Álvarez Leiva. Presidente del Grupo Samu y coronel médico retirado

"Detrás de la proliferación de las ONG hay un enorme negocio"

  • Ha estado en muchos de los escenarios catastróficos del mundo en las últimas décadas. Fue pionero en la aplicación en Andalucía de métodos para atender las emergencias sanitarias.

Nadie puede negar a Carlos Álvarez Leiva su condición de militar. Tiene esa mezcla de autoridad y cercanía, de seriedad y retranca, de sequedad y amabilidad que es fácilmente reconocible para quienes han corrido por los patios de los cuarteles. Su misma escuela de formación del SAMU, en Gelves, donde se celebran todo tipo de cursos y de másteres de la Universidad de Sevilla en emergencias sanitarias, es una versión académica de un hospital de campaña donde un grupo de alumnos descansa al sol de la mañana mientras otro hace instrucción para atender una emergencia por contagio de ébola. Llevan esos monos y esas máscaras que suelen dar a las escenas de las epidemias contemporáneas un aire de ciencia ficción tan irreal como siniestro. "Hay que instruir en las condiciones reales. Hoy se han desmayado dos por el calor", dice Álvarez Leiva. Mientras, en el aula donde se desarrolla la entrevista, no paran de entrar personas para plantearle todo tipos de cuestiones que él resuelve con apenas tres palabras, apuntando siempre al meollo de la cuestión. "Un hombre acostumbrado al mando", piensa el plumilla. Veterano en mil catástrofes (Irán, Indonesia, Haití, Filipinas...), los callos del alma no evitan, sin embargo, que, en algunos momentos, brille en sus ojos una luz de emoción al recordar algunas situaciones. Visitar repetidamente el infierno deja sus cicatrices.

-Usted pertenece a la vieja estirpe de los médicos militares. ¿Por qué decidió unir los dos caminos?

-La militar fue, digamos, una vocación tardía. Ya había cursado mi especialidad y llevaba unos años ejerciendo la Medicina en la vida civil, pero me pareció una oportunidad de enriquecerme con una profesión que me apasionó.

-Uno de sus primeros destinos fue el Sahara, en Tropas Nómadas. ¿Voluntario?

-No, me tocó. Estaba destinado en el Hospital Militar de Las Palmas y, en navidades, me llamó el director y me dijo: "Leiva, te han destinado a Smara". Yo creí que eso estaba en Almería y le dije: "Entonces vuelvo a la Península", a lo que él respondió: "No hijo, no te vas a la Península, te vas al desierto".

-¿Le pareció una faena?

-La verdad es que, al principio, fue chocante. Lo primero, el cambio de uniformidad: sustituir el pantalón, la camisa y la corbata por unos short, unas nailas, una camiseta y un turbante enorme... Fue un cambio absoluto y, al principio, algo traumatizante, pero cambió mi vida completamente.

-Algunos hemos crecido con las historias de nuestros mayores sobre el antiguo Sahara español. Son, casi siempre, recuerdos alegres pese a la precariedad y la dureza, con el brillo dorado de la juventud y de los buenos tiempos.

-El Sahara sublima a la persona. En Las Palmas yo llevaba una vida relajada y agradable, con un nivel bastante acomodado, pero, de repente, me encontré en medio del desierto y tuve que empezar a despojarme... Te quedas desnudo ante la vida y el medio ambiente... Te das cuentas de que tienes que vivir con una escasez de recursos extrema, pero que consigues sobrevivir. Llegas a despojarte de un montón de cosas accesorias y consigues ir más ligero de equipaje... En definitiva, te ayuda a diferenciar lo que es importante de lo fundamental... Eso, junto las heladas e infinitas noches y el tremendo calor del día, es el desierto.

-En el Sahara, usted vivió en primera línea uno de los momentos más críticos de la historia contemporánea española, la Marcha Verde. Me imagino que fue una experiencia frustrante y dolorosa.

-Fue absolutamente traumatizante. Las autoridades dieron unos bandazos tremendos. Yo era un teniente médico joven, un tebib (enviado) como decían los saharauis, con mucha ilusión y energía, y me llamó el gobernador general del Sahara de entonces, el general Gómez de Salazar, para que fuese durante un tiempo ministro de Sanidad en un gobierno de transición que se iba a montar... De aquello pasamos a que, casi sin previo aviso, abandonásemos a nuestras tropas y al pueblo saharaui en aquella terrible mañana de nuestra salida de Smara. La llamada Operación Golondrina [la evacuación de las tropas españolas del Sáhara] fue, como usted dice, frustrante.

-También estuvo en misión oficial, a partir de 1986, ayudando a la Nicaragua sandinista en los tiempos más que difíciles de la guerra de la Contra. Es curioso ver a militares españoles de aquella época colaborando con un gobierno revolucionario.

-No teníamos esa percepción y no hubo choque ideológico. Nosotros fuimos muy bien recibidos y atendidos como la madre patria. Tuve una relación muy directa con el presidente Ortega, que iba en un buick color crema precioso que nadie tenía por allí... Pero, claro, entonces él ya tenía esas capacidades. Fue mi primera misión fuera del desierto. Atendíamos a una población muy necesitada en Estelí, un pueblo muy pequeño y agradable donde montamos un hospital de campaña. En Nicaragua se despertó mi vocación por las situaciones de crisis.

-¿Algún episodio destacable?

-Un día secuestraron a cuatro enfermeras que habían salido al pueblo. Pertenecían a las llamadas damas de Sanidad Militar, un cuerpo lamentablemente extinto, porque eran de una capacidad, una entrega, un rigor y una disciplina absolutamente encomiables. Inmediatamente llamamos a las autoridades y, sorprendentemente, nos pidieron como condición para su liberación lápices, cuadernos y libros de enseñanza básica... Fue una broma de mal gusto para llamar nuestra atención, un susto gratuito.

-No vamos a nombrarlos todos, pero usted ha estado en muchos de los escenarios catastróficos de los últimos años: Irán, Iraq, Turquía, Mozambique, el tsunami de Indonesia, Haití... No quiero hacer un ranking, pero ¿alguno le llamó especialmente la atención?

-Las inundaciones de Mozambique. Llegamos en una situación absolutamente desesperada para atender a una población de unas 60.000 personas que había quedado aislada por el agua en una zona selvática a la que sólo se podía acceder por helicóptero. Era una isla en la que se habían concentrado personas, animales y enfermedades como la malaria y la disentería. La misión era muy difícil y, tal como nos dijo el embajador español, nadie quería acudir. Cuando llegamos nos recibió una monja malagueña de las Hermanas de la Caridad que me dijo: "Bienvenido, comandante. No sabe lo que nos alegramos que llegue España". Por sus indicaciones, empezamos a recoger a los niños desperdigados que estaban colgados de los árboles, perdidos, desnutridos. En seis horas teníamos ya unos sesenta niños lavados y alimentados... Caían rendidos en las tiendas y se pasaron horas y horas durmiendo. Para mí fue la misión más bonita, me marcó mucho.

-El tsunami de Indonesia traumatizó especialmente a la opinión pública occidental... Quizás por la existencia ya de medios tecnológicos que permitieron la grabación y difusión por particulares de imágenes muy dramáticas. También porque afectó a muchos turistas europeos y norteamericanos.

-Lo peor fue el tsunami mediático. Como suele ocurrir, durante los primeros días se produjo tal concentración de recursos y de medios en la zona de la tragedia que, al final, lo que hicieron fue estorbarse los unos a los otros. Para los profesionales de la acción humanitaria fue un problema muy importante. Todos esos medios que se habían concentrado en tan breve espacio de tiempo desaparecieron en el momento en que cesó la presión mediática. A esos profesionales entre comillas que llegan a los escenarios catastróficos y están cuatro o cinco días para después irse los llamamos paracaidistas. No dejan nada, sólo problemas añadidos.

-Y, como se dice ahora, ¿no se han mejorado los protocolos?

-La última catástrofe en Filipinas se ha gestionado muy bien, porque se ha elegido ya un modelo de actuación internacional. En el aeropuerto había un macrocentro de operaciones que lo primero que te preguntaba es lo que traías y que podías hacer. Después de Indonesia y Haití, la Organización Mundial de la Salud ha mejorado bastante los procedimientos. Sobre todo se ha conseguido que no entren en las zonas los que no tiene nada que ofrecer. Antes había muchos paracaidistas. En Filipinas me preguntaron: "Doctor Leiva, ¿ustedes qué traen? ¿tienen grupos electrógenos, agua, medicinas, tiendas?".

-Toda catástrofe tiene consecuencias muy visibles en las infraestructuras y en los cuerpos, pero también el alma y la mente de las personas quedan dañadas. En estas ocasiones, imagino, el hombre saca lo mejor y lo peor de sí mismo.

-Sí, yo he visto las dos cosas. En los primeros momentos, las gentes malas -porque existen las malas personas- van a intentar abastecerse de todo: comida, sexo, agua, seguridad... Estos individuos se convierten en depredadores muy complicados de gestionar si no se cuenta con fuerzas armadas. Sin embargo, es cierto que los depredadores se suelen neutralizar bastante pronto, en menos de una semana, cuando se consiguen reconstruir las fuerzas policiales. Lo peor es la agresión física y psicológica que sufren las niñas o las personas con alguna discapacidad o enfermedad crónica. Sin embargo, lo cierto es que son muchas más abundantes las personas generosas, aquellas que se llegan a privar de cosas para que tú te sientas cómodo y bien atendido, para devolverte el favor.

-¿Cuáles son las peores catástrofes?

-El agua, por exceso o por defecto, es la que causa el mayor número de calamidades en el mundo. Sin embargo, lo más agresivo son los terremotos, porque no sólo destruyen el escenario de la ciudad, sino también las estructuras administrativas, de gobierno, de defensa, de seguridad, de saneamiento... Además hay que tener en cuenta el enorme número de traumatismos médicos.

-Desde hace ya mucho tiempo el cine ha encontrado en las catástrofes un auténtico filón. El público llega a la sala cargado de palomitas, se acomoda en la butaca y se dispone a pasar un buen rato gracias al morbo. ¿Qué le parece esto?

-No es malo que la gente tenga una aproximación a la realidad. Lo que pasa es que, en el cine, esa aproximación no es multisensorial, se queda en los ojos y en los oídos... De alguna manera estas películas pueden sensibilizar al público y predisponerlo hacia las acciones humanitarias.

-Hay personas que desconfían de las ONG. ¿Hay razones para estas dudas?

-En la acción humanitaria hay mucho fraude. Lo que hay detrás de la enorme proliferación de ONG es un enorme negocio. Ahora este problema ha disminuido un poco, pero eso ha sido algo muy lamentable. Hay que tener en cuenta que, después de la guerra, lo que más dinero mueve es la acción humanitaria. Hay que ser muy cuidadosos, porque muchas veces es muy difícil que el dinero llegue a los damnificados. A mí me pregunta mucha gente a quién le daría yo un donativo y les respondo sin ninguna duda: a las organizaciones religiosas. Éstas invierten en el terreno, conocen a las gentes, saben quiénes son los más débiles, están inmersas...

-No podemos omitir la palabra tristemente de moda: ébola. En la crisis por el contagio de la auxiliar Teresa Romero se han vivido momentos de auténtico sainete. Como sociedad, no podemos estar muy orgullosos. ¿Fue buena idea traer a los misioneros enfermos?

-Sí, un estado tiene que estar para proteger a sus ciudadanos en cualquier parte del mundo. Yo he estado en muchos lugares con problemas y me sentaría muy mal que, en una situación de crisis y después de tantos años de entrega, mi gobierno me dejara tirado.

-¿Qué se puede hacer para mejorar nuestra repuesta al ébola?

-En este momento la gestión del ébola se debería centralizar. En Andalucía ya se ha dado un paso y en vez de haber ocho hospitales de referencia hay uno... Aunque quizás habría que poner otro en la zona oriental para disminuir la logística que requeriría el traslado de pacientes. Yo le daría la gestión de una crisis de ébola al Ejército, con un hospital de campaña fuera de la ciudad y con un buen soporte logístico vía aérea para que, por medio de helicópteros, se puedan trasladar allí a los pacientes contaminados... Soy consciente de que lo que estoy diciendo puede parecerle a más de uno un disparate, pero creo que hay que reflexionar sobre si es adecuado tener en España más de treinta hospitales de referencia en medio de áreas metropolitanas.

-Las autoridades sanitarias nacionales y madrileñas, en esta ocasión ambas del PP, no han estado muy afortunadas en la crisis. Se llegó casi a insultar a una señora que se había contagiado por ser voluntaria.

-Hay una norma que no falla nunca: cualquier crisis se carga al político que tiene que gestionarla, sea del partido que sea. En este caso ha habido una serie de actuaciones desafortunadas, empezando por las declaraciones a las que usted hace referencia. Además está la cuestión del perro... No podemos seguir humanizando a los animales. Hay que saber distinguir lo importante (el animal) de lo fundamental (las personas).

-¿Está Sevilla preparada para una catástofre?

-Pongamos las cosas en su sitio: nadie está preparado para una catástrofe, ya que, por definición, ésta siempre supone una desproporción entre los medios que tenemos y los problemas que debemos resolver. Sin embargo, en Sevilla, gracias a Dios, existen muchos recursos e infraestructuras que son una garantía para resolver una situación de crisis. Los españoles no valoramos los magníficos recursos sanitarios que tenemos. En Sevilla, en caso de una emergencia en apenas ocho minutos puede usted disponer de un equipo médico con unas capacidades altísimas. Acuérdese del accidente del Alvia en Santiago de Compostela: médicamente el siniestro se resolvió en menos de cuatro horas a pesar de la caída de la noche... Eso es una auténtica maravilla asistencial.

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