Hijo de Olavide y de Jovellanos
calle rioja
Obituario. El juez de Menores Manuel Rico Lara falleció el pasado viernes a los 82 años. El magistrado era un pequeño gran hombre, como sus dos ídolos, dos gigantes de la Sevilla civil.
PEQUEÑO gran hombre. Como sus dos ídolos, Olavide y Jovellanos, dos gigantes de la Sevilla civil con dos rincones muy discretos en el callejero. Así era él, Manuel Rico Lara, un gigante discreto. Se sabía de memoria las Cortes de Cádiz y era una antología del estado de las autonomías. Se estrenó como juez en Olvera en 1957, el año que yo vine al mundo, y en aquel frontispicio judicial me cupo el honor de ser chófer y testigo. Fuimos hasta Olvera con Manuel Soto, su primer oficial. En la ida viajamos por Morón y Pruna, con parada en la venta Campanitas; de regreso, volvimos por Algodonales y El Coronil, con parada en la venta El Salado, llena de cazadores.
Rico Lara hacía la broma con el Lara Rico para referirse al fundador pedroseño de la editorial Planeta. En 2005 todos los martes pasaba por su casa de la calle Goles para que me contara su exagerada vida. Pequeño gran hombre. Como las pequeñas calles que Sevilla le dedicó a sus dos grandes hombres favoritos, Jovellanos y Olavide. Un asturiano y un peruano que tuvieron que salir huyendo de la ciudad y que tienen sendos guiños del callejero.
Creo que lo último que publicó en Sevilla fue una carta al director de este periódico. Madrileño de cuna (niño republicano nacido en los últimos días del reinado de Alfonso XIII), siempre fue un urbanita de Sevilla relacionado con la serranía, con los ferrocarriles y el turismo rural de su hija Ana. En Los Gallos, cerca de la mezquita de Almonaster la Real, pasó sus últimos días. Murió vecino de la calle Goles en una ciudad de Sevilla gobernada por un alcalde que había sido juez como él. Olavide y Jovellanos, sus modelos de vida, eran católicos contracorriente. A él le persiguió la heterodoxia. Suegro de Dulce del Moral y Ventura Castelló, éste mandó varias cartas al Ayuntamiento de Sevilla para una incineración y como este sistema no existía en Sevilla, se organizó una fúnebre excursión civil hasta el Ayuntamiento de Madrid para incinerar al suegro del juez Rico Lara.
En 2005 todos mis martes los dedicaba a pasar por la calle Goles para hablar con Rico Lara. Me recibía en su casa llena de libros, yo con mis martes llenos de lunes de goles. Sus viajes a Lisboa, su pasión por la pintura. Su afición por Julián Marías como discípulo de Ortega y su deuda con el hijo de filósofo, Javier Marías, por el bellísimo artículo que escribió para reivindicar la dignidad del juez nacido en la primavera que precedió a la República. Manuel Rico Lara vino al mundo en la Ciudad Universitaria de Madrid y vivió los últimos 22 días de la monarquía de Alfonso XIII. No hablía cumplido un mes cuando llegó la Segunda República. Hijo único de un bilbaíno que era gerente de un almacén de mercería y paquetería y de la empleada de un taller de alta costura de un francés. Su madre, Simeona Lara, le probó vestidos a algunas de las infantas, pero a aquel rey le quedaba muy grande el traje de la historia.
Fue padre de dos hijos. Ana regenta la casa de turismo rural Los Gallos en la que le habilitaron una casa para mitigar el dolor por el abandono de la ciudad. Ventura es un virtuoso de la viola de gamba que se enteró en Navarra, en plena gira profesional de su compañía, de la muerte de su padre, el jurista barroco Rico Lara que una vez bromeó con el Lara Rico.
La trayectoria judicial de Rico Lara, juez de menores de intachable bagaje profesional, pasó por juzgados de Castilla-la Mancha (Huete y Priego, en Cuenca), de Torrelavega, el único destino donde condujo vehículos, Valdepeñas, Santa Cruz de la Palma, donde sustituyó a Plácido Fernández-Viagas, que sería el primer presidente de la Junta de Andalucía, Olvera y San Sebastián, juzgado que abandona en 1975, el año de la muerte de Franco, despedido el juez con todos los honores por el Colegio de Abogados de San Sebastián que entonces presidía Enrique Múgica Herzog, que después fue ministro de Justicia y Defensor del Pueblo y hermano de Fernando Múgica, asesinado por la ETA.
Fue Rico Lara un juez muy pegado a la realidad, a la actualidad, que un día cambió su apego a la ciudad, hijo de Madrid, sobrino de Sevilla, por el turismo rural. Una alianza con las inquietudes empresariales y vitales de su hija Ana, última mecenas en una sierra con una estación de ferrocarril en proceso de desuso. Madrileño de Sevilla, Santiago del Campo lo utilizó de modelo para uno de los santos que cortejan el escudo del mosaico del Sevilla. Santidad balompédica de un jurista que vivía en la calle Goles y que ganó por goleada a la selección de las injurias, que por exigencias del guión formó parte de la orquesta Mondragón y de los Morancos de Triana.
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