Juan Mari Bandrés en los Pinelo
Calle Rioja
En 1980, Bandrés propuso a Rico Lara como vocal del Consejo del Poder Judicial. Ocho años después, el juez lo propuso para el premio Fernández Viagas.
HAY tres viajes al sur de Juan María Bandrés, abogado donostiarra que murió días después de que la ETA anunciara el cese de la lucha armada. Un primer viaje militar para hacer la mili en el hospital militar de Tetuán. Un segundo viaje militarizado: confinado o desterrado en Purchena (Almería) con motivo del estado de excepción declarado en el País Vasco en 1968 tras el asesinato del policía Melitón Manzanas.
En la tercera aventura sureña de Bandrés es fundamental la presencia de un buen amigo suyo. Los dos eran niños de la República. El abogado vasco nació en enero de 1932. En marzo de 1931 lo hizo Manuel Rico Lara, que protagonizó con el político y jurista fallecido un provechoso cruce de caminos.
Todo empieza en 1973, cuando a Rico Lara le dan a elegir como destino Barcelona o San Sebastián. Margarita que tenía que deshojar desde su destino como juez titular en Valdepeñas. Se decanta por Donosti. "Mi padre había nacido en Bilbao, y allí pasábamos muchos veranos". Estuvo en San Sebastián dos años decisivos. La agonía del franquismo, régimen cuyo titular, Francisco Franco, recibió un día en el palacio de Ayete a los magistrados y le estrechó la mano a Rico Lara.
El 20 de diciembre de 1973, en las inmediaciones de la Audiencia Provincial de San Sebastián, fue Bandrés quien informó al juez del atentado contra Carrero Blanco. En aquel bienio vasco, Rico Lara vivió la paradoja de ser juez demócrata en un sistema todavía dictatorial. Sus hijos Ventura y Ana, todavía niños, coincidieron en la Escuela Francesa, un chalé cerca del río Urumea, con los hijos de Bandrés, que le animó a visitar la casa de los Baroja y a acudir a alguna de las sociedades gastronómicas, "donde te podías encontrar al presidente del consejo de administración de una empresa junto a un ujier".
Abogado y juez coincidieron en más de un asunto. Rico Lara tenía guardias de siete días y acudía a tomar declaración a la prisión de Martutene a reclusos nacionalistas. Bandrés los invitó a Rico Lara y a su mujer, María Castelló, a cenar en su casa, muy cerca del teatro Victoria Eugenia. "Estaban Bandrés, su mujer, Pepa, y un quinto comensal, el obispo Setién". San Sebastián fue la penúltima etapa de la vida itinerante de este juez antes de llegar en 1975 al juzgado de Peligrosidad y Rehabilitación Social de Sevilla.
Mantuvieron la buena relación. Bandrés fue senador en 1977 y en 1979, como fundador de Euskadiko Ezquerra, entró de diputado en la Carrera de San Jerónimo. Su grupo propuso a Manuel Rico Lara para vocal del Consejo General del Poder Judicial. "La votación se hizo a mano alzada y obtuve sólo siete votos, los de Euskadiko y alguno de los canarios. Soy un perdedor ganador, aunque allí perdí por goleada".
En Madrid no sólo coincidieron en aquella historia de corta duración. "Más de una vez fuimos a comer a una pequeña pizzería que estaba en Antón Martín, en el Madrid castizo". En la ciudad natal de este juez que llegó a San Sebastián desde un lugar de la Mancha.
Hace unos meses, Rico Lara ha recibido el premio Plácido Fernández Viagas concedido por la Asociación Derecho y Democracia, con un regalo inesperado: la actuación musical de su hijo Ventura y su nieta, intérpretes de la viola de gamba. Aquel niño de la Escuela Francesa de San Sebastián que dirige la Orquesta Barroca de Sevilla. En 1988, el propio Rico Lara propuso a Bandrés para recibir este premio. El acto tuvo lugar en la Casa de los Pinelo. El abogado donostiarra evocó la Andalucía de los pueblos blancos asociada con su confinamiento en un pueblo almeriense. En esta ocasión no hubo mano alzada, sino una sonora ovación. "Vinieron muchos amigos", recuerda Rico Lara veintitrés años después, "entre ellos Mario Onaindía, compañero de partido de Bandrés".
Onaindía y Bandrés coincidieron en el proceso de Burgos, el primero como condenado, el segundo entre los abogados defensores. "En San Sebastián", recuerda Rico Lara, "empecé a dar clases de euskera en una torre de la parte vieja. Había vascos que aprendían con más facilidad, recordaban las canciones de su infancia. Uno de los alumnos era el escultor Eduardo Chillida. La profesora era una joven que había sido condenada y posteriormente indultada en el proceso de Burgos".
Juez capicúa, empezó en Olvera en 1957 y terminó su periplo pre-sevillano en San Sebastián en 1975. Cuando todavía existía el Tribunal de Orden Público. Llegó a Sevilla antes de los últimos fusilamientos y la muerte de Franco.
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