DERBI En directo, el Betis-Sevilla

Antonio Rodrigo Torrijos

Lole y Manuel en el Pasaje del Agua

  • Sigue viviendo en la misma casa donde nació, barrio de Santa Cruz en el que fue nazareno de dos cofradías, benjamín en una casa con las dos Españas.

ES como el Ebro, que los escolares recitaban que nace en Fontibre, cerca de Reinosa. Antonio Rodrigo Torrijos (Sevilla, 1950) nace en un segundo, cerca de Reinoso. "Sigo viviendo en la misma casa donde nací". El único barrio sin carril-bici. Una casa entre dos antiguos corrales de vecinos. En uno vivía su amigo Hermenegildo; en el otro, su amigo Quico, hijo del casero de un caserón cuyo propietario era de Marchena. El hábitat era como un falansterio, un comunismo amable. "Se compartía la comida en Navidad".

Pequeño de cinco hermanos de una familia paradoja de las dos Españas. Su padre, Sergio Rodrigo, que llegó a la capital para trabajar de aprendiz en Casa Marciano, fue sargento en el ejército franquista. Su madre, Amalia Torrijos, fue en Coripe, junto al refugio de buitres leonados, la primera alcaldesa española de la República. "Nunca dijo nada en casa. Lo supe por el Abc de Nicolás Salas". Mucho antes de cantar La Internacional, era un niño de baby blanco y celeste que cantaba el Cara al Sol en el colegio Mesón del Moro, donde gobernaba doña Pura, la maestra.

Torrijos salió de nazareno en Santa Cruz y en los Negritos. Su vivencia cofrade era una prolongación de un profundo compromiso cristiano. Tiempos del Concilio en los que se iba "a ayudar a los ancianos desvalidos de San Juan de Aznalfarache, junto al Monumento". Después, la única cofradía fue la de su hermano mayor, Fernando, psiquiatra de profesión, que a los que venían detrás -Augusto, Sergio, Pepe y Antonio-, hijos de bético, los hizo sevillistas. "A mi hermano Fernando le debo dos pasiones, el sevillismo y la lectura".

El punto de partida es el bar Las Teresas. "Plácido, el dueño, y Román, el de Casa Román, eran los grandes amigos de mi padre, que se independizó con una tienda de ultramarinos y una tasca. Allí trabajaron todos mis hermanos y yo llevaba las cuentas".

El hotel Murillo lo asocia con dos vivencias. "Cuando lo estaban haciendo, íbamos los chiquillos por allí y los albañiles nos dieron a probar lo que nos dijeron que era conejo, que en realidad era gato". Allí faenaba un tal Gallego, hombre enjuto, que había sido campeón de ciclismo amateur y se iba a Huelva en bicicleta como si tal cosa.

No había turistas. En la calle Lope de Rueda, señala el lugar donde había "una casa de citas. Las mujeres entraban por un lado y los hombres por otro". Dejamos paso a una azafata del tablao Los Gallos. "Fui una vez, acompañando al presidente de los sindicatos chinos. Se quedó dormido en el espectáculo flamenco. La intérprete nos dijo que se levantaba todos los días a las tres de la mañana para hacer gimnasia".

Una monja camina por la calle Santa Teresa, muy cerca del callejón de Las Moradas, secuela de la presencia de la mística de Ávila. Bullicio de turistas en los Venerables. Torrijos se estrenó como turista en Punta Umbría. Junto a la plaza de doña Elvira, El Rincón de Figaro separa las calles de la Muerte -hoy calle Susona- y la calle Vida. Donde quedó algo de la impronta del hijo de la alcaldesa de Coripe, que no recuerda cuántos días fue alcalde en funciones pero sí que asistió a 132 plenos. En su etapa municipal, Álvaro García del Moral, hijo de Amalio, el pintor de Giraldas, le pidió que repusiera las letras de la calle Vida y dio las órdenes.

Hay Vida en el callejero y fuera de la política. Almacena sus recuerdos: el rasgueo de las zapatillas de los costaleros por la rampa del Alcázar, junto al estudio de John Fulton, o la guitarra de Manuel Molina y la voz de Lole Montoya en el pasaje del Agua. "Me gustaba salir de noche a pasear. El olor era embriagador".

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