Enriqueta Vila Vilar

Mudanza de vida sin turbación

  • Estudió la vida americana de Tomás Mañara y estudia la vida sevillana, de entrega, de su hijo Miguel. Alianza de las buenas obras con las buenas letras.

UNA sutileza ortográfica. Enriqueta Vila (Sevilla, 1935), empieza hablando de Eduardo Ybarra, a quien mañana homenajean académicos y maestrantes en el aniversario del nacimiento de Miguel Mañara, y camina por la calle Conde de Ibarra en pos del justo premio: una cerveza reparadora en el bar La Candelaria.

Andalucista -ocho años de concejal con Rojas-Marcos lo acreditan- y americanista, en su 28-F se funden ambas pasiones. "América no se entiende sin España y no digamos sin Andalucía, sobre todo en su forma de hablar; y ni Andalucía ni España se entienden sin América".

El 3 de marzo de 1627 nació en este palacio Miguel Mañara. Mañana se cumplen 387 años. "Estudié al padre, Tomás Ibarra, más que al hijo. Ahora me interesa más el hijo por mi relación con las Buenas Letras". La Sevilla de Mañara es la de un tipo que casi cuatro siglos después emite misterio. "Se sabe muy poco de su vida, de sus primeros años, de su educación". Tomás Ibarra estuvo en Perú, su hijo nunca fue a América. "Su vida no fue tan interior como se cree. Durante un tiempo llevó los negocios de su padre y se cree que estuvo en los funerales de Felipe IV en Madrid como alcalde mayor del Ayuntamiento. Después hizo mudanza de vida, palabra preciosa, y se fue con los pobres al hospital de la Caridad".

El palacio de Mañara, hoy sede de la Consejería, fue entre 1941 y 1977 colegio y en sus aulas, como él revela en sus memorias, estudió Alfonso Guerra. La americanista estudió muy cerca de allí. En la puerta de La Carbonería celebra con júbilo el encuentro con María Acosta. Casi octogenarias, se recuerdan de niñas en el patio del colegio Santo Ángel de la Guarda que estaba en la casa de los Levíes y llevaban unas monjas francesas. "Mis compañeras fueron a los Pinelo cuando me nombraron directora de la Academia y las invité a merendar a casa".

Nació el mes que el Betis ganó la Liga y vive desde hace 47 años junto al estadio del Sevilla. Nació un año antes de la guerra, vecina de don Fortunato Colón, padre de Antonio, abuelo de Carlos, en el número 9 de la calle Zaragoza. También hizo su mudanza de vida. "Mi padre no quería estar en esa casa porque allí se le murieron dos hijos, un niño de tres meses y una niña de tres años. En 1940 nos mudamos a unos pisos que el Montepío de funcionarios del Ayuntamiento hizo en el Prado de San Sebastián, junto a la estación de autobuses". Su abuela materna vivía en Alemanes y no entendía que se fueran a vivir "con las vacas". "Era un descampado. Al lado de casa ponían primero la feria de ganado y después la calle del infierno".

Allí vive hasta 1963, el año de su boda. Un breve periodo en la calle Benidorm, bocacalle de Arjona y destino final en Nervión. Esos trasiegos a veces le han resultado más drásticos que la quincena de viajes que por razonez científicas ha hecho a América, su patria intelectual. Paseante de oficio, la que fue concejal da un aviso para alcaldes y mareantes. "El carril-bici ha cambiado la vida del peatón. Lo veo bien en Sevilla Este, en esos barrios que tienen las aceras enormes, pero en el centro yo siento que soy carne de bicicleta".

Estudia el legado de los Bucarelli, que conservan intacta la casa-palacio de Santa Clara, la del único virrey que repatrió sus documentos. En vísperas de un nuevo aniversario de Mañara, tiene documentación sobre dos sevillanos parejos: Miguel Mañara y Justino de Neve. El primero patrocina el hospital de la Caridad, recoge a los pobres y cuenta con la mano maestra de Valdés Leal. El segundo pone en marcha el Hospital de los Venerables, cuida de los sacerdotes ancianos y contrata al pintor Lucas Valdés.

Que la dejen trabajar y le hagan reír. No le pide más a la vida esta mujer vitalista y enciclopedista, un filón para novelistas, un cilicio para sectarios. "No puedo soportar el complejo que tienen los españoles con la llamada conquista de América. Fuimos conquistados mutuamente. No fue un genocidio de ninguna manera. Los indios murieron por elementos patógenos, la viruela y el sarampión causaron más bajas que los enfrentamientos bélicos. Qué colonización no es cruenta y no es impuesta. Los romanos masacraron a los íberos y ahora nadie discute lo que nos dejó esa civilización. La de los ingleses, en pleno siglo de las luces, en la Ilustración, fue mucho más dura".

Cuatro hijos, nueve nietos y una -Paula- en camino. Y un espíritu inquieto que le hizo volver treinta años después a Panamá. Entre dos aguas, guiño a Paco de Lucía. "La ciudad de Colón da al Atlántico y está como hace cuatro siglos. Panamá da al Pacífico. En mi viaje anterior tenía dos torres, hoy parece Manhattan".

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