Murillo vuelve a los andamios
Calle Rioja
Ruta urbana. Seis obras del pintor sevillano sirven de fachada de obra de un edificio de la calle Puente y Pellón donde irán once apartamentos turísticos, opción de alojamiento al alza.
LO normal es que los cuadros de Murillo jalonaran las principales avenidas de la ciudad de Sevilla, que se anunciaran en la fachada de sus museos, que el visitante supiera que dentro de poco se cumplirán los cuatrocientos años del nacimiento de uno de los nombres más singulares de la pintura universal, comparable a Durero, Rubens o Tintoretto. El Siglo de Oro fue una época de esplendor cultural y decadencia económica. Como aquí no hemos sabido amortizar los tiempos de esplendor económico, cuyos excesos se convirtieron en burbujas, hasta el esplendor cultural parece decadencia. Los cuatro siglos de Góngora se transformaron en la generación del 27 por la intuición de un mecenas genial, torero, psiquiatra y dramaturgo, amén de amante de una bailaora. A este paso, los cuatro siglos de Murillo no pasarán de una serie de mesas redondas y alguna performance para visitantes despistados.
Ha tenido que ser la iniciativa privada, en un gesto pletórico de imaginación, la que se adelante a la inopia oficial y la indiferencia institucional. La calle Puente y Pellón es una arteria comercial que une la Encarnación con la intrahistoria almohade de la ciudad. Una calle-sierpe que cambia de nombre en Vilima. Llegué a Sevilla por una de sus perpendiculares, Alonso el Sabio, antes Burro, cuando fui huésped de la pensión de Inés y al final, donde se atraviesa Pérez Galdós, estaba la sede de la UGT. Puente y Pellón, como la vecina calle Córdoba que rodea el Salvador, es una calle donde abundan los negocios de zapatería. Dos de ellos son adyacentes. Patricia da nombre a una zapatería clásica, con ofertas de calzado infantil para la vuelta al cole; Brutal Zapas es otra historia, un color de discoteca en el escaparate y artículos de diseño.
Encima de ambos negocios, el visitante se ve sorprendido por una visión inesperada. Entran y salen albañiles y operarios de la constructora Enrian, con oficina en el Polígono Aeropuerto, que trabaja en la construcción de once apartamentos turísticos en las dos plantas superiores. La solución técnica compete al estudio FAQ Arquitectos. El inmueble perteneció a Almacenes Arias, un clásico de Puente y Pellón, y su promotor, Enrique Arias, fue quien tuvo la idea. "Las fachadas de obra suelen ser muy feas", dice una representante del estudio de arquitectura, "y como Puente y Pellón es una calle peatonal, de paso, muy comercial, el promotor pensó que sería un detalle bonito cubrir los vanos de las ventanas con réplicas de obras de Murillo". Hasta media docena de murillos llenan de vida esta calle ya de por sí vital y vitalista. Están las santas Justa y Rufina, alguno de los niños que nadie ha pintado como el pintor sevillano, y figurantes de algunas de sus obras. Una pinacoteca en plena calle, la revolución soñada por las vanguardias artísticas.
Murillo tiene una calle que une la Magdalena con el hotel Colón y da nombre a uno de los bloques de viviendas del Polígono Sur, donde muchos de sus habitantes se confunden con los personajes que aparecen en sus cuadros. La Sevilla que retrató era de nobles y mendigos, no muy diferente a la que se prepara sin preparativos para conmemorar el cuarto centenario de su nacimiento. Aquel niño que tenía seis años cuando su maestro Diego Velázquez se fue a Madrid, a la Corte de Felipe IV. El yerno de Pacheco nació en 1599 y cuatro siglos después la ciudad se había recuperado de la crisis post-Expo y le rindió honores por doquier.
Dicen las crónicas que Bartolomé Esteban Murillo murió como consecuencia de las heridas producidas al caer de un andamio mientras realizaba unos trabajos pictóricos en Cádiz. El pintor ha vuelto a los andamios, entre albañiles y arquitectos, para asomarse a las ventanas de Puente y Pellón como James Stewart en la película de Hitchcock. Se va el verano y el cielo del otoño sevillano se vuelve de un azul Murillo con tintes velazqueños. Tiempos oscuros para tanta claridad. Años idiotas para tanta lucidez.
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