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"En Pamplona, fui el primero que le puso un micrófono a Iñaki Gabilondo"

  • Miguel Veyrat. Fue corresponsal de Televisión Española en París, Rabat y Londres, cubrió el Concilio Vaticano II en Roma y ahora es poeta en la calle Aire y veraneante en Conil

HABLAR en el bar Europa con Miguel Veyrat (Valencia, 1938) es hacer periodismo y literatura. Así entiende la entrevista, compendio de géneros. Vive en la calle Aire, la de Cernuda.

-¿Se puede ser periodista y poeta?

-Detrás de esa aparente contradicción, hay un adjetivo, un punto de fuga, un ángulo. Uno lleva un alijo de emociones, otro un alijo de datos.

-¿Qué dicen del poeta Veyrat?

-Alguien ha dicho que soy la última voz de los cincuenta.

-¿Y del periodista Veyrat?

-No debí ser malo. Cuando llegué a Londres desde Marruecos con mi mujer encinta, estalló la guerra de las Malvinas. Los ingleses decían que era un agente al servicios de los argentinos y los argentinos un agente británico.

-¿Publica mucho?

-Se puede ser poeta de un solo libro. Claudio Rodríguez y El don de la ebriedad. Es insuperable.

-¿Por qué nace en Valencia?

-Mi padre era cónsul. Nazco durante un bombardeo de la aviación de Mussolini. Franco acababa de tomar Castellón y se acababa de marchar el Gobierno de la República. Los días anteriores hubo una conferencia de Max Aub, un recital de León Felipe, Machado se iba para Barcelona.

-¿Dónde estudia Periodismo?

-Sólo había dos escuelas, Madrid y Barcelona. Los del Opus le echaron el pulso a la Falange y abrieron una escuela de Periodismo en Navarra. El decano era Antonio Fontán, que había sido director del diario Madrid. Llego a Pamplona, donde había una sola librería y miles de bares e iglesias. De mi promoción es Iñaki Gabilondo. Yo fui el primero que le puse un micrófono a Iñaki.

-Que también se vino a Sevilla.

-Porque los Fontán y los Garrigues eran propietarios de la Ser.

-¿Su primer destino como corresponsal de TVE?

-París. Pío Cabanillas, que compraba libros prohibidos en la librería Ayuso, nombra a Juan Luis Cebrián director de informativos de RTVE, con Adolfo Suárez de director general. Sabía que un director golpista de Nuevo Diario me quitó la columna, La Ventana, con la que competía en la prensa con Pedro Calvo Hernando y Pedro Rodríguez. Deciden renovar la red de corresponsales.

-¿Qué encuentra en París?

-Llego en 1974, con la mujer de Franco alentando movimientos para colocar a su yerno, Borbón Dampierre, el marido de Carmencita, en la carrera sucesoria. Yo sustituyo a Balbín. En mi despacho de París firma los derechos de La Clave, inspirada en el programa francés Dossier L'Ecran. Cabanillas sólo me da una consigna, que explique a los españoles lo que era una democracia parlamentaria, el Senado.

-¿Fue su debut internacional?

-Fui a cubrir el Concilio y me quedé una temporada en Roma.

-¿Se fiaba Franco de los corresponsales?

-No demasiado. Le gustaba Jesús Hermida y en algún consejo de ministros echó para atrás alguna propuesta de que lo relevaran.

-¿De París adónde?

-A Rabat, donde Hassan II se consideraba el rey y el Papa al mismo tiempo. Nos expulsaron al corresponsal de Le Monde y a mí. Mi familia procede de los pied noirs argelinos. Tenía que usar dos pasaportes porque Argelia y Marruecos estaban en guerra.

-¿Cuándo sale el poeta?

-El primer libro lo publico en 1975 en Adonais, pero la confirmación de la vocación, el tiempo para desarrollarla, se lo debo a las prejubilaciones de Aznar. Me mandan primero a Radio Exterior, que no lo oía nadie. El oficio me gustaba mucho, llevaba casi medio siglo de periodista, publiqué mi primer trabajo con quince años, pero yo que había cubierto guerras y golpes de Estado no me podía venir abajo. Empecé a leer a los teóricos de la poesía: Heidegger, Steiner, Octavio Paz, Ezra Pound, que hizo la tesis doctoral sobre el Cantar de Mío Cid.

-¿Qué le trae a Sevilla?

-Un divorcio y una vieja amiga a la que encuentro cuando estoy escribiendo Instrucciones para el amanecer. Me ofreció su casa, su gran biblioteca. Lo que yo buscaba, porque voy a escribir hasta los cien años si me dejan.

-¿Se le ha pegado algo de Cernuda viviendo en la calle Aire?

-En 1962, en Valencia, un año antes de su muerte, Jacobo Muñoz, discípulo de Manuel Sacristán y de Emilio Lledó, le organizó un homenaje a Cernuda en el que participaron Aleixandre, Francisco Brines. La generación del 27 se había decantado en exceso del lado de Alberti, un grandísimo poeta pero sólo de dos o tres libros, los que escribe bajo la influencia de Juan Ramón.

-¿Fue alguna vez corresponsal en Sevilla?

-Cubrí una puesta de largo en la Casa de Pilatos; fui a El Rocío con Blanco y Negro y con La Actualidad Española cuando se produjo la riada del Tamarguillo.

-Utrera Molina de gobernador.

-El suegro de Ruiz-Gallardón. Al padre de éste, José María Ruiz-Gallardón, lo entrevisté en el suplemento dominical de Nuevo Diario. Tenía una colección de arte fabulosa. Le dije que no era tan de derechas como yo me imaginaba. Y me dijo: si quieres conocer a alguien de derechas de verdad, te presento a mi hijo.

-¿Hay poetas prosaicos?

-Hay tribus. Los presenciales, los del silencio, que se quedaron huérfanos con la muerte de Valente, los de la experiencia. En mi libro Poniente le dedico el poema Junto a Brecht a Javier Egea.

-¿Aficiones?

-Además de escribir, nadar y veranear en Conil.

-¿Libros de periodista?

-Uno de encuestas, Falange, hoy, de una serie inconclusa, y dos de entrevistas. Desde Pepe Hierro o Max Aub a Karina y Julio Iglesias, que tuvo que dejar el Madrid y ganó el festival de Benidorm.

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