El rastro de la Historia

Una guerra civil en el corazón de Sevilla: los Ponce contra los Guzmanes

  • Durante los siglos XIV y XV el enfrentamiento entre las dos casas señoriales por controlar la ciudad fue continuo, siendo su punto álgido la llamada 'Guerra de los Bandos', entre 1471 y 1474

Rodrigo Ponce de León (1443-1493).

Rodrigo Ponce de León (1443-1493).

Existe la idea extendida y equivocada de que los reyes medievales eran absolutos. Muy al contrario, las monarquías del Medioevo, debido a su fragilidad, tuvieron que compartir el poder con los grandes linajes señoriales y deberían esperar al Renacimiento (en España, hasta los Reyes Católicos) para empezar a ganar una partida que culminó en el siglo XVIII, hasta que el viento revolucionario del XIX acabó en Europa con el absolutismo. 

Esta debilidad de los reyes medievales permitió la proliferación de grandes casas señoriales que poseían estados privados dentro del reino en los que no regía la jurisdicción regia. Eran estos señoríos auténticas pequeñas monarquías con sus cortes, redes clientelares, estrategias, políticas de mecenazgo, etcétera, que convirtieron a Europa en un mosaico que costaría siglos unificar y del que aún quedan fósiles como Mónaco, Andorra o San Marino. En los periodos en que no se combatía a un enemigo común dirigidos por el rey (las cruzadas o la reconquista) era frecuente la aparición de enfrentamientos más o menos violentos entre los grandes linajes, siempre en perpetua lucha para ampliar sus territorios, poder e influencia.

Las luchas entre linajes también se produjeron en el seno de las ciudades, ya florecientes durante la Baja Edad Media, debido al interés de los distintos clanes por controlar sus cabildos y ayuntamientos. Algunas de estas quedaron reflejadas en la literatura universal (el principal ejemplo es Romeo y Julieta), incluso en costumbres que aún perduran en la actualidad, como es el caso de las carreras de caballos en el casco antiguo de Siena (Italia) conocidas como El Palio.

Sevilla, como gran ciudad del sur de España, no quedó a salvo de este proceso y la ciudad fue el escenario de una larga 'guerra civil' (con sus periodos de treguas) entre los dos grandes linajes durante los siglos XIV y XV: los Ponce de León y los Guzmanes. Ambas casas se afincaron en Sevilla desde su conquista por Fernando III de Castilla en 1248 y no siempre estuvieron enfrentadas. En un principio existió colaboración y alianzas matrimoniales (al estilo de las grandes monarquías) para asentar su poder y posesiones. No es casual que ambos linajes apoyasen a Enrique II frente a Pedro I, cuando el primero asesinó al segundo en el campo de Montiel e inauguró la dinastía de los Trastámara. Francisco Jesús Calvo Face, haciéndose eco de Ortiz de Zúñiga, nos recuerda cómo a su vuelta a Sevilla, Enrique II estuvo acompañado, entre otros caballeros, por Alonso Pérez de Guzmán -señor de Sanlúcar- y don Pedro Ponce de León -señor de Marchena-, las cabezas de los dos clanes en aquel momento.

Pero el entendimiento no duró siempre y con la muerte de Juan I, en 1390, comienzan unos enfrentamientos que, con periodos de calma y recrudecimiento, trajeron a la ciudad todo tipo de "escándalos, homicidios, violencias, robos y calamidades", según Ortiz de Zúñiga. Es el periodo llamado "los bandos de Sevilla"

Como asegura el catedrático de Historia Medieval Juan Luis Carriazo, el periodo más álgido de este enfrentamiento entre los Ponce y los Guzmanes fue durante la llamada Guerra de los Bandos, de 1471 a 1474, los últimos de Enrique IV. Estamos hablando de una guerra real, con ataques, destrucción y muchas víctimas mortales. Incluso se llegó a utilizar la artillería. Se enfrentaron los partidarios del duque de Medina Sidonia (Guzmán) y los del Marqúes de Cádiz (Ponce de León). El historiador Enrique Morales Méndez, hace hincapié en que "en esta etapa de luchas, los señoríos de Ponce de León, los Guzmanes de Niebla y otras nobles familias, junto con sus criados, se encantillan en sus casas e Iglesias, levantan torres defensivas y convierten sus moradas en verdaderas fortalezas". Cada estirpe agrupa a sus partidarios, contratando incluso mercenarios y gentes de guerra, y se producen "múltiples batallas callejeras". Como escribió Félix González de León, "no había gobierno, ni orden, ni se conocía más ley que la de la fuerza". 

Es interesante ver cómo las iglesias sirvieron de fortalezas desde las que resistir y combatir al enemigo. Enrique Morales lo cuenta muy bien en su extenso artículo La nobleza sevillana, sus luchas y su arquitectura: "la nobleza, por privilegio real, pudo usar las parroquias no ya para capellanías, patronazgos o entierros, sino para hacerse fuertes y defenderse, causando daños a sus edificaciones, como en los casos de San Marcos y del Salvador. Las torres de las iglesias se convierten en fortalezas de las que no podemos excluir a la Giralda".

Ortiz de Zúñiga también se refiere a este hecho en sus famosos Anales: "Las huestes del Marqués de Cádiz [Ponce], pusieron fuego a la iglesia de San Marcos y se quemó todo cuanto era madera. El Duque [Guzmán] tenía a su lado a la mayor parte de Sevilla y con ella, el Adelantado de Andalucía, D. Pedro Enríquez y fue entonces cuando el Marqués se hubo de retirar a las collaciones de Santa Catalina y San Román, donde estuvo fortificado". Hay que recordar que en Santa Catalina estaba el palacio de los Ponce de León, como aún recuerda el callejero de la ciudad. Otra de las obsesiones del Marqués de Cádiz, que ya hemos visto que estaba en desventaja en Sevilla, fue controlar algunas puertas de la muralla por donde podían llegarle refuerzos de sus territorios y asegurarse la huida. 

Pero no solo las iglesias tenían torres en Sevilla, sino también muchas casas señoriales debido a los muchos enfrentamientos registrados durante la Edad Media, y no solo en la Guerra de los bandos. La gran mayoría serían derribadas cuando, al fin, los Reyes Católicos impusieron la autoridad real, unificaron a los linajes con una causa común y la perspectiva de más enriquecimiento (la Guerra de Granada) y ordenaron derribar unas torres civiles de las que hoy apenas queda uno de sus ejemplos más soberbios: la torre de Don Fadrique.

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