Robos en iglesias, un patrimonio en peligro

La Iglesia admite la necesidad de mejorar las medidas de seguridad en los templos de Sevilla, muchos de los cuales no pueden abrirse al no poder pagar vigilantes.

Robos en iglesias, un patrimonio en peligro
Robos en iglesias, un patrimonio en peligro
Fernando Pérez Ávila

07 de febrero 2016 - 05:03

La sucesión de robos en iglesias y conventos de Sevilla desde el pasado verano ha vuelto a abrir el debate sobre si los templos de la ciudad están suficientemente protegidos contra los ladrones. Salvo en algunos casos, como la Catedral o las sedes canónicas de las hermandades más populares, la mayoría de los templos sevillanos carecen por completo de medidas de seguridad pese a que guardan un patrimonio valioso en su interior.

La Iglesia ha admitido su preocupación por los robos. Al menos nueve se han sucedido desde principios de 2015 en la provincia de Sevilla. "Estoy a favor de aumentar las medidas de seguridad. En numerosas ocasiones nos han preguntado por qué no se abren algunas iglesias y conventos a las visitas turísticas, y no podemos hacerlo porque nos hacen falta por lo menos dos o tres vigilantes por cada templo. Pero esto es algo que no podemos asumir. Hacen falta muchos medios", dijo esta semana el delegado diocesano de Patrimonio, Fernando García Gutiérrez, durante el acto de entrega de las obras de arte robadas en el monasterio de San Clemente, que fueron recuperadas por la Policía.

El delegado de Patrimonio recordó que el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, le propuso nada más llegar al cargo elaborar un plan para poder organizar rutas turísticas por los monasterios. "Tenemos 17 conventos de clausura en Sevilla. Cada uno de ellos es un museo. Hay algunos, como el de las Jerónimas de Santa Paula, que tienen ya hecho su propio museo. Si una persona quiere visitarlo, una hermana se lo enseña. Pero esto la mayoría de nuestros conventos no se lo pueden permitir, porque no pueden pagar las medidas de seguridad necesarias para poder abrir con garantías".

El representante del Arzobispado destacó el caso contrario, el de la Catedral, que cuenta con una plantilla de 15 a 20 vigilantes y está completamente protegida en todo momento. El jefe del Grupo de Robos de la Policía Nacional puso también como ejemplo las sedes de hermandades como la Macarena, que cuenta con un sistema de cámaras de videovigilancia que permitió detener en cuestión de horas al ladrón que, en enero de 2015, sustrajo una jarra de plata del paso.

Después de esto vinieron una serie de robos en iglesias, casi todos ellos cometidos desde el verano. En la capital sólo queda uno por esclarecer, el del Santo Ángel, donde los ladrones se llevaron piezas de orfebrería valoradas en 23.000 euros. La investigación continúa abierta y hay varias líneas en marcha. Todos los demás casos están esclarecidos. Uno ocurrió en octubre en la iglesia de Los Terceros, donde un ladrón (el mismo que el año anterior fue detenido por robar en San Bernardo) aprovechó la confusión de la salida de una cofradía para sustraer tres teléfonos móviles y las llaves de un ciclomotor.

Los siguientes fueron en enero. El primero en la iglesia del Corpus Christi, donde un ladrón se quedó un domingo después de la última misa para robar copones, cálices, bandejas, manteles y hasta el vino de consagrar. La Policía detuvo al delincuente en apenas 24 horas. Se descubrió después que había robado una jarra en la iglesia de la Magdalena y también en una vivienda anexa al Corpus Christi.

El otro caso fue el del monasterio de San Clemente, donde estaban desapareciendo obras de arte desde noviembre. Las monjas se dieron cuenta el 24 de enero, cuando vieron que faltaba una imagen de la Inmaculada a la que tenían mucha devoción. Denunciaron los hechos a la Policía el 27 de enero y, en apenas una semana, el Grupo de Robos descubrió que el ladrón era un voluntario que hacía trabajos de mantenimiento en el convento. Aprovechaba las horas de rezo para sustraer unas llaves y llevarse esculturas, cuadros y casullas que luego vendía a anticuarios.

Antes se dieron varios casos en la provincia. En octubre un delincuente que acababa de salir de prisión fue a pedir comida a la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, en Morón de la Frontera, y se llevó una reliquia de San Ramón Nonato y una daga de martirio, recuperadas después por la Policía en un anticuario de Sevilla capital. En Navidad, unos ladrones empotraron un coche contra la parroquia de la Virgen de Granada, de cuyo interior se llevaron las coronas de la Virgen y del Niño Jesús. En Nochevieja sustrajeron la imagen del Niño Jesús de la Virgen del Rosario de una capilla privada de la Hacienda de Torrijos, en Valencina. En enero asaltaron la sede de Cáritas en la parroquia de Santa María de las Nieves, en Olivares. Estos tres últimos delitos están siendo todavía investigados por la Guardia Civil y aún no se ha detenido a ninguna persona.

La Policía ha dejado claro que no hay ninguna banda organizada de delincuentes detrás de estos robos. Si se analiza cada caso, más bien se trata de ladrones oportunistas. El de la Macarena o el de Morón responden al mismo patrón. Toxicómanos que buscaban dinero rápido y que por circunstancias entraron en una iglesia. Se llevaron lo primero que vieron que podían vender luego, una jarra del paso, en el caso de la Macarena, o un dedo de San Ramón Nonato guardado en una bonita caja de plata, en el de Morón. Igual podían haber robado en una tienda o en una casa, pero se encontraron en templos y tuvieron cierta facilidad para llevarse las piezas.

El del Corpus Christi es de un corte similar pero con algo más de especialización, puesto que robó en varios templos. De ahí que la juez le haya impuesto una orden de alejamiento de las iglesias. Pero, al igual que los otros dos, es también un delincuente conocido, con 30 antecedentes, y toxicómano, que se llevó numerosos efectos litúrgicos de plata o de metal para revenderlos luego de manera rápida.

El caso de San Clemente es distinto. Es más parecido al ladrón del Códice Calixtino, en Santiago de Compostela. Un tipo que trabaja de manera voluntaria en el monasterio, ayudando a las monjas en las tareas de mantenimiento, y que aprovechaba que podía acceder al convento sin levantar sospechas para ir robando gradualmente obras de arte. Probablemente el primer día sustrajera un cuadro y lo vendiera rápidamente en un anticuario. Viendo que era fácil y que se podía sacar una buena cantidad de dinero, siguió robando hasta que se llevó la Inmaculada a la que las monjas tenían tanto cariño.

El de Los Terceros es otro oportunista, un tipo que conocía a varios jóvenes que salían de costaleros en la Virgen de la Encarnación para acceder al templo y, aprovechando el revuelo de la salida, sustraer tres teléfonos móviles y las llaves de una moto que estaba aparcada a las puertas de la iglesia. Luego se llevó el ciclomotor también.

Ninguno de ellos es, por tanto, un delincuente profesional al estilo de Erik el Belga, el famoso ladrón que expolió las iglesias españolas en los años 70. No trabajan de manera organizada ni elaboran un plan preconcebido que seguir. Por ello, han sido detenidos en tiempo récord en casi todos los casos. Pero lo cierto es que lograron entrar en los templos y llevarse obras muy valiosas que estaban desprotegidas. Y lo hicieron con relativa facilidad.

Para algunos expertos policiales consultados por este periódico, el problema de la seguridad en las iglesias no es ni mucho menos nuevo. Data de la desamortización de Mendizábal, en 1836, que dejó en la ruina a buena parte de los monasterios españoles, incapaces de poder mantener su vastísimo patrimonio. Los conventos de Sevilla, y de toda España, siguen teniendo una enorme cantidad de bienes que no son capaces de administrar. En muchos casos son obras de arte valiosas que están almacenadas en alguna dependencia, incluso sin inventariar.

En otros casos sí existen inventarios, pero son manifiestamente mejorables, como definió el jefe superior de Policía, Francisco Perea Bartolomé, el que tenían las monjas de San Clemente. De hecho, el Grupo de Robos recuperó algunas obras que habían sido sustraídas del convento y vendidas en anticuarios sin que las religiosas las echaran en falta.

Dos anécdotas revelan hasta que punto es necesaria una revisión de las medidas de seguridad en los conventos. La madre abadesa no quiso denunciar los hechos, sino tratar de resolver el caso por sus medios con una investigación interna. Fue el delegado diocesano de Patrimonio quien la instó a presentar una denuncia ante la Policía. Una vez que los agentes del Grupo de Robos recuperaron las obras de arte y detuvieron al ladrón, las religiosas llegaron a preguntar a la Policía cuánto tendrían que pagar por la investigación.

Los objetos robados en los templos tienen una difícil salida al mercado negro. Si son piezas de plata pueden venderse a través de joyerías o negocios de compraventa de oro y plata. Si son obras de arte, la única salida posible es venderlo a alguna tienda de antigüedades. Salvo, claro está, que se tratara de un ladrón profesional que robara por encargo de algún coleccionista, algo que en Sevilla no se ha dado. Los anticuarios están sometidos a un estricto control de la Policía. Al igual que los chatarreros o las tiendas de compra y venta de oro, tienen que llevar un libro con un registro de todas las operaciones que hacen. Esto permitió que prácticamente el 100% de los objetos robados en San Clemente pudieran ser recuperados de forma rápida y devueltos a sus propietarios originales en menos de una semana.

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