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Sevilla

San Fernando, entre el recuerdo y la protesta

  • A los preparativos de estos días se une el anuncio de una huelga por parte de los trabajadores del camposanto.

Dos pancartas y un reguero de gente con cubos y flores. El cementerio de San Fernando ofrece estos días una estampa que se repite cada año en las vísperas de noviembre. El otoño se adueña del camposanto sevillano con ínfulas de primavera. Brota el color sobre el gris y marrón de panteones, lápidas y nichos. Tonalidades cromáticas impropias de la época en un espacio donde a la memoria se ha unido la protesta de los empleados municipales, que amagan con una huelga en el inicio del mes dedicado a los Fieles Difuntos.

Manoli Palma lleva toda su vida trabajando en el cementerio. Comenzó con 13 años cuando la contrataban para limpiar los panteones de "importantes" familias. Con el tiempo, su hija también acude con ella a estas labores en las que hay que darse maña en todo: pintar, desinfectar y colocar bien las flores. "Antes teníamos que limpiar 100 panteones, ahora sólo hay 40. Con la crisis la gente se ha olvidado hasta de sus muertos", cuenta esta sevillana mientras saca brillo al mármol del panteón que conocen como "los sepultureros de Cádiz".

Contratar un servicio de limpieza para mantener en buen estado un panteón cuesta unos 15 euros al mes. "Antes esto era una feria. Aunque parezca que estos días viene mucha gente, no hay punto de comparación con lo que se formaba aquí hace una década. El recuerdo a los difuntos es algo que sólo mantienen los mayores. Y por supuesto, los gitanos, es increíble lo que se gastan en flores en estas fechas", relata Palma, quien ha llegado a ejercer de cicerone de turistas en el camposanto. "Me lo conozco como la palma de mi mano".

Hay quienes también se conocen a la perfección cada metro de San Fernando, aunque por una razón bien distinta. Es el caso de María Dolores García, que acude cada sábado a dar lustre a la lápida de su hija, que falleció con 19 años. "Para mí es una hipocresía lo de venir sólo en noviembre", dice García mientras quita del mármol los trozos de rama que arrastró la lluvia los días pasados.

Las últimas precipitaciones hacen que las pisadas queden marcadas en el albero. Huellas como las que deja el triste recuerdo al que acuden todas las semanas los padres de Joaquín García, de cuya muerte se cumplen ahora 20 años. Dos décadas de ausencia para esta familia que coloca unas flores blancas de tela sobre su lápida.

Cerca de allí dos mujeres hacen auténticas peripecias para quitar el polvo de otra lápida. Mientras, en las fuentes se forman corrillos de gente que sólo se ven una vez al año en este lugar. Preguntas de cortesía por la salud y a seguir con la faena, que ya es tarde. En la rotonda de acceso, dos trabajadores municipales hablan sobre las medidas a llevar a cabo si no hay acuerdo laboral con el Ayuntamiento. Una de las vendedoras de flores también lamenta lo mal que va el negocio con la crisis en el mismo instante en el que un féretro sale del coche fúnebre. Queja y memoria. La muerte y la vida en San Fernando.

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