Sevilla y Texas

Un sevillano en Texas

Sevillano hasta la cepa y texano de adopción, pero sin vaqueros, sin rancho y sin Winchester.

Eugenio Cazorla Bermúdez

21 de abril 2012 - 07:09

VA uno de viaje por España. Pongamos que estamos en León, o en Tarrasa, o en Santo Domingo de la Calzada. Estamos en una terraza de un bar más bien matando el tiempo o esperando a alguien. Entablamos conversación con el fulano de la mesa de al lado.

-Y usted ¿de dónde es? -me pregunta-.

-Pues de Sevilla.

-¡Vaya, de Sevilla, ¿eh?…

Y, sonriendo, me mira fijamente, como tratando de penetrar no sé qué misterios insondables que para este desconocido representa el ser uno de Sevilla. Estoy segurísimo de que si le hubiera dicho que era de Lugo no hubiera hecho ningún comentario. Yo no he estado nunca en Lugo, así es que no tengo ni idea de como es Lugo y, por tanto, no dispongo de conocimientos para ningún tipo de comparación. Si esta pregunta me la hubiera hecho un señor en Cádiz, Ronda o La Palma del Condado también estoy segurísimo de que no habría reaccionado como el fulano de cualquiera de los lugares no andaluces mencionados.

Para darle a la reacción entusiasta un límite geográfico podríamos circunscribirla a cuando es obtenida arriba de Despeñaperros. El mismo resultado acaece si la pregunta me la hace una persona no andaluza fuera de España. Entonces la reacción es quizás más calurosa: Con que de Sevilla, ¿eh? Casi nada, de Sevilla. ¡Ole y ole! Etcétera, etcétera.

Ahora me coloco en Iowa, o Cincinnati o Rhode Island. Alguien me pregunta de donde soy. Ésta es una pregunta cuya contestación depende de cómo me coja el cuerpo. Si es temprano y me coge con fuerzas le digo que vivo en Texas pero originalmente vengo de España. Digo lo de fuerzas porque esta contestación precipitará una cascada de preguntas: cómo, cuándo, dánde, por qué, etcétera.

Si la pregunta me la hacen al anochecer y está uno bajo de forma, entonces, escuetamente, le digo que de Texas. Así: Texas. Con tal monosilábica respuesta mi espeso acento extranjero apenas se nota. Y aunque mi aspecto y figura (excepto mi parca respuesta) para nada responde al tipo estereotipado que mucha gente asigna a un texano, a saber: 1,90 de estatura, delgado, taciturno... la reacción, como en el caso de ser uno de Sevilla, es definitivamente entusiasta.

-Vaya, con que de Texas, ¿eh? Fantástico.

Y cuando me pregunta cuántas armas de fuego tengo en casa y le digo que ninguna, su entusiasmo no decae. Paralelamente al caso de ser uno de Sevilla esta reacción no puede provenir de alguien que viva en cualquier lugar del Oeste: California, Colorado, Arizona, Nuevo México. Cualquiera de tales regiones tienen algo de común con Texas.

Sevilla era una ciudad española más o menos bonita, pero sin magnetismo. Tenía su antepasado romano y moro (nada inusual en España) y sus bonitas leyendas: don Pedro el Cruel, la bella judía Susona, etcétera. La fama la tenía Barcelona, con sus consulados del mar, su banca y sus flotas. Pero viene 1492. Sevilla se convierte en la reina de España. Se llena de extranjeros (que no vienen precisamente a barrer las calles), mayormente genoveses quizás soñando con un buen enchufe, paisanos como eran del legendario don Cristóbal, y alemanes, que se dedican a prestar dinero a la Corona porque en Sevilla entran caudales pero no se quedan, se van afuera. Esta orgía de oro y plata dura dos siglos. Después viene un decaimiento, en el que persistimos, pero "cría fama y échate a dormir". Sevilla llega a nuestros días somnolienta y bastante pobre pero es y seguirá siendo famosa.

Texas no fue una de las 13 antiguas colonias que pasaron a formar los revolucionarios Estados Unidos de América. Ni fue ocupada por el nuevo coloso en su inexorable marcha hacia el Pacífico. Al declararse independiente, México heredó de España la antigua colonia texana. Texas estaba despoblada. México invitó a las gentes del norte que se vinieran y recibirían gratis tierras y ganado. Miles vinieron sobre todo de Tennessee, muchos de ellos fugitivos de la Justicia. Estos nuevos texanos no estaban a gusto bajo la dominación mexicana. Un día se sublevaron y tras el fracaso de El Álamo derrotaron al General Santa Ana y a su ejército y proclamaron la independencia de Texas(1835). Durante nueve años Texas fue un país independiente, con su marina y una Legación en Londres (donde el edificio donde se instaló aun existe con su placa conmemorativa). Falto de dinero, Texas negoció la anexión a la joven República norteamericana. Los Estados Unidos estaban interesados y en 1845, de tú a tú, se realizó la fusión.

Las disputas fronterizas de Texas con México las heredó Estados Unidos dando lugar a una guerra (1946) que terminó con el Tratado de Guadalupe (1948) por el que USA se apoderó de California, Nuevo México (ambos ocupados antes de la terminación de la guerra), Nevada, Utah y la mayor parte de Colorado y Arizona. Así pues Texas ni fue conquistada (a México o los indios) ni comprada (como lo fue Alaska o Puerto Rico después del desastre de Cuba (1998), sino anexonada.

Esto ha dado a Texas una personalidad y una fama de orgullosa altivez que aun perdura. Esta admiración se produce mayormente en las primitivas 13 colonias donde Texas representa no mucho en refinamiento cultural pero si en riqueza, dinamismo y una historia singular.

Y así me encuentro yo, sevillano hasta la cepa y texano de adopción, pero sin vaqueros, sin rancho y sin Winchester de repetición.

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