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El Rastro de la Fama · Juan Fernández Lacomba. Pintor y académico de Bellas Artes

"A Sevilla le hace falta un buen puchero de calvinismo"

  • Artista de estirpe abstracta ha dedicado, sin embargo, miles de horas al estudio y recuperación de pintores figurativos sevillanos del XIX y el XX que estaban olvidados o ninguneados.

-Pintor, historiador del Arte, comisario de exposiciones... ¿Todo esto le viene de familia?

-Lo curioso es que, aunque en mi familia ha habido muchos artistas, mi padre libró un auténtico combate para evitar que yo siguiese este camino. Una hermana de mi padre estaba casada con José María Martínez del Cid, un pintor de la Generación del 27 del que heredé su caballete, y un hermano de mi bisabuelo francés Lacombe también era artista.

-¿Francés?

-Sí, era oriundo de la región de Burdeos y vino a España a mediados del XIX debido a la caída de Luis Felipe de Orleans. Antes, habían llegado aquí otros parientes Lacombe, ilustrados contratados por Carlos III para construir la cerca de Cádiz y como cirujanos de la Armada... Incluso alguno pasó a América.

-¿Y por qué se oponía su padre con tanto ahínco a su vocación artística?

-Por esa creencia de que los artistas no se pueden ganar la vida. De hecho, mi familia se encargó de que me suspendiesen el ingreso a Bellas Artes. Mi padre fue comerciante y estuvo asociado con mi tío Emilio Fernández, un personaje mítico con el que, en los años cincuenta, apoderó a toreros como Manolo González, El Litri... También fueron empresarios de plazas de toros, incluida la de Sevilla, y amigos de Belmonte y El Gallo. Era un gran lector de Lorca y a mí me transmitió su entusiasmo por la Generación del 27 y Rubén Darío.

-¿Recuerda alguna epifanía, algún momento concreto en el que decidiese dedicarse al arte?

-Un momento concreto no... Cuando hice la primera comunión me regalaron una caja de acuarelas y siempre he dibujado... Un tío mío, don José Hernández de la Torre, era canónigo y aún me acuerdo de esas misas aburridísimas en la Catedral gracias a las cuales me pasé cientos de horas mirando su retablo, ese gran panorama donde encontramos la belleza, lo trágico, lo patético. Allí empecé a diferenciar el carácter de los estilos: plateresco, barroco, neoclásico…

-¿Ya de niño apuntaba maneras como historiador del Arte?

-Yo acabé la carrera de Historia del Arte en el 77. Paralelamente, trabajé como artesano en los alfares de Triana. Con una señora catalana, Victoria Alonso, fundamos el grupo cerámico ZIN. La muerte de Franco me cogió en el taller. También trabajé como delineante en Itálica haciendo planos.

-¿Y cuándo expuso por primera vez?

-Mi primera individual la hice en el año 79, en Imagen Múltiple, una galería que había en el barrio de Santa Cruz dirigida por María Andrada y Cecilia Blázquez, dos señoras bien de Sevilla que exponían vanguardia. La titulé VP (Cinco Poetas), un homenaje a Cansinos Assens.

-En su generación de pintores abstractos sevillanos pesó mucho el magisterio de Pérez Aguilera, no sé si en su caso concreto…

-Yo empecé a ir a sus clases en Artes y Oficios, pero no aguanté ni tres días, sobre todo porque no tenía dinero para comprar óleos. Además, yo no quería aprender a pintar, sino crear… Lo vi como un personaje de mucha energía, pero no fue mi maestro. Una vez me dijo: "Tú no fuiste alumno mío, ni falta que te hizo". Siempre lo aprecié mucho.

-Entonces, ¿algún referente en la ciudad?

-Bueno veía lo que se exponía en Juana de Aizpuru… De hecho conseguí la beca que ella daba…

-¿Cómo fue aquello?

-José Guerrero venía a Sevilla y elegía, junto a la Casa Velázquez, a un pintor. Él daba un cuadro a Juana para pagarnos un año de manutención en Madrid. Yo hice mucha amistad con Guerrero y, gracias a él, profundicé en la abstracción. En el antiguo Museo de Arte Moderno, que estaba en la Ciudad Universitaria, vi una exposición que fue muy importante entonces llamada Escuela de Nueva York, donde pude contemplar por primera vez la obra de Rothko, Frank Klein o Jaspers Johns, que era un pintor que entonces me interesaba mucho… Todo ese mundo orgánico-visceral de la abstracción. Es curioso, pero conocimos antes la abstracción americana que a Cézanne o a Matisse.

-Me imagino que a estos pintores los conocería bien cuando estuvo becado en París por el Gobierno de Francia.

-Bueno, primero fui a París sin beca, con una mochila y dos cuadros que vendí. Allí estuve con gente de la abstracción lírica francesa. Pedía la beca, pero no me la daban. .. Pasé más hambre que el perro de un ciego, llegué a pernoctar con un saco de dormir y cartones… Trabajé de pinche de cocina, limpiando cristales en rascacielos. Fue una vida muy dura y llegué a ejercer de squatter (okupa) en un hospital abandonado. Siempre he sido muy independiente y muy autosuficiente.

-Después llegaría el éxito: los premios Focus y Luis Cernuda.

-Son los dos únicos premios a los que me he presentado en mi vida.

-¿Cómo definiría su pintura?

-Es muy difícil… Soy un posabstracto… Lo que no he sido nunca es un posmoderno, no comparto su cinismo. Me interesa, fundamentalmente, el paisaje.

-Usted es un enamorado de Doñana…

-Llevo más de veinte años pintando ese paisaje. Tengo un estudio que me han prestado en una finca de la Marisma. Lo pago con un cuadro al año.

-¿Y nunca ha expuesto esos cuadros?

-Nunca. Llámelo terquedad, temor, humildad, soberbia, disconformidad…

-La verdad es que usted se deja ver poco por las galerías.

-Hace quince años que no expongo. Es la única manera de protestar. Creo que a la gente le duele más que a mí. Yo gasto poco, soy frugal…

-¿Horaciano?

-Más bien Diógenes.

-En esta entrevista es obligado hablar de Carmona, una ciudad muy importante en su vida a la que le ha dedicado más de un libro.

-He habitado allí treinta años, incluso cuando estaba en alza en el mercado nacional y la gente me reprochaba que no me fuese a vivir a Madrid. Yo soy muy telúrico y no me gusta estar disuelto en el ji-ji-ja-ja-ju-ju. Para crear necesito oír la intensidad de los silencios, aburrirme… Llámelo mística o llámelo como sea.

-¿Pero, por qué Carmona?

-Un grupo de amigos, compuesto por Juan José Fuentes, Fernando Amores y yo, alquilamos una casa del siglo XVI maravillosa, un estudio de más de trescientos metros. Allí conocimos a la condesa de Foxá, de la que fui íntimo amigo. También estaban Perico e Ignacio Romero, Meye Maier… Aquello era una especie de gauche divine rural a lo siciliano… Carmona me permitía un estudio barato, vivir en una ciudad como era antiguamente Sevilla, con los burros por las calles, las mujeres vestidas de negro y los niños que casi te tiraban piedras porque creían que eras extranjero.

-En Carmona hizo algo sorprendente: diseñó el paso de la hermandad de El Silencio, una devoción emblemática.

-Gracias a ese Nazareno de Francisco de Ocampo, el único documentado, se ha podido saber la cronología del resto de los cristos de la saga Ocampo: Francisco, Juan y Andrés. Hice este paso porque me lo pidió la hermandad y, previamente, el proyecto contó con el visto bueno del capellán, de la junta de gobierno y de doscientos votos (apenas hubo dos abstenciones). Es un paso moderno pero dentro de la tradición. Eso es lo difícil de hacer, conocer los dos lenguajes y ensamblarlos. Lo hice con mucho respeto, basándome en la idea de roca (Calvario), cáliz y altar. También le puse unos versos latinos sacados de Isaías: Conozca el mundo tus caminos.

-¿Alguien le ha hecho pagar el atrevimiento?

-Hubo gente progresista que pensó que hacer algo así era reaccionario. También los Kofrades con k de Katetos. Los dos bandos me atacaron. El martirio está hecho. En Sevilla, desde los años 20, el debate del arte está raptado por la artesanía.

-Últimamente se ven ciertas tímidas aperturas, ahí está el cartel de Pérez Villalta de la Macarena.

-En el fondo, es un cartel muy convencional, no creo que sea rupturista. Estimo que es una concesión de Guillermo, un cartel muy amable, como el de Carmen Laffón. Lo llamativo es que la Macarena está intentando integrar a gente que no estaba en el milieu cofrade. A mí no me ha pedido nada ninguna hermandad, salvo ir a los debates… Me llaman para todos los debates.

-Como historiador del Arte y comisario de exposiciones, ha recuperado autores del XIX y principios del XX que estaban ninguneados o poco valorados por la crítica académica: Jiménez Aranda, José Arpa, Sánchez Perrier, Fernández Cruzado, la Escuela de Alcalá… Intereses que no pegan en un pintor abstracto.

-Bueno, no me han dejado meter las narices en el arte actual, que también me interesa mucho… En Sevilla hay unos monopolios, una academia abstracta con una clara vinculación política… Muchos de estos autores a los que usted se ha referido estaban absolutamente olvidados y era de justicia y razonable recuperarlos... porque ¿qué había hecho la Universidad?, ¿qué había hecho Bellas Artes? Gente que tenían un sombrajito que yo no tenía… Lo hice motu proprio, formándome con mi dinero, porque a mí siempre me ha gustado estudiar e investigar. Posteriormente, los encargos de muchas de estas exposiciones me han permitido vivir.

-¿Por qué se interesó por estos artistas?

-Porque nunca se habían expuesto los antecedentes de la pintura moderna sevillana. Eran autores cuyos cuadros se veían exclusivamente en casas particulares. Esta pintura se había raptado y sólo existían exposiciones de pintura antigua o de los años sesenta en adelante. Gracias a mi tío Martínez del Cid yo había recogido la tradición del 27, y sabía, por ejemplo, quién era Marín Ramos, un pintor casi expresionista completamente desaparecido, o Martínez de León, el coriano de los toros; conocía cómo la modernidad pictórica había entrado en España. Todo esto no estaba explicado por la universidad, que se paraba en Goya y punto.

-¿Qué pintores quedan por reivindicar?

-Muchos. El propio Gonzalo Bilbao es un autor al que todavía se le ve con muchos prejuicios y no se le ha puesto en su sitio. Bacarisas está sobrevalorado por cierta intelectualidad, mientras que para otros es un completo desconocido. Otro pintor importantísimo al que se desconoce es Miguel Ángel del Pino… Santiago Martínez… Fernando Tirado, quien con Sánchez Perrier era el más moderno de su época. Precisamente acabo de hacer una ficha para el Ayuntamiento sobre un retrato suyo de la infanta Luisa Fernanda, un cuadro extraordinario que está arrumbado. Este pintor, que estudió con Gérôme, fue uno de los pocos naturalistas al pie de la letra, con categoría internacional…

-Usted es uno de los grandes expertizadores de cuadros de esta época. ¿Hay muchas falsificaciones?

-Yo sé distinguir si un cuadro es falso o no porque conozco la técnica. La gente no sabe que en el lenguaje de la pintura es muy difícil mentir. Sí hay muchas falsificaciones y la gente se lleva auténticos disgustos. Hay personas que han vivido firmando arpas falsos y han criado una familia de 12 hijos. Sevilla ha sido una ciudad muy encanallada, flamenca… A Sevilla le hace falta un buen puchero de calvinismo.

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