Puntadas con hilo

Que en Sevilla hay que morir

  • Hay un conformismo dañino en los sevillanos que viven buscando la vanguardia sin renunciar a lo rancio

ASÍ rezan las sevillanas de oro de los ochenta que cantaban Amigos de Gines. Que en Sevilla hay que morir. Al llegar la primavera, la Semana Santa, la Feria, en la Maestranza, en el Patio de Banderas... y en el Palacio de las Dueñas. Estampas para meter en las cámaras de juguete que se venden en los puestos de souvenirs de la Plaza de España. Arquetipos que estos días han vuelto a cotizar en prime time y que han mostrado al mundo una ciudad trasnochada, pero también novelera y acostumbrada a buscar en el espectáculo una particular forma de sobrevivir.

La ciudad se adapta al calendario y a las circunstancias, pero la esencia permanece, le gusta decir al actual alcalde. ¿Y cuál es el alma de Sevilla? Las rosas y los jazmines no trasminan en todos sus rincones. Como no todos los sevillanos montan a caballo, tienen abono para los toros y caseta de Feria. Incluso hay muchos que no comulgan con ninguna cofradía. Y otros más que odian las colas y que se incomodan con las reverencias, los aplausos y las palmas por bulerías.

También hay una gran mayoría que ama todo lo anterior, pero en su justa medida, y que huye de los excesos en la ciudad de las hipérboles. Hay una ciudad que en silencio y respeto ha asistido esta semana al fallecimiento de la duquesa de Alba. Desde la distancia, pero tampoco sin complejos a la hora de mostrar su pesar por la desaparición de quien, al margen de su linaje con unos privilegios que hoy difícilmente se pueden comprender, eligió ser sevillana y con Sevilla morir.

Y a esta Sevilla le molesta especialmente que su marca se vincule sin remedio a la postal y al folclore. Ésta es la Sevilla que quiere evolucionar, que aspira a ser una gran ciudad y que se indigna por tener que exportar un talento que luego se busca fuera. La tradición y el clasicismo pesan como una losa demasiadas veces. Lograr el equilibrio entre lo viejo y lo nuevo no es fácil en una capital donde se aborrece lo rancio a la vez que maldice la vanguardia que se desafía a la estampa de campanarios y coches de caballo.

Las mentes más preclaras son capaces de debatir durante horas sobre el perjuicio que causan los estereotipos para luego, en el corto intervalo que da el beberse una cerveza en un bar, sacar su conformismo más dañino y asegurar que como aquí, en ningún sitio. Sevilla y los sevillanos. Una buena ciudad para nacer, vivir y siempre morir.

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