Sueños y pesadillas de Bécquer

Calle Rioja

Repaso. La Imperdible hace un recorrido por la vida del poeta romántico sevillano en un espectáculo donde el teatro en vivo se mezcla con el video mapping en la torre de don Fadrique

Una escena de 'Bécquer, la vigilia del sueño'. / José María Roca

UN poema dentro de un verso. La Giralda, la Turris Fortissima, dentro de una construcción más modesta, la torre de don Fadrique. Inversión de conceptos y proporciones, lo grande dentro de lo pequeño, que está en el espectáculo ‘Bécquer, la vigilia de un sueño’. Una propuesta de la compañía La Imperdible, con adaptación y dirección de José María Roca, que puede verse en la torre de don Fadrique (acceso por calle Becas, Espacio Santa Clara) hasta el próximo 2 de septiembre.

La innovación del video mapping, técnica audiovisual de este montaje, no empequeñece sino al contrario los recursos de Santi Rivera, el actor que da vida a la trayectoria de Gustavo Adolfo Bécquer. Una historia alejada de los arquetipos literarios (mucho más que las Rimas y Leyendas) o del cliché de poeta romántico, porque lo fue pero fue muchas más cosas.

La poesía de Bécquer es universal, pero el atlas lírico-biográfico de su presencia en Sevilla se puede delimitar en una zona de la que la torre de don Fadrique podría ser el centro geográfico y casi geométrico, un faro de vigía, una fortaleza de avistamiento de las nuevas corrientes de la poesía, del pensamiento y hasta del periodismo, oficio que ejerció con la penuria de un adelantado a Luces de bohemia.

Al sur de la torre estaría la calle Conde de Barajas, donde se supone que nació el poeta, el quinto de los ocho hijos varones de José Domínguez Insausti y Joaquina Bastida Vargas. Y la antigua calle Potro (hoy Ana Orantes) donde pasó parte de su infancia y la calle Jesús del Gran Poder (clínica donde estaba la consulta del doctor Muñoz Cariñanos, asesinado por la Eta) donde se encontraba una de las aulas escolares por las que pasó. Al norte, la calle Bécquer que une la Barqueta con la basílica de la Macarena. Una onda expansiva que podría ampliarse hasta el parque del Alamillo, donde una lápida con su nombre rinde tributo a su perspectiva favorita del Monasterio de san Jerónimo; o al barrio del Tardón, calle López de Gómara, donde se encuentra el instituto de Educación Secundaria Bécquer.

El actor Santi Rivera presta su voz, sus gestos y parece que hasta el alma a este recorrido vital por quien vivió tanto en tan poco tiempo. Un poeta del barrio de san Lorenzo, donde nacieron dos de los principales defensores de su apostolado poético, Rafael Montesinos, hijo de la calle santa Clara, su más cualificado biógrafo, y Fernando Ortiz, autor del libro ‘La estirpe de Bécquer’.

La torre de don Fadrique es un faro por el que se divisan las aguas del Guadalquivir y el Colegio Naval de san Telmo donde Bécquer ingresa el 1 de marzo de 1846. Un año después ordena su cierre Isabel II. Un año antes se funda el instituto san Isidoro, cuyo primer director es Alberto Lista, uno de los sevillanos que más predicamento tendrá en el poeta, fallido marinero en tierra. Pero no le fue baldío el paso por san Telmo. Allí coincide con Narciso Campillo, condiscípulo con quien empieza a escribir. Será quien le enseñe a nadar en aguas del río y lo instruya en la técnica de la esgrima, que era el Instagram de la época. Campillo y Bécquer fueron alumnos en san Telmo de Francisco Rodríguez Zapata, con quien se reencontrarán en el instituto san Isidoro donde este profesor ejercía la cátedra de Retórica y Poética. Campillo también le acompaña en su aventura madrileña. Llega a Madrid en 1854. Una etapa pródiga en aventuras y desventuras, como da cuenta el actor que encarna al poeta.

Desde Madrid, Sevilla será el “Edén perdido”. Aunque sus restos fueron trasladados desde la capital de España hasta Sevilla, al Panteón de Sevillanos Ilustres, forma con Antonio Machado y Luis Cernuda, muertos en Colliure y Ciudad de México, respectivamente, el podio de poetas sevillanos que eligieron el destierro.

La idea-fuerza de José María Roca abunda en la estrecha relación que mantuvo con su hermano Valeriano Bécquer, el cuarto de los ocho vástagos. Una vida paralela hasta la muerte. Tres años mayor que el poeta, el hermano pintor fallecerá tres meses antes. A Bécquer le tocó vivir un tiempo de cambios convulsos. Muere con 34 años el día de la Lotería de 1870, 22 de diciembre, ocho días antes del atentado que le costó la vida al general Prim, principal valedor del italiano Amadeo de Saboya para la Corona de España frente a las aspiraciones del francés Antonio de Orleans, cuñado de Isabel II e inquilino del palacio de san Telmo donde Bécquer hizo un curso de náutica, sede de la Corte de los Montpensier. Nació el 17 de febrero de 1836. El primer centenario de su nacimiento enmudeció porque un día antes, 16 de febrero de 1936, tuvieron lugar las últimas elecciones de la Segunda República.

El patio de butacas del interior de la torre de don Fadrique se divide en tres pisos para el seguimiento de la obra. Bécquer también está en la estatua de la glorieta que lleva su nombre en el parque de María Luisa, la hermana de Isabel II y esposa de Antonio de Orleans. La mujer que pudo reinar. En la obra, Pepa Muriel, Antonia Zurera, Belén Lario y Celia Vioque se alternan para darle las voces a las tres musas, la del pasado, la del presente y la del futuro. Esa lección de poesía cotidiana y metafísica cuántica que todos los días dan los cocheros de caballos cuando pasan con los turistas junto a este grupo escultórico.

Con el cierre de san Telmo, Bécquer se matriculó en la Escuela de Bellas Artes. Le gustaba dibujar y era gran aficionado a la ópera italiana. Una placa en el barrio de Salamanca de Madrid recuerda la casa en la que falleció. El mismo bloque donde nació Madre María de la Purísima, la religiosa que tomó el testigo de Ángela Guerrero en las Hermanas de la Cruz. En Madrid no conocía casi nadie a la futura monja. En Sevilla tiene una calle que comparte con Viriato junto a San Juan de la Palma.

El guión de la obra omite los episodios de lo que hoy llamaríamos prensa del corazón. Se centra más en ese gigante que convivió bajo una coraza de persona enfermiza y pusilánime. Como el poema dentro del verso o la Giralda dentro de la torre. La estirpe continúa. José María Roca dirige; Claudia Roca se encarga de darle imagen a los espíritus (los del monasterio de Veruela) y es asistente de sala, mientras que Rodrigo Roca le da voz a los niños (junto a Antonio Guajardo) y es ayudante técnico. Sergio Collantes se encarga de la iluminación y la escenografía. Un Bécquer de altura que roza las estrellas. Su prematura muerte le privó de conocer el celuloide, pero su vida es en esta vigilia puro cine de verano. Sueño y pesadilla.

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