Carlos Amigo Vallejo. Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

"Veo las noticias y pienso en el disgusto que tendrán los Reyes"

-Usted casó a la infanta Elena en marzo de 1995 y tiene un trato fluido y asiduo con la Familia Real. ¿Cómo cree que daña a la Monarquía todo lo que está ocurriendo a cuenta de los negocios del yerno del Rey?

-Siempre que oigo una noticia sobre los miembros de la Familia Real, tanto sobre las que la forman en este momento como sobre los que están un poco separados, lo hago con bastante disgusto. Conozco a los Reyes, que me han distinguido siempre con su afecto. He estado cerca de ellos en acontecimientos como el fallecimiento de la madre de don Juan Carlos, tan vinculada a Sevilla. Sé de la sensibilidad de los Reyes con su familia. Tuve la oportunidad de hablar con doña Elena en la jornada de la Familia. Estaba con sus hijos. Pocos días después coincidí con la Reina en una recepción. Le comenté que había estado con la infanta doña Elena. Y en ese momento doña Sofía me preguntó por ella, por cómo la veía yo. Aquella era una madre con un interés por su hija realmente ejemplar y admirable. Los Reyes ya me lo dijeron en la boda de Sevilla: no se casa una infanta, se casa nuestra hija. Por eso cuando salen estas noticias, yo pienso en el enorme disgusto y preocupación que están pasando. El mensaje del Rey fue espléndido. Lo he visto como el padre de todos los hijos y las hijas de España.

-Ha tenido ya ocasión de regresar a Sevilla algunas veces. ¿Cómo valora las nuevas aportaciones arquitectónicas que hay en la ciudad?

-Tengo poco conocimiento porque he ido poco. He oído muchos elogios de esas nuevas construcciones. Sé también que ha habido muchas críticas a lo de la Encarnación, a las…¿setas? Recuerdo las críticas impresionantes que hubo en París al centro Pompidou. Actualmente es un centro pionero. Recuerdo todo lo que supuso la apertura de Sevilla hacia el Aljarafe, sin el muro de la calle Torneo. La última vez que estuve en Sevilla fue con motivo de un viaje a Almonte. Dimos un paseo en coche por la ciudad. Qué preciosidad, qué bonita está Sevilla… Aparte de ser verdad, también influirá el afecto que le tengo a la ciudad.

-Ahora tal vez sea ya el momento de hacer balance de las luces y sombras de su pontificado, de 27 años de duración.

-Creo que fui fiel a la hora de predicar el Evangelio. Y también creo que fui fiel a las personas. No me importaban ni las ideas, ni la situación política, ni económica, ni en el barrio donde vivían, ni el grupo al que podían pertenecer. Estuve muy a gusto con los presos en la cárcel, con los gitanos en los polígonos, con la gente de las academias, con los sindicatos…

-Y metiéndose en todos los charcos...

-Y metiéndome en todos los charcos.

-¿Sigue haciéndolo?

-Sí. Bueno, ahora algo menos, porque ya no tengo esas obligaciones ni esas responsabilidades. Pero no podemos eludir un problema. Si la Iglesia puede dar una palabra que ilumine la realidad de cada día, creo que es nuestra obligación. Si eso supone mancharnos los zapatos, pues nos mancharemos los zapatos. Y si te da dolor de cabeza, con una pastilla lo remedias. Pero lo que no se remedia es abandonar a una persona.

-Usted dijo que cuando dejara Sevilla se iría al convento. Pero al final se ha afincado en Madrid…

-Estamos en un convento.

-Pero no el suyo de Galicia.

-No es el de Galicia, no. Mi idea era esa, porque como suelo veranear en Galicia y cumplo los años el 23 de agosto, pues me propuse quedarme allí el año que me tocaba la jubilación. Además, como siempre voy ligero de equipaje y ahora caben todos los libros en una tableta de esas modernas, pues no había mayores problemas. Pero es que fue jubilarme y producirse un aluvión de peticiones, de viajes a América, de viajes a Roma… Y una comunidad, un convento, tiene sus ritmos… No pueden estar pendientes de mí.

-Y también tiene una disciplina…

-Sí, una disciplina por otra parte muy grata para mí. Por todo eso, estoy ligado a un convento, que es el de Cardenal Cisneros en Madrid, que es la casa de los escritores de los franciscanos españoles. Por las mañanas trabajo en este convento. Así tampoco pierdo el contacto con la orden franciscana. Y tenemos una pequeña casa para vivir muy cerca de la Conferencia Episcopal. Y ahí estamos el mismo equipo que en Sevilla: las religiosas y el hermano Pablo.

-TVE emitió en Navidad la serie especial en reconocimiento al cardenal Tarancón, figura clave en la Transición. En la leyenda final se hacía mención a que a Tarancón se le admitió "sorprendentemente" su renuncia  a los 75 años de edad, cuando todo indicaba que podía seguir en activo varios años más. Con usted pasó lo mismo.

-Era una situación completamente distinta. En Sevilla había un arzobispo coadjutor que yo mismo había pedido al Santo Padre, porque pesaba en mí esos recuerdos de la gente de Sevilla cuando me hablaban de la transición entre Segura y Bueno Monreal. Después yo viví, digamos que en mi persona, lo que significó el tránsito de Bueno Monreal a mí. Se creó una situación no de interinidad, pero sí incómoda para unos y para otros. Y así lo hablé en Roma, porque esos recuerdos históricos de Sevilla teníamos que hacer que no se repitieran en la medida de lo posible. Al prefecto le pareció muy buena la idea de nombrar a un arzobispo coadjutor. Y desde luego en cuanto lo hubo y, una vez cumplida la edad, no procedía estar más tiempo.

-¿Es aficionado a las redes sociales?

-Muy poco, muy poco… Las sigo muy poco. Sigo internet, las páginas de opinión. Me gustan mucho las tertulias que hay en televisión por la noche y en la radio por la mañana. Vengo oyendo la radio cuando doy el paseo desde casa hasta el convento. Lo que me disgusta muchísimo, sobre todo en la radio, es cuando hablan todos a la vez.

-¿Y está al tanto de la actualidad cofradiera?

-Sí, sí, sí… Pero los grandes problemas de las hermandades son los que no aparecen en los periódicos. Estoy convencido de ello. Problemas internos, de personas… La vida de las hermandades es ser fieles al culto, a la caridad y a la evangelización. Pero después está el tejido social de las hermandades, que es como una red. Antes de que se inventaran las redes sociales, ya las tenían inventadas Sevilla y Andalucía con las hermandades. La gente en las cofradías se comunica, opina, disiente… Y yo creo que todo eso es bueno.

-La Hermandad de la Esperanza de Triana rechazó traer su paso de misterio a la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, presidida por el Papa. El revuelo fue considerable.

-Aquello fue… Creo que faltó ver las causas. Lo hablé con el cardenal Rouco, al que expliqué que esta hermandad acababa de hacer un gran esfuerzo para la restauración y reforma de la capilla, un proyecto realizado en muchos años y con mucho esfuerzo, de tipo económico sobre todo. Esto pesaba también un poco. Yo creo que la imagen ideal para venir a Madrid hubiera sido el Cristo de la Universidad, y así lo expresé en varias ocasiones. Se trataba de una jornada de la juventud y es una hermandad de los estudiantes. Pero hay que reconocer que la hermandad de Regla lo hizo de dulce. Muchas veces he visto ese paso en Sevilla. Pero cómo estuvo en Madrid… La representación de la Semana Santa de Sevilla fue espléndida. Hay que felicitar a la hermandad, porque arriesgó mucho.

-¿Sabe que Santa Catalina sigue cerrada?

-Aquello cogió buen ritmo y yo creí que ya no había quien lo detuviera, pero… Creo que no encontramos el  milagro, auténtico milagro, que nos encontramos en el Salvador. Un milagro que se explicó de una forma muy sencilla. Reuní a los expertos tras aquellos desprendimientos y tuve claro que no podíamos asumir ningún riesgo. Podía haber otro y que muriera una persona. El cierre fue traumático. Algunas instituciones no lo supieron entender, pero al final elogiaron la medida. Entonces era vicepresidente del Gobierno don Javier Arenas, al que no pedí ayuda, sino orientación. "¿Por qué no me dices a qué puertas hay que llamar?", le pregunté. A los dos días, me llamó: "No hace falta que llame usted a ningún sitio, que ya he llamado yo por usted". Y así fue. Hizo él todas las gestiones. Y también tuvimos ese apoyo también grande de Moeckel, tanto por la cantidad importante dinero, como por el interés, el estímulo, la motivación que imprimió a la gente… Y Juan Garrido Mesa, que fue providencial, un magnífico gestor, un magnífico informador que conectaba con la gente, que sabía explicar las cosas y que antes de que un problema se hinchara como un globo, ya lo había pinchado. La historia del Salvador es admirable.

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