Sevilla

La agonía de un imperio

  • La dimisión del tercer 'papa' se produce en pleno declive de esta iglesia Su reconocimiento como entidad religiosa supuso un freno al negocio de las donaciones

La iglesia palmariana -considerada por Roma y por muchos especialistas como secta- vuelve a colarse en los informativos nacionales tras la dimisión de su tercer papa, quien ha abandonado los brazos de la fe en tierra utrerana para entregarse a los del amor en Monachil. Un episodio más, que roza el esperpento, en la historia de una entidad religiosa (así se registró en 1988) sumida desde la muerte de su fundador, el papa Clemente, en un declive que no parece tener freno. Quienes más se han encargado de estudiarla aseguran que su extinción está cerca. La merma de seguidores, los continuos cismas y la falta de financiación están detrás de esta crisis, que algunos llaman el fin de un negocio.

Primavera de 1968. Mientras en el país vecino se prepara un movimiento estudiantil que protagonizará el mayo más famoso de la historia, en El Palmar de Troya, una pedanía de Utrera -hoy denominada entidad local autónoma-, cuatro niñas con edades de 12 y 13 años (Ana García, Rafaela Gordo, Ana Aguilera y Josefa Guzmán) aseguran que se les ha aparecido la Virgen del Carmen en un lentisco de la finca La Alcaparrosa. El protagonismo de estas adolescentes durará poco. Año y medio después llegaron a estos terrenos del bajo Guadalquivir Clemente Domínguez, natural de Écija, y su amigo, el extremeño Manuel Alonso. Ambos serán los hacedores de la iglesia palmariana. El primero se encargará de atraer adeptos a través de sus innumerables estigmas (en algunos de ellos se habló de que había perdido 12 litros de sangre, cuando lo normal es que el cuerpo humano no contenga más de siete). El segundo, de urdir la trama financiera que logró el verdadero milagro del Palmar.

Ambos tenían claro que debían buscar el sostén económico fuera de España para levantar este segundo Vaticano. Clemente y Manuel comienzan a establecer redes financieras por distintos países con el fin de atrapar inversiones. Una de las primeras donaciones se logra en 1972, cuando la baronesa del Castillo de Chirel les entrega 16 millones de pesetas para la causa. ¿Cómo lograron convencerla para este favor? La aristócrata española siempre defendió una Iglesia tradicional, contraria a los nuevos postulados del Concilio Vaticano II y en línea con el carlismo ortodoxo del que era simpatizante. Un pensamiento que casa a la perfección con la corriente tridentina de Clemente y sus seguidores. Esta donación, sin embargo, sería motivo de querella años después por parte de la baronesa, que acusa a los palmarianos de estafa, según recogen varias publicaciones de la época.

Pese a este traspiés jurídico, las inversiones siguen creciendo. Manuel Alonso, quien se se convertirá en 2005 en Pedro II, asienta el entramado económico para levantar la basílica del Palmar. Las generosas exenciones fiscales que se practican en muchos países sobre las donaciones permitirán construir el imperio. Así lo refleja Manuel Molina en su libro Los secretos del Palmar de Troya: historia de una herejía, donde da a entender que, al margen de la devoción (muy cuestionada) que profesaran los donantes, las cantidades entregadas a la orden carmelita de la Santa Faz suponían un auténtico negocio para ellos, pues, por lo general, se declaraba una cantidad mayor a la entregada, lo que conllevaba unos beneficios fiscales que en ocasiones superaban al donativo. Una artimaña que más de una vez servía para el supuesto blanqueo de dinero y que nutría económicamente a la iglesia palmariana, que alcanzó su máximo esplendor en la década de los 80.

Donaciones procedentes de Alemania, Suiza, Australia, Estados Unidos, Irlanda y Argentina permitieron aglutinar un parque inmobiliario -al margen de la basílica- que tenía su epicentro en el barrio de San Vicente, en pleno casco antiguo hispalense. Allí se encontraba la casa generalicia y la sede papal, en la que residía Clemente. La extensión de este inmueble era de 1.400 metros cuadrados, una inmensa manzana rectangular situada entre las calles Abad Gordillo y San Vicente. Las viviendas que eran propiedad de la orden estaban valoradas en la década de los 90 en 700 millones de pesetas (4,2 millones de euros). A ello se sumaba la flota de 20 furgonetas con las que se trasladaba a diario a los religiosos desde la capital a la basílica.

Más espectaculares resultan las cifras del templo -aún inconcluso- en los terrenos del Palmar. La compra de la finca donde se asienta supuso un desembolso de 19.200 euros, una cantidad bastante importante en aquellos años. El coste para levantar la basílica, con sus doce torres, se presupuestó en 105.177 euros, pero debido al secretismo en el que vive la orden, existe una gran oscilación en las estimaciones sobre el gasto final de la obra: de tres a nueve millones de euros. El templo, que mezcla los colores blanco y marrón propios del hábito carmelita, cuenta con una extensión en su planta baja de 3.200 metros cuadrados. La planta alta, donde se sitúan las torres y el coro, tiene 1.275 metros cuadrados de superficie. Abajo, en el sótano, una cripta, una capilla y una sala de autopsia suman otros 700 metros cuadrados. En definitiva, 5.175 metros construidos en mitad de un secarral donde se encuentra este edificio que en su día intentó competir con el mismo Vaticano.

Mientras Manuel Alonso asienta el entramado financiero, Clemente hace lo propio con la doctrina palmariana. Para ello, es clave la figura del obispo vietnamita Pedro Martín Ngo-Dinh Tuc, quien los ordena sacerdotes en 1975 junto a un francés y dos irlandeses seguidores, también, de la causa. Tres días después los nombra obispos. En 1976 Roma los excomulga. No tardaría mucho Martín en pedir perdón a la Iglesia católica por estas ordenaciones, un arrepentimiento que llega demasiado tarde, pues el engranaje palmariano ya está en marcha. Sólo falta que muera Pablo VI para que Clemente se autoproclame papa y adopte el nombre de Gregorio XVII. No le fue necesario un cónclave de cardenales. Se lo había revelado Jesucristo en una de sus frecuentes apariciones, en las que le relata que Juan Pablo II será el antipapa que, junto a marxistas y masones infiltrados en el Vaticano, preparan el camino al anticristo.

Predice, además, dos hechos que con el tiempo le harán perder seguidores al no cumplirse: por un lado, que con la llegada del nuevo milenio estallaría la tercera guerra mundial y que tras él no habría más pontífices. En esto último se contradice al designar como sucesor a su amigo Manuel Alonso, quien se convertirá en Pedro II a su muerte.

Alonso llega al pontificado palmariano cuando esta iglesia entra en declive. No pudo disfrutar de los días de gloria de su antecesor, quien, por cierto, pese a dictar estrictas normas morales para sus seguidores, no dudaba en dejarse ver en los bares de ambiente gay sevillanos. Los problemas financieros se incrementan y obligan a vender todo el patrimonio inmobiliario que poseían en Sevilla. Poco más de medio centenar de carmelitas de la orden de la Santa Faz viven ahora en la basílica, que incorporó en 2014 a su fachada la estatua de Franco, canonizado por Clemente. Un esperpento más en la historia de esta iglesia -o secta- que agoniza. A tal punto ha llegado la carestía de ingresos, que se vieron obligados a vender parte de las joyas de la Virgen del Carmen, valoradas en 1,2 millones de euros, e incluso varios pasos de su suntuosa Semana Santa.

Quienes han estudiado la historia del Palmar apuntan a que el reconocimiento como entidad religiosa supuso el comienzo del declive del imperio forjado por Clemente y Manuel Alonso. Lo que en principio se consideró una victoria acabaría siendo su guillotina. Tras una década de lucha, en 1988 el Tribunal Supremo les daba la razón al ser nombrados iglesia. Aquí se acabó el negocio, pues al contar con personalidad jurídica propia resultaba bastante complicado inflar ante Hacienda las donaciones recibidas, por lo que las desgravaciones fiscales en los países de los donantes ya no fueron tan suculentas y, por tanto, las ayudas empezaron a menguar hasta debilitar los cimientos financieros de la orden de la Santa Faz. En tales circunstancias, no es de extrañar que Gregorio XVIII, el tercer papa del Palmar hasta hace dos semanas, haya perdido la fe y se haya entregado a causas más carnales. Siempre es conveniente saltar a los brazos del amor cuando el barco del dinero se hunde.

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