Más allá de la tercera edad

Casi 500 personas tienen más de 100 años en la provincia frente a las 70 que había en 1996 La adquisición de malos hábitos entre las mujeres reduce la brecha de género

Cristina Díaz

02 de octubre 2016 - 05:03

Una veintena de ancianos, sentados en sillones o en sus propias sillas de ruedas, escuchan a María Luisa Calderón leer el periódico en voz alta, aunque a algunos el sueño les puede. "La prensa les ayuda a no perder la orientación de la realidad", explica la terapeuta de la residencia de la Fundación Gerón de la Carretera de Carmona, donde viven 98 ancianos. Una de ellas se llama Inés Franco y tiene 104 años.

"Inés, tienes visita. Han venido unos periodistas a verte", le grita por el oído izquierdo la terapeuta. "Bueno", se limita a decir la señora sentada en una silla de ruedas y con las manos entrelazadas en el regazo. María Luisa le coloca bien su rebeca negra para la foto, dejando ver un cinturón que la sujeta a la silla para que no se caiga.

El pasado 3 de septiembre, Inés Franco Martín cumplió 104 años y en la residencia celebraron una fiesta. Nació en 1912 en La Orbada, un pequeño pueblo de unos 200 habitantes situado a 25 kilómetros de Salamanca. "No quiero cumplir más años. No me gustan las celebraciones, pero la tarta sí me gustó", admite esta centenaria, que se deja querer por la terapeuta cuando ésta le abraza. "Mira que maja", dice, dándole unos cachetes a María Luisa.

Es necesario gritar para que la anciana se entere y, a veces, la respuesta no concuerda con la pregunta. "Me casé en la posguerra. Mi marido se llamaba Serafín y trabajaba en el campo, criaba aves, pero murió pronto", comenta Inés, que tiene un único hijo. "Me vine a Sevilla por mi hijo pero él ahora está en la casa del pueblo arreglándola, a él le gusta mucho", señala. "Es su nuera la que vive en Sevilla y viene a verla", explica la profesional del centro mientras el resto de ancianos la reclaman para continuar con la lectura del periódico.

En la provincia de Sevilla viven más de 11.900 personas mayores de 90 años, de las cuales 493 tienen 100 o más años, según el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, a fecha de 1 de enero de 2016. En 20 años la población centenaria se ha incrementado en un 600%, ya que en 1996 sólo había empadronadas en la provincia 70.

En septiembre también cumplió 100 años Manuela Cárdenas, vecina de Lebrija. A su fiesta de cumpleaños acudieron gran parte de su familia, formada, entre otros, por 7 hijos, 21 nietos y 23 bisnietos. "Yo nací en mi casa y tuve a mis hijos también en casa", explica con un hilo de voz a través del teléfono de la residencia La Caridad. "Como de todo, menos tomates, que no me gustan". Su hija Juana Romero, de 70 años, aclara que su madre habla "muy flojito", pero que la cabeza la tiene "estupendamente" y que "nunca ha estado enferma", aunque padece de tensión alta.

"Ya no quiero cumplir más años. Estoy cansada de estar sentada y no poder andar", lamenta esta centenaria que ha visto morir ya a dos de sus hijos. Hace dos años, Manuela se resbaló y se rompió el fémur. Tuvo que ser operada y desde entonces su movilidad es reducida. "Con 98 años, ella quería hacerlo todo sola, no dejaba que nadie le ayudara y un día se cayó", anota Juana Romero.

"¿Cómo se llamaba su marido?", le preguntan. "No me acuerdo", responde. "¿Cómo que no te acuerdas? Pedro", contesta su hija por detrás al mismo tiempo que coge el teléfono. "Es que ella lo llamaba Perico".

La esperanza de vida en España actualmente entre las mujeres es de 86,2 años y de 80,4 en los hombres. Se trata de una de las tasas más altas de la Unión Europea, superada incluso por países como Reino Unido, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). "En esto sí son importantes las ventajas de una alimentación cardiosaludable, mucho más extendida en países mediterráneos que en los del norte de Europa", explica Miguel Ángel Rico, médico internista del Hospital Virgen Macarena.

La brecha de género a favor de la mujer se mantuvo estable en España hasta mediados de los años 90, como consecuencia de una mortalidad masculina más elevada debida a factores biológicos, estilos de vida y conductas de riesgo. Pero esta diferencia a favor de la mujer se ha ido reduciendo en las dos últimas décadas. En 1994 la diferencia era de 7,1 años, 6,6 años en el año 2004 y 5,5 años en el año 2014.

El INE prevé que la esperanza de vida al nacer alcanzará los 84 años en los hombres y los 88,7 en las mujeres en el año 2029, mientras que en 2063, la esperanza de vida se situará en los 91 años entre los hombres y 94,3 para las mujeres.

"En los países desarrollados, las condiciones sanitarias, higiénicas y de estilo de vida tienden a mejorar progresivamente, y ésta es la causa fundamental del incremento progresivo de la esperanza de vida", apunta Miguel Ángel Rico. "El organismo humano tiene una enorme capacidad de adaptación, que le permite adquirir y mejorar capacidades de supervivencia conforme se modifica su entorno y, lo más importante, es capaz de transmitir por vía genética estas capacidades a su descendencia. Por lo tanto, el organismo humano puede irse adaptando a una longevidad creciente".

El doctor Rico explica que el hecho de que las mujeres vivan más que los hombres se debe "fundamentalmente" a factores genéticos. El riesgo de las mujeres de desarrollar problemas cardiovasculares es menor al de los varones hasta que ellas llegan a la menopausia, cuando el riesgo se iguala, según el especialista. Aunque el incremento del tabaquismo en las décadas anteriores en el sexo femenino ha contribuido a reducir esa brecha de género.

A nivel internacional, existen dos corrientes científicas sobre la capacidad del cuerpo humano de superar los 100 años. Una defiende que el declive del cuerpo se debe al envejecimiento de las células y éste es irreversible, y la otra dice que la ancianidad está gobernada por los genes y que se puede controlar. "La degeneración y muerte celular tienen una base genética, pero también están influenciadas por circunstancias ambientales", explica el doctor Rico. "Actualmente existen en desarrollo técnicas para intentar modificar la expresión de estos genes, pero aún no se puede decir que sea factible una detención del proceso".

En la calle Antonia Díaz tiene su despacho el nonagenario y líder vecinal Antonio Fernández Pérez. A final de un pasillo aguarda el hombre en un pequeño habitáculo con cierto olor a humedad y rodeado de una pared llena de fotografías, recortes de periódicos, papeles y carpetas descoloridas.

Fernández nació el 27 de abril de 1925 pero su madre, "viuda y sola", no le inscribió en el registro hasta el 2 de mayo, "día de la independencia", apunta el anciano. "Mírame, no uso gafas, mi vista es muy buena y tengo la cabeza en su sitio. Lo único que me falla son las patas. Me caí hace unos 10 años, me lastimé el peroné y es ahora cuando me está dando la cara".

El hombre se ha preparado previamente la entrevista. En sus manos tiene un currículum de 15 folios, donde mezcla méritos académicos y profesionales con episodios históricos de la ciudad, especialmente de la Universidad de Sevilla y del antiguo Hospital Universitario San Pablo, donde trabajó.

"Vamos a empezar desde el principio", anota siguiendo su guión. "A los 13 años abandoné la escuela. Mis hermanos se habían ido a la guerra y antes de que mi madre trabajara, lo hacía yo". Antonio Fernández se incorporó como aprendiz en el servicio de recuperación de automóviles del Ejército "el 29 de septiembre de 1938, el año del nacimiento en Roma del rey Juan Carlos" -precisa- con la edad de 13 años y un sueldo de tres pesetas diarias.

En su relato, Fernández habla de cuatro buques alemanes atracados en el puerto de Sevilla, que no pudieron partir debido a la II Guerra Mundial, ya que se lo impedían los ingleses desde el Peñón de Gibraltar. "Esto es Historia y no lo sabe nadie", asegura el anciano. En uno de estos barcos se enroló él en 1943. "¡No pasé yo miedo en el barco...!".

Fernández ha sido muchas cosas en la vida, desde conductor del parque móvil del Estado hasta técnico sanitario, jefe de personal de subalternos del que hoy es el Hospital Virgen Macarena, líder vecinal en el Arenal, diplomado en artes y oficios y estudiante de Derecho con más de 70 años.

"He sido odiado y querido en partes iguales", admite. Sus discrepancias y continuas luchas con la Administración le han cerrado muchas puertas. "Por criticar en público el servicio del Parque Móvil Ministerial me condenaron al destierro a Barcelona, mientras mis tres hijos pequeños y mi esposa fueron desalojados de la vivienda oficial que yo abonaba mensualmente", comenta este nonagenario, fiel usuario del WhatsApp.

En el programa de radio Encarna de noche, en 1989, también denunció las deficiencias del Hospital Universitario, del que era jefe de personal, y fue "condenado durante cinco años al ostracismo". El Tribunal Supremo le dio la razón, y obligó al hospital a indemnizarle con 15 millones de pesetas y a reincorporarlo en su puesto de trabajo.

Además, con 60 años se matriculó en Derecho, pero sus desavenencias con la Universidad de Sevilla, según explica, prolongaron sus estudios durante 15 años y no pudo licenciarse hasta 1998 y en la Universidad de Huelva. "Con 71 años iba y venía a Huelva todos los días en autobús para poder aprobar la única asignatura que me faltaba", señala a la vez que enseña sus notas del curso de Doctorado, con notables y sobresalientes.

"He pleiteado y demandado a la Administración en más de 50 ocasiones". La más mediática fue en 2001, cuando salió en los telediarios al lograr una sentencia del TSJA que condenaba al Ayuntamiento por su pasividad en la lucha contra la movida y el botellón.

"Cuando leo todo lo que he hecho, yo mismo lloro. No sé cómo he podido hacerlo, pero ésta es mi vida y sigo en la lucha", manifiesta sentado en su escritorio. "De lo único que me arrepiento es de no haber sido un buen esposo y ahora que no está ella me doy cuenta", confiesa al mismo tiempo que se tapa la cara con las manos. "Al final me has hecho llorar", afirma emocionado. "Ella me decía que estaba loco. Mis hijos también me dicen que pare, que mi lucha les perjudica, pero todo lo que hice fue por ellos".

Noventa y un años tiene también el poeta Manuel Garrido, aunque el 15 de noviembre sumará un número más. Una asistenta, de origen ucraniano, abre la puerta, mientras él espera sentado en su butaca frente al televisor fumando un cigarrillo. "Tengo que dejarlo, lo sé. Ya tuve una neumonía. Antes fumaba tres paquetes diarios. Tengo que reducirlo al menos a uno", reconoce tras un ataque de tos. "Siéntate cerca, que no escucho bien", señala. El volumen excesivamente alto de su televisor da fe de ello.

La noche anterior a la entrevista, Manuel Garrido estuvo de celebración. Acompañado por su familia, descubrió una placa en su antigua casa, en La Barzola, donde vivió desde 1951 hasta 2015. "Me tuve que ir de allí porque no había ascensor".

Todas las mañanas desayuna en un bar cerca de su casa. "Luego nos fumamos unos cigarrillos y me tomo una copa de Castellana con hielo, es la costumbre", apunta este poeta natural de Morón de la Frontera y autor de una de las sevillanas más famosas El Adiós. Antes, acudía todas las mañanas a la Campana, donde desayunaba. Si alguien no podía localizarle, sabía que podría encontrarlo allí. La Campana era "su despacho".

"Tengo una salud envidiable. Como para no tenerla, si me tomo siete pastillas todos los días", comenta. "Lo único malo son las piernas. Padezco el llamado dolor del escaparate. Cuando andas te duelen las piernas y tienes que pararte en un escaparate para disimular. Pero yo tengo muy mala suerte, y cada vez que me paro es un escaparate de bragas y sostenes", bromea mientras se saca un teléfono inalámbrico del bolsillo de la camisa. "Lo tengo aquí para escucharlo bien cuando suena".

Manuel Garrido llegó a Sevilla con 27 años alentado por sus hermanas, que no veían futuro para él en Morón. Dejó el colegio a los 15 años, pero más tarde aprobó unas oposiciones para ser empleado de banca. Pero su verdadera vocación fue la radio, la publicidad, el teatro, la poesía y la defensa y difusión de las sevillanas.

"A finales de los 60 apenas se escuchaban sevillanas en las casetas de la Feria. Estaban desapareciendo. Sólo se escuchaban los Beatles y esas cosas", recuerda Manuel, hijo adoptivo de Triana. La primera versión de El Adiós, con música de Manuel García, apareció en el disco De la Feriaal Rocío de Amigos de Gines en 1975. Pero antes, él mismo participó en un dúo llamado Los Giraldillos. "Grabamos siete discos y no nos conoce nadie", se queja. "Los Tarantos, Los Romeros de La Puebla, Los Marismeños, esos llegaron después, pero nadie habla de Los Giraldillos", apunta este nonagenario que hasta hace poco tiempo era usuario en Twitter. "Lo dejé porque me parecía absurdo".

Garrido reconoce que sigue escribiendo pero, aunque no le falta creatividad, no tiene la misma ilusión que antes. "A veces pienso que se me va a poner la cabeza cuadrada de tanta televisión. Me levanto para escribir, pero cuando me pongo, ya no tengo ganas", reconoce. "Dos sobrinas nietas pequeñas me han pedido que les escriba a mano la letra de El Adiós, y ya hasta eso me cuesta".

Nunca se casó aunque no le faltaron pretendientas. Durante la conversación recuerda a una joven de Huelva llamada Bellita y a una joven actriz. "Soy soltero todavía, aunque no le voy a decir que entero", bromea. "Yo no sirvo para el matrimonio".

En noviembre cumplirá 92 años. "No sé si llegaré a los 93 y tampoco sé si quiero cumplir más. Tampoco hay que abusar". Al despedirse no duda en levantarse para acompañar a la periodista a la puerta y en el umbral él sólo se ríe. "En realidad no hemos hablado de nada serio".

stats