Por los andenes de Santa Rufina
Calle Rioja
En la trastienda más personal de la Alameda, la plaza de la Mata, ocho fotógrafos abren mundos muy personales con la guía de una genovesa descubridora.
No se trata de cambiarle la imagen, que suena a cirugía forzada, a despotismo ilustrado. La novedad de El Fotómata en la plaza de la Mata (o calle Mata: de las dos maneras la llaman) no es cambiar la imagen de este entorno personalísimo en la trastienda de la Alameda. Es un cambio con la imagen, que es bien distinto.
Un viaje apasionante. El tren simbólico llega a la estación de Santa Rufina, nombre de la calle que comunica Feria con la plaza propiamente dicha. En algunas puertas, sentadas, las supervivientes de un oficio ancestral. "Son las más educadas del mundo", dice de estas prostitutas Armando Vega, famacéutico titular de la farmacia de Peris Mencheta.
El vocablo Mata está en el restaurante que hace esquina, también en este Fotómata que es galería, escuela y biblioteca y que puso en marcha Miguel Martín Rueda, uno de los ocho fotómatas que cuelgan sus fotos hasta el 30 de abril. Margherita Bacigalupo vino de Génova a la Cartuja, igual que Cristóbal Colón. El almirante descubrió América y ella descubrió la Alameda.
Llegó hace tres años después de vivir en Génova, su ciudad natal, en Roma y en Siena. "Es la primera vez que llego a un sitio del que no quiero irme". No vino por la fotografía ni por la Alameda. Formaba parte del equipo de investigadores que vinieron avalados por la Unión Europea para estudiar el impacto en las nuevas tecnologías. Su especialidad es la identidad digital. Terminó su trabajo y "me enamoré de este sitio". Le contaron la degradación social -y penal- que fue minando el porvenir de esta zona de la ciudad hasta su paulatina revalorización. "En Génova había una zona muy marginal en el casco antiguo", cuenta Margherita, "donde existía la venta de droga y la inmigración ilegal. Un día el arquitecto Renzo Piano instaló allí su estudio y modificó ese perfil".
Esta genovesa nació el año 1976 que Richard Cocciante popularizó la canción Margherita. Quien se acerca al Fotómata tendrá en ella una guía de estos ocho fotógrafos de procedencias disciplinarias muy diferentes.
Hay licenciados en Derecho (Arturo Marín o Camino Laguillo), en Geografía (Bernardo Villanueva), en Arquitectura (Gabriel Campuzano), en Estética e Historia de la Filosofía (María Cañas), en Comunicación (Miguel Romero y Ricardo Cases), o en Psicología (Sandra Torralba). Martín Rueda es profesor de Fotografía y Sergio Castañeira cree que ésta, como la literatura, ofrece más cuestiones que respuestas.
Ocho fotógrafos que exponen su trabajo hasta el 30 de abril. El 10 de mayo se inaugura una muestra de Emilio Morenatti. El cineasta Antonioni, compatriota de Margherite, adaptó en Blow Up el relato de Julio Cortázar Las babas del diablo, una de las más hermosas exaltaciones de la fotografía. "Es un lenguaje", dice Bacigalupo, enterrando esa absurda competencia con las palabras.
Bernardo Villanueva, gallego de Orense, escribe poesía, incluido un poemario, ¿Se puede bailar aquí?, con título que recuerda un relato de Raymond Carver; Ricardo Cases nació en Orihuela y suena a Miguel Hernández cuando busca "la verdad del español entendido como un hombre de campo obligado a vivir en la ciudad". María Cañas, sevillana, se autoproclama "archivera de Sevilla, caníbal audiovisual, peliculera, cibergarrula, buñuelesca, zensualista, salvaje mediática". Saldra Torralba, psicoterapeuta, dejó la terapia humanista y la terapia sexual para dedicarse a la fotografía, descubriendo que "las memorias de sus clientes se han vuelto las suyas".
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