Una caja de zapatos con los pies dentro

metrópolis · barrio de los humeros

Extramuros. Su puerta de Goles recibió al rey del Escorial y la derribó un alcalde. Debe su nombre al ahumado del pescado, un arrabal que acogió la casa señorial de Hernando Colón, que se trajo su jardín botánico y su biblioteca colombina

Calle Bajeles, una de las dos que parten desde la plaza Blasco de Garay.
Calle Bajeles, una de las dos que parten desde la plaza Blasco de Garay. / Reportaje Gráfico: Juan Carlos Muñoz
Francisco Correal

09 de julio 2017 - 05:50

Cuando Richard Ford estuvo en Sevilla, entre 1830 y 1833, hizo dibujos a mano alzada de San Laureano y la Puerta Real. El corazón y la frontera del barrio de los Humeros. Una caja de zapatos pero con los pies dentro de una ciudad que no ha dejado de moverse y de transformarse.

La plaza Blasco de Garay tiene seis bancos y naranjos donde antes hubo algarrobos. Tiene un segundo premio de Parques y Jardines y de ella parten dos calles con baile de meandro: Dársena y Bajeles, hasta donde dicen que se extendía el jardín botánico de Hernando Colón cuando el hijo del Almirante mandó edificar una casa señorial en lo que ahora es San Laureano. Fue su residencia entre 1526 y 1539, frente a la Cartuja donde vivió su padre y enterraron a su hermano Diego. Una casa a la que también se trajo la Biblioteca Colombina.

La casa señorial de Colón, la muralla almohade y la capilla son los hitos del barrio

Barca y Locomotora completan el callejero. En la plaza hay un taller de mecánica. Antonio, el chapista, le llama a Pepe Clérigo (Sevilla, 1948) "el Messi del barrio". Este ceramista, hijo de los Humeros, nació en la costanilla de Alfonso XII alineada por Balbino Marrón. Justo al lado, ya en territorio de Puerta Real, hay una casa que construyó Juan Talavera. Clérigo es la memoria viva del barrio, el complemento perfecto de Rafael Valero (Sevilla, 1965), consignatario de buques, cuya familia fue propietaria durante más de un siglo de la antigua casa señorial de Colón que después fue taller de un ceramista genovés (1539-1603), colegio y convento de San Laureano (1594-1809), sede fundacional de la hermandad del Santo Entierro (1579-1809), Real Colegio de Artillería sólo durante nueve meses, hasta que fue objeto del expolio del mariscal Soult en 1810.

En 1848 la compró el general Lara y le dio uso como presidio, correccional y almacén. La cronología del muladar del arrabal -ambas palabras le fascinan a Rafael Valero- la realizó en un estudio Víctor Pérez Escolano, el arquitecto coautor del hotel NH Plaza de Armas construido en terrenos de la Renfe. Otro arquitecto que también fue concejal del Ayuntamiento de Sevilla y es poeta, Francisco Barrionuevo, es el autor del proyecto de rehabilitación de la antigua casa colombina en complejo de cuarenta viviendas tras la venta por parte de Carmen Fernández de Córdoba, la madre de Rafael Valero.

Los Humeros tienen tres hitos definitorios: la casa de Colón, la muralla almohade construida en el siglo XII no sólo con una función militar sino para proteger la zona de las crecidas del río y la capilla del Rosario. Ésta ya está en Torneo y su construcción se terminó en 1761. Su principal impulsor fue Miguel de Liñán, cuyo apellido da nombre a una de las calles principales del barrio. Fue también mayordomo y ermitaño. En la actualidad tiene casi 250 hermanos y la suerte de que su hermano mayor, Antonio Martínez Rull, historiador del Arte, dedicó su tesina, que le dirigió Teodoro Falcón, a una capilla que nació con el propósito de rezar el rosario a las cuatro de la mañana, cuando terminaban la tarea de ahumar el pescado, origen etimológico del nombre del barrio.

La capilla tiene una lámpara del Coliseo y tres imágenes -la Virgen del Rosario, el Cristo de la Paz y un San Antonio- obra de Jerónimo Roldán, nieto del gran imaginero Pedro Roldán. La hermandad se resintió con la progresiva desaparición de los corrales de vecinos, principal cantera de hermanos, que históricamente tenían garantía de enterramiento por la pertenencia. Un proceso que Manuel del Pozo estudia en su libro Arrabales de Sevilla, Morfogénesis y Transformación.

La Expo salvó al barrio, según Rafael Valero, que en nombre de sus vecinos todavía está en lista de espera para que lo reciba el delegado de Hábitat Urbano, y que cuenta con la garantía del alcalde y el delegado de Movilidad de ubicar un parque infantil junto a la capilla, en un antiguo solar donde hubo una casa de Postas. La modernidad entró en los Humeros en barco y en tren. La zona, según el relato de Clérigo, fue arsenal naval en época romana, atarazanas con los árabes y hasta prisión de galeotes. Igual que hay un pasaje hasta la calle Goles, hubo otro hasta el río para las barcas de los areneros y de quienes extraían grava fluvial para los polveros.

Humeros de ahumar el pescado. Rafael Contreras, portero de San Laureano, dice que la técnica se sigue utilizando en Algeciras y Tarifa. A Al-Mutamid le gustaba asomarse a las almenas del Alcázar para ver el chisporroteo del ahumado. "Me puse a buscar el origen de Goles", cuenta Clérigo, "algunos decían que vendría de goleta, pero aquí nunca se hicieron goletas. He leído que los goles son duendecillos que juegan con el fuego".

A mediados del siglo XIX llega el ferrocarril, uno de los grandes acontecimientos de esta zona céntrica y extramuros a la vez. Había hasta un tren para el personal ferroviario que salía del depósito de máquinas que según Valero "es el que sale volando en Lawrence de Arabia y era conocido como el Changai". También pasaba el tranvía de Puerto Real con los míticos Pepe el Tranviario y Paco el Cobrador.

En los Humeros hay una doble presencia de García de Vinuesa, una función de ataque y otra de defensa, como la muralla almohade. En 1861 firmó el derribo de la puerta de Goles y cuatro años antes, 11 de julio de 1857, quien fue alcalde de Sevilla lloró amargamente al no poder impedir el fusilamiento en la plaza de Armas del Campo del Norte de 82 jóvenes sevillanos reos de liberalismo. Esa congoja de impotencia quedó impresa en la llamada Piedra Llorosa, pura intrahistoria.

San Laureano fue una fiesta de samba con gaitas la noche en la que se fundieron las aficiones de Brasil y Escocia, cuyos equipos disputaron en el campo del Betis un partido del Mundial 82. Ahora reina el silencio monacal, en palabras de Rafael Valero. Cada uno, para su bolsillo. En un espacio donde convivían el almacén de la droguería de Saturnino, los enseres de la venta de tambores de sosa a la que se dedicaba Eduardo Tello, un almacén de cáscaras de naranja para hacer pólvora, una carpintería. También fue cine de verano, el Alfonso XII, y Pepe Clérigo señala dónde estaban la garita para la máquina del cinematógrafo, la taquilla, los servicios, el ambigú y hasta el telón que en invierno él utilizaba como frontón para jugar al fútbol mientras los niños del colegio Ave María cantaban el Cara al Sol. Tras el cine de verano, vino el club Yeyé con la legendaria jaula en la que vieron a Los Brincos, Los Gong, Los Smash, los Bombines o María Jiménez.

Los Humeros es el barrio con mayor cobertura periodística de la ciudad. En el número 77 de Torneo está la sede de la Asociación de la Prensa. Del portal sale Rafael Rodríguez, su presidente, al que después se le verá subiendo por la costanilla, el mismo camino que en tiempos hacían los maletillas en busca de una oportunidad. En la misma acera de Torneo está el bar Los Vázquez, una gasolinera donde estaba el zapote, uno de los árboles plantados en tiempos de Hernando Colón. El ombú terminó en la Cartuja. De Torneo a la plaza Blasco de Garay se baja por la calle Luis Rey Romero, mítico profesor y padre del actual director del colegio San Francisco de Paula. En la esquina hubo un colegio femenino, el Bécquer, al que en las Misiones promovidas por Bueno Monreal en 1965 llevaron la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes desde su capilla de la Puerta Real. El colegio fue después Liceo Francés.

Del cine de verano en San Laureano sólo queda la selecta nevería. Dos centenares de macetas que cada año se renuevan gracias a Antonio Campos, alfarero con taller en la calle Alfarería; y un arsenal de plantas autóctonas: jazmines, damas de noche, pilistras, helechos, gladiolos, geranios, gitanillas y rosales tanto sevillanos como Marcel Pagnol, especie floral por la que sentía especial debilidad Carmen Fernández de Córdoba, la anterior propietaria, que vivió sus últimos días en una casa que ahora tiene por vecino a Francesco, un joven siciliano de ascendencia toscana.

En San Laureano ya no ponen ¿Dónde vas, Alfonso XII?. Tuvo su vivienda el imaginero Castillo Lastrucci y no se ha perdido el encanto que atraía a los viajeros ingleses del XIX que recopiló José Alberich en su antología. Rafael Valero conserva algunas de esas visiones en grabados que le compró a Lawrence Shand en su tienda de la plaza del Museo. En los Humeros hay asignaturas pendientes como la iglesia, donde apuntan que intentaron instalar su estudio los arquitectos Antonio Cruz y Antonio Ortiz.

Rostros, Paisajes, Ciudades. Es el título de una exposición de óleos en tabla y en lienzo de José María Moreno en el Espacio Dársena, en la calle del mismo nombre, que "parece una calle de Utrera o de Morón", dice Agustín Fidalgo, que antes fue Peña Culturas Flamenca Pies de Plomo. Debería pasarse por ella José el de la Tomasa, el hijo del titular de un local que ahora acoge teatro, conciertos y exposiciones. El título de la exposición es una síntesis de este viaje al intramuros del Extramuros, al dentro del fuera, a un arrabal de la ciudad que fue Nueva York y que se reinventó cuando los almohades hicieron el puente de Barcas. Rostros, paisajes, ciudades. En barco y en tren.

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