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Un altar de nostalgias frente a la Magdalena

calle rioja

Osorno celebra sus cincuenta años en el mundo del juguete (Noviembre de 1975) con un escaparate en el que se muestran clásicos de la infancia de hace medio siglo que como los recuerdos ya no están a la venta

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Carolina Osorno, junto al escaparate que conmemora los 50 años de la tienda. / Juan Carlos Vázquez

De noche, cuando la ciudad duerme, el alma de los juguetes paga su fianza y obtiene la libertad. Salen los inversores del Monopoly, los croupiers de los Juegos Reunidos Geyper, el piloto del Scalextric, el vaquero de la diligencia y con música de Los Payasos de la Tele, Arnold Schwarzenegger saca a bailar a Teresa Rabal. La escena es grabada por un operador del CinExin mientras la banda sonora sale de las teclas de un Xilófono. Son algunos de los juguetes que como en un museo del tiempo, en un altar de las nostalgias, forman parte del escaparate de Osorno para celebrar sus 50 años de historia en Sevilla. Cincuenta Cabalgatas, con lo lejos que está Oriente, unas cuantas generaciones de niños.

A Carolina Osorno (Sevilla, 1978) no se le caen los anillos de los dedos por ser la pequeña de las tres hijas de Francisco Osorno (Sevilla, 1948), fundador del negocio, y estar como una más al frente de la caja en la temporada alta que es la proximidad de la noche más mágica del año. “Hay que predicar con el ejemplo”. Primero nació Maruja, en 1973, el año del atentado contra Carrero. El 2 de noviembre de 1975, el mismo mes y año de la muerte de Franco, viene al mundo Begoña, la segunda de las hijas de Francisco y Maruja. Y ese mes de noviembre que este 2025 ha estado tan presente por motivos obvios, abrió sus puertas Osorno.

Carolina nace el 6 de noviembre de 1978, justo un mes antes de la Constitución. En realidad estudió Periodismo. “Yo quería ser periodista taurina”. Lo más parecido a esa vocación es que Osorno sortea estas Navidades un capote de Pablo Aguado. “El año pasado sorteamos otro y la cola de gente que quería un autógrafo del torero llegaba a la calle Zaragoza”. Hace 50 años, el capote habría sido de Curro Romero. Francisco Osorno nace en la calle Pureza y cruza el puente para abrir Osorno. Pero no lo cruza del todo, porque durante once años fue hermano mayor del Cachorro. La periodista hizo además un grado de Trabajo Social y un posgrado de Experta en Género e Igualdad de Oportunidades, pero a partir de 2004 se incorporó a la empresa familiar.

Osorno tiene en la actualidad siete tiendas: Huelva, Aracena, Dos Hermanas y el resto en Sevilla. El escaparate de las bodas de oro lo ha montado la propia Carolina con una compañera de la tienda, Esperanza. “Al final, tenía más creatividad de la que pensaba”. Las paradas de la gente son constantes. Y los comentarios de lo más sabrosos. “Los Juegos Reunidos Geyper los tengo intactos”, le dice un padre a su hijo. Entre esas primicias conmemorativas y piezas de museo está “lo mejor de Ibáñez”: Mortadelo y Filemón, El Botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio, 13 Rue del Percebe. Los primeros son tan actuales que la Casa de la Ciencias dedica estos días una exposición a los avances científicos que se apuntan en las historias de Mortadelo y Filemón.

Las hijas de Osorno van todos los febreros a la Feria del Juguete de Nuremberg

Mucha gente pregunta si esos juguetes están a la venta. Son prácticamente incunables y es que jugar es una cosa muy seria. Cincuenta años vendiendo ilusiones. Con la historia no se juega. “Los Juegos Reunidos Geyper los ha traído Pablo, un trabajador que ya está jubilado”. Como en las exposiciones de los Museos, han aportado piezas coleccionistas y particulares. Una lección de antropología, de sociología a flor de piel. La periodista tenía en sus manos la mejor de las exclusivas.

Es como un regreso al futuro, cuando el futuro como dice el poeta estaba en su sitio. Mi Amigo Simón era “un juego controlado por ordenador”. Bill Gates era en 1975 un pimpollo de veinte años. El Monopoly, un juego que data de 1935 (un año más joven que Brigitte Bardot) se presenta como “el juego de las Operaciones Inmobiliarias”. Osorno ha resistido a burbujas, pandemias, modas y la feroz competencia de la venta online y las plataformas asiáticas. Y también a la muerte lenta de buena parte del tejido comercial del corazón de la ciudad.

La cercanía de los Reyes es temporada alta en Osorno. / Juan Carlos Vázquez

Cada mes de febrero, Carolina Osorno viaja a Nuremberg, una de las capitales mundiales del juguete, buscando las novedades. Ese mes ya empiezan los carteros a perfilar el inventario de las cartas a los Reyes Magos de 2027. El escaparate de Osorno tiene algunos guiños familiares: una foto de Francisco Osorno con su hermano José, ya fallecido. Otra de la abuela Pepa, jerezana del barrio de Santiago, rodeada de nietos, tiempos en los que una furgoneta la llenaban de juguetes para repartirlos entre los hijos de los trabajadores.

Osorno ha mantenido la sede central frente a la iglesia de la Magdalena, el soberbio edificio de Leonardo de Figueroa donde bautizaron a Murillo, el gran pintor de los niños sevillanos. Los destinatarios de estos presentes separados por edades en una frenética actividad. Las fotos antiguas de una Sevilla todavía en blanco y negro pero con recuerdos en tecnicolor muestra balones, bicicletas y triciclos, muñecas que ríen y “precios de almacén”.

Algún particular ha cedido libros del Club Joven Bruguera como ‘Benito Cereno’, de Herman Melville, la historia del capitán español de un barco negrero contada por el autor de Moby Dick, o ‘La guerra de las salamandras’, de Karel Capek. Desde noviembre de 1975 ha llovido mucho, pero todavía está en manos de la segunda generación. La tercera es una incógnita. Hay dos nietas mellizas, pero son todavía demasiado jóvenes.

Cajera, escaparatista, periodista, trabajadora social, juguetera, experta en temas de género. El bagaje de Carolina Osorno es impresionante. Pero todo lo lleva con una naturalidad pasmosa. Su padre llegó al mundo del juguete desde una tienda de vajillas. Un sector el del juguete relacionado con la magia, con la ilusión, con el asombro, con la sorpresa, pero que asiste a fenómenos como la sustitución de la calle como lugar para los juegos por la soledad de una pantalla o un teléfono móvil. Más solidarios y más solitarios. El cambio climático del alma. El escaparate de Osorno es un viaje a la infancia recuperada, como tituló Fernando Savater uno de sus más hermosos libros.

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