La ciudad y sus laberintos
Calle Rioja
Duendes. Joaquín Arbide mira la Giralda desde las 'setas' de la Encarnación en su último libro y Antonio Bustos programa 24 actividades navideñas en el Curso de Temas Sevillanos.
LABERINTOS de Sevilla es el último libro de Joaquín Arbide. Es una sana tradición encontrarse con Arbide cuando llegan las fechas navideñas. El año pasado improvisamos un chritsma callejero poco antes de que se fuera, como todos los años, a la Cabalgata de Reyes Magos de Higuera de la Sierra, una de las más antiguas de España. Esta vez el encuentro ha sido con uno de sus libros. Arbide es un valor seguro para depositar y revitalizar recuerdos de su ciudad adoptiva, pues vino de Tetuán.
Hace un par de semanas, recordando la última visita de Franco a Sevilla, finales de junio de 1968, daba cuenta de la oferta que el grupo Tabanque dirigido por Arbide programó un mes antes, coincidiendo con el mayo francés, en el teatro Lope de Vega. Obras de Bertolt Brecht, Pirandello y Vida y muerte Severina, de Joao Cabral de Melo Neto, el pernambucano que fue cónsul de Brasil en Barcelona y Sevilla.
Laberintos de Sevilla son 176 historias. En la portada, una de las más laberínticas: una fotografía de la Giralda vista desde las setas de la Encarnación. La obra de Hernán Ruiz desde la azotea de Jürgen Maier. Un laberinto arquitectónico, político y presupuestario. Laberinto era la palabra favorita de mi suegro, que como buen tabernero leyó con mucho agrado el libro de Arbide Sevilla en los bares. Laberinto era el nombre del barquito en el que disfrutamos una jornada de convivencia del entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Rodíguez de la Borbolla, con riacheros de Trebujena. Una palabra esencial en la bibliografía de Gerald Brenan, autor de El laberinto español, que no podría haber encontrado una mejor definición para retratar a este país.
"Sevilla es barroca. Y el barroco, ¿no es laberíntico?". Con estas palabras cierra Arbide la contrasolapa de su enésimo libro. El laberinto y sus sinónimos: "... entresijos, recovecos, jerigonzas, pamemas, estulticias, paradojas..." Se lo edita Guadalturia. El mismo editor, José María Toro, de Plaza del Duque, que contó como presentador con Rafael de Cózar apenas doce días antes de su fallecimiento en el incendio de la biblioteca de su casa de Bormujos del que mañana se cumple un año. Dos norteafricanos en la Plaza del Duque. "Yo me vine de Tetuán a Sevilla y él se fue a Cádiz", cuenta Arbide de aquel último encuentro en la plaza que debe su nombre a Espartero, Duque de la Victoria.
Si quieren ver cómo era antes la Plaza del Duque (la de Velázquez y Pinto, el camarero del bar Victoria), vean la maqueta del palacio de Sánchez Dalp que este año es la estructura central del Belén de la Solidaridad que la asociación de Trasplantados de Sevilla organiza todos los años en la iglesia de Santa Rosalía.
Como en todos sus libros, Arbide acompaña sus historias de una guía de referencias de sevillanía y abundante información gráfica. Imagénes muy emocionantes como la del día de lluvia inolvidable, último día de enero de 1998, en el que Alejandro Rojas-Marcos y José Rodríguez de la Borbolla sacaban del Ayuntamiento el féretro de Alberto Jiménes-Becerril. O el saludo de la hija de Blas Infante, María de los Ángeles, a Plácido Fernández Viagas. Norteafricano como Cózar y Arbide, notario que vino de Tánger a Sevilla para ser el primer presidente de la Junta de Andalucía proclamado en la muy constitucional ciudad de Cádiz.
Sevilla es una ciudad que fue capital del mundo y pueblo cateto. Orto y ocaso (Domínguez Ortiz), Fortaleza y mercado (Ramón Carande). Megápolis y arrabal. Una ciudad que atrae a historiadores de clausura que se encierran en el Archivo de Indias para escrutar el contenido de los galeones y a turistas que vienen atraídos por su brillo y sus laberintos: las Siete Revueltas y el ocho inclinado de su No Madejado. Sevilla no sería lo que es sin sus duendes. A esta categoría pertenecen el propio Joaquín Arbide, retratista urbano de Carmen Laffón, Chaves Nogales, Paco Gandía o Cañete, y Antonio Bustos, el sevillano que pregonó la Semana Santa de Cádiz el mismo día que Antonio Burgos pregonó la de Sevilla. El domingo que Zapatero renovó su estancia en la Moncloa, pero ésa es otra historia, que diría el camarero de Irma la Dulce.
Ayer coincidí con Antonio Bustos por la calle San Eloy. Corbata verde en el día que Juan Salas Rubio y Manolo Rodríguez presentaban un nuevo volumen de la historia del Betis. Bustos iba al Círculo de Labradores, donde el Curso de Temas Sevillanos que dirige organizaba un recital de villancicos. Es una de las 34 actividades navideñas que programa para este alumnado de los mayores, Senado oficioso de la ciudad.
Nada menos que 26 años contemplan su tarea. Los que han pasado desde que cayó el muro de Berlín. Antonio Bustos derriba todos los días muros de incomprensión para que las personas que han cruzado el Rubicón de la vida laboral encuentren motivos de asueto, de amistad, de gustos renovados o descubiertos. Mañana sábado han quedado citados en la Glorieta del Cid para una excursión a Estepa y a su industria navideña. El lunes, en el Círculo Mercantil de la calle Sierpes, hay una sugerente actividad titulada Viejos cines sevillanos en la Historia de Navidad.
Bustos, dos hijos periodistas, Antonio y Juan, cuatro nietos, está en posesión de la medalla de la ciudad y el Curso de Temas Sevillanos cuenta con el reconocimiento de la Unesco. Arbide y Bustos, duendes de la ciudad, continuadores del legado de José María Izquierdo.
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