La cultura en Sevilla: un bosque tomado por los valientes
25 aniversario de Diario de Sevilla
Todo un magma de creatividad y talento desmonta ese cliché de ciudad anclada en el pasado y complacida en su estampa más folclórica
En A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana, un libro escrito por Fran G. Matute y publicado por Athenaica, se narra entre otros episodios la "aventura efímera" del Centro de Arte M-11, que Rivas y Juan Manuel Bonet abrieron en Sevilla entre 1974 y 1975. "Duró muy poco, pero lo que hizo en ese tiempo fue brutal. Aquí expusieron Equipo Crónica, Gordillo, Millares, los nombres más importantes del arte español de entonces", contaba Matute sobre un proyecto efímero que sacudió esa (engañosa) visión de la capital hispalense como una ciudad inamovible, anclada en el pasado, en cuanto a sus convenciones estéticas. Un cuestionamiento que se dio igualmente con otras propuestas en otros momentos: la galería La Pasarela, Juana de Aizpuru o La Máquina Española de Pepe Cobo dan fe de las gozosas rebeliones que protagonizaron artistas y gestores, y del poderoso magma de creatividad y talento que fluye tras esa fachada de enclave complacido con la estampa folclórica que se le adjudica.
Sirvan estos precedentes, ya ciertamente lejanos en el tiempo, para reforzar la imagen que inspira la cultura en la ciudad hoy: la de un grupo de insensatos que encontraron en la creación un rayo que alumbra la noche o la condición humana y que, tal vez no a la vista de todos, decidieron atender su vocación pese a la falta de certezas de quien apuesta por sus sueños. El afán, también imprudente, de resumir en unas líneas con todas sus conquistas y sinsabores un cuarto de siglo, los 25 años que lleva en funcionamiento este periódico, hace imaginar a quien escribe este artículo una escena: la de un bosque tomado por los valientes.
Hace un lustro, precisamente con motivo de las dos décadas que cumplía Diario de Sevilla, recordábamos cómo Benito Zambrano le plantó cara a Almodóvar en los Goya del año 2000, en los que competían dos clásicos como Solas, la cinta con la que había irrumpido el lebrijano, y Todo sobre mi madre. Entonces mencionábamos a un ya consolidado Alberto Rodríguez, a un Paco León que había sabido buscar más allá de su faceta de cómico querido, a las promesas confirmadas de Celia Rico y Fernando Franco y a un Paco Cabezas adentrado con fortuna en Hollywood. Una lista que se prolonga: más recientemente se han afianzado otros cineastas como Remedios Malvárez, Laura Hojman, Guillermo Rojas y Alfonso Sánchez, mientras Santi Amodeo se reencontraba con su cine más personal y el guionista Rafael Cobos debutaba como director con El hijo zurdo, una serie premiada en Cannes.
En las artes escénicas pueden entenderse como símbolos la desaparición de una cita emblemática como el Mes de Danza en 2021 y el hecho de que los organizadores de Escena Mobile definieran su convocatoria de 2023 como su última edición. Citas que contagiaron el amor por el baile y crearon una legión de aficionados, pero que no pudieron frente al laberinto de la Administración y los obstáculos. Resisten, movidos por la tenacidad y la ambición, encuentros como el Fest o Circada. Archipiélago de los desastres, una hermosa pieza de la coreógrafa y directora Isabel Vázquez y la productora Elena Carrascal, refleja tal vez el espíritu del sector: la historia giraba en torno a un grupo de soñadores que no renunciaban a la belleza de sus fantasías pese a las piedras encontradas en el camino. La escena no da, desde luego, signos de agotamiento, gracias al empeño de compañías y autores tan dispares como Dos Proposiciones, La Rara, Teatro a pelo, Teatro Anatómico, Guillermo Weickert, David Montero, Rosa Cerdo o el también poeta Álvaro Prados, esos valientes que proponen una singular mirada al mundo en sus proyectos.
Los creadores de la ciudad no renuncian a la belleza de sus fantasías pese a las piedras encontradas en el camino
Son los flamencos los que con más facilidad trascienden las fronteras de la ciudad, como revela que Israel Galván, Rubén Olmo, Ana Morales, Andrés Marín o Rafaela Carrasco hayan sido distinguidos con el Premio Nacional de Danza, pero, tras el telón, Sevilla es un paisaje fértil que reserva las sorpresas más variopintas, desde las imaginativas revisiones de óperas a cargo del director Rafael R. Villalobos o los espectáculos siempre solidos de TNT-Atalaya, a esa relectura que hizo el Teatro Clásico de Sevilla de El público de Lorca, premiada en los Max.
En ese bosque en las afueras (la cultura siempre habitó en la periferia) suena con fuerza la música que interpretan la Orquesta Barroca de Sevilla, la Accademia del Piacere, la soprano Leonor Bonilla o el pianista Juan Pérez Floristán, que se entremezclan con las estimulantes reinterpretaciones del folclore andaluz y el flamenco que hacen Rocío Márquez y Bronquio, los Pony Bravo, Derby Motoreta's Burrito Kachimba o Califato 3/4 o la brillante apropiación de otras tradiciones que firma O Sister!.
Y en literatura, entre los árboles centenarios se oyen los versos de una generación de poetas jóvenes dispuesta a reavivar el fuego, voces como las de Laura Rodríguez, Juan F. Rivero, Enrique Fuenteblanca, María Domínguez del Castillo o Juan Gallego Benot, y se intercambian libros de narradoras como Sara Mesa, Silvia Hidalgo o Elisa Victoria. El arte llora a los añorados Carmen Laffón, Manuel Salinas y Gerardo Delgado, referentes de una ciudad donde la lista de pintores destacados se antoja inabarcable -con Luis Gordillo a la cabeza, y tras su estela autores como Miki Leal, Rubén Guerrero o José Miguel Pereñíguez- y donde los últimos Premios BMW a Silvia Cosío y Norberto Gil y el Premio Nacional de Artes Plásticas a Pedro G. Romero invitan a un optimismo que se sostiene gracias a la labor de galeristas como Rafael Ortiz, Di Gallery, Birimbao o Alarcón Criado. Disculpen los nombres olvidados en este paseo por el bosque: tengan en cuenta que han transcurrido 25 años, que nos hacemos mayores y la memoria empieza a sernos frágil.
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