Sevilla

El día de los hijos, la tarde de los padres

  • Se fue la lluvia y llegó la fiesta, que tuvo como polémica la exhibición de banderas del Sevilla por parte de los pajes de Baltasar

Después de la tempestad no viene la calma, sino la bulla. El inoportuno chaparrón se fue y se abren los cielos como el mar Rojo cuando Moisés -aquel señor de barba larga que más de un crío confunde con el mago Merlín- guiaba al pueblo judío. Los paraguas vuelven a tener el uso habitual de un 5 de enero. Este utensilio del que apenas nos acordábamos, tras un año carente de precipitaciones, resucita de forma pícara en la víspera de Reyes para recoger los caramelos que caen, a chuzos, de esa abundante y dulce tormenta propiciada por la Cabalgata del Ateneo. No son niños los que ponen el paraguas al revés, exhibiendo su esqueleto de varillas, sino madres que los colocan así para evitar el duro ejercicio físico de alzar los brazos y agacharse para recogerlos. La ley del mínimo esfuerzo.

El cortejo de estos monarcas de Oriente viene con 30 minutos de retraso debido a las inclemencias meteorológicas sufridas al principio. En la calle Feria hay numerosos balcones exornados con globos. Colgaduras de la ilusión para anunciar la Epifanía. En los bares se viven esas horas imprecisas de la tarde en las que se hilvana el último café con el primer cubata. Los coches aparcados en esta vía de único sentido sirven de improvisado asiento para dar descanso a las posaderas mientras se espera la llegada de la Estrella de la Ilusión. Los más pequeños acaban usándolo de privilegiado mirador con riesgo de seria caída.

El público, con sobradas ganas de jolgorio, aplaude al furgón policial que abre la comitiva cuando activa la sirena. "¡Bien, la primera ya ha pasado!", grita un grupo de jóvenes con bebida de vaso largo en la mano. Justo al lado, un matrimonio con dos hijos -Lucas y Sergio-no da descanso a la mandíbula. Se han comido un trozo de rosco de Reyes y ahora hacen lo propio con una bolsa de pipas de tamaño XXL. "Mamá, ¿y si este año no tiran caramelos?", pregunta el más pequeño de esta familia que ha encontrado con serios problemas para aparcar. "Si no los tiran, los denunciamos, después de la de vueltas que hemos dado para dejar el coche", responde la madre, que luce un pelo de indiscreto tinte rubio.

Lucas y Sergio se inquietan ante la llegada de los primeros componentes del cortejo real. Se trata de las repartidoras de bolsas de Lipasam. Hay hasta quien pelea por llevarse dos. Es lo que tiene la cultura del todo gratis. Después vienen los policías nacionales a caballo. Gritos de "¡guapos!" lanzados por varias veinteañeras y alguna que otra sevillana que rebasa ampliamente el medio siglo.

El alumbrado se enciende en su penúltima noche navideña. Las fiestas estrenan frío. El invitado de última hora al que se le ha echado de menos. La ropa de abrigo, por fin, adquiere sentido. Buena parte del público, para mitigarlo, bebe y vuelve a beber como hicieran los peces en el repetitivo villancico. Los pasadobles que interpreta la agrupación musical Virgen de los Reyes aportan a la escena un aire cañí sin el cual no se entendería este desfile.

Entrados en calor con los gritos, los bailes y el choque de caramelos, se afilan las lenguas como navajas en el aire. "Este año la Estrella de la Ilusión va más tapada que de costumbre", sentencia un señor de alargada y picarona vista ante la cara de complacencia de varios amigos.

Quienes presencian la cabalgata desde un balcón se convierten en estos momentos en auténticos recogedores de pelotas. Estar a elevada altura otorga unas condiciones de ventaja para hacerse con un balón. El público que está en la calle exige que se reparta el botín. Balones cruzan el aire mientras las bandas interpretan canciones que desempolvan la memoria. Suenan Los Pajaritos de María José y su acordeón. Momento vintage que hace recordar la infancia a los que ya empiezan a peinar canas o quedaron huérfanos de vello en su sienes. A quellos años 80 poco tienen que ver con esta década de luces led que alumbran las carrozas. Una iluminación que resulta especialmente bella en las que estrenan los pajes que preceden a Sus Majetades de Oriente.

La fiesta es compartida en familia. Bailan los hijos, los padres y hasta los abuelos. No hay ridículo alguno cuando se trata de anticipar la magia de la noche sin edad. La nueva carroza del Mago de la Fantasía recibe los elogios de la mayoría de los presentes. El colorido de sus luces no pasa desapercibido para el público que en esos momentos está más afanado en esquivar el choque del caramelo que en atraparlo. La gominola, por mucho que se prometa, ni está ni se le espera.

Pasa el rey Melchor y llega Gaspar, el que más se mueve. Se levanta de su trono y saluda al respetable, que lo ovaciona. El gesto enciende al público, entregado ya al éxtasis. La carroza de Egipto reparte este año cepillos de dientes para concienciar a los menores de la necesidad de una higiene bucal adecuada. Otra vez toca tirarse al suelo para recoger los presentes. La tierra que pisan en ese instante los sevillanos se ha convertido en una alfombra de azúcar de la que cuesta bastante trabajo despegar la suela del zapato. La huella indeleble de la víspera de Reyes.

La agrupación musical de los Gitanos trae el último éxito musical de Enrique Iglesias. Se desata, por completo, la locura. Los adultos mueven con total soltura sus cuerpos ante cierta mirada de extrañeza de unos hijos que clavan su vista ya en el último rey, el que, como postre, desata la polémica de la jornada.

Tanto los pajes que preceden a Baltasar -encarnado por el presidente del Sevilla, José Castro- como los de la carroza en la que va entronizado exhiben, con alevosía, banderas del equipo de fútbol rojiblanco, lo que enciende los ánimos de unos y la indignación de otros en vísperas de un derbi. El gesto desata a lo largo de la tarde ácidas críticas en las redes sociales, en las que se hace responsable al Ateneo de que se permita tal exhibición.

A pie de calle hay quien se niega a coger un caramelo del Baltasar por su condición futbolera, mientras otros se afanan por hacerse con algunas de las bufandas del equipo nervionense que se lanzan. "Esto no es la Copa de la UEFA", espeta un ciudadano. El caramelo, en tales circunstancias, deja de ser una golosina para convertirse en un arma contra quien insulta al último rey.

La tensión del momento se pierde cuando llegan las sirenas de los Bomberos. Se acabó hablar de fútbol, que ahora toca centrarse en los cuerpos. Al menos, eso piensa el grupo de adolescentes cuando ven a estos agentes, epílogos fornidos del cortejo real. El último regalo de sus majestades es de carne y hueso. De los que resulta difícil envolver y llevarlo a casa. Aunque siempre queda un deseo. Lo grita una de estas jóvenes con carmín enrojecido en los labios: ¡Baltasar, guárdate las bufandas del Sevilla donde te quepa y tráeme esta noche a un bombero! Con la ilusión siempre se vive. Y con suerte, se duerme.

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