30 años de la Expo 92

Del 29 al 92: el efecto capicúa de la Leyenda del Tiempo

  • La Expo coincide con los juegos de Barcelona, primeros sin el muro de Berlín

  • Dos meses y dos días antes de la inauguración ardió el pabellón de los Descubrimientos

  • Dos Curros: la mascota de Edelmann y el torero que en plena Expo perdió a Camarón

El telecabina de la Expo, una de las atracciones de la Cartuja junto al monorraíl.

El telecabina de la Expo, una de las atracciones de la Cartuja junto al monorraíl. / EFE

El tiempo corre que es una barbaridad. Imaginen que a un periodista le pidieran en 1992 que se retrotrajera treinta años para retratar esa época. Tendría que viajar a 1962, el año que mueren Juan Belmonte y Marilyn Monroe; que más de un centenar de opositores al franquismo, el germen de la Transición democrática con la excepción de los comunistas, participaban en el Contubernio de Munich.

El 20 de abril de 1992 se inaugura la Exposición Universal de Sevilla. Ese año también hubo Juegos Olímpicos en Barcelona. Los primeros de la modernidad después de la caída del muro de Berlín, construido en 1961 y derribado en septiembre de 1989. El año que construyen ese muro tuvo lugar en Sevilla la riada del Tamarguillo, que dejó a miles de sevillanos sin hogar y obligó a crear refugios y acelerar la construcción de nuevas barriadas como el Polígono de San Pablo. 

Con la Expo, la Sevilla de los refugios y las chabolas dio paso a la de los pabellones. Los numerosos retrasos de la Exposición Iberoamericana, en cuyos preparativos se cruzaron una guerra mundial, la revolución rusa y el crack de los años veinte, propiciaron ese mágico capicúa con el 92, año que servía para conmemorar el quinto centenario de la llegada de las tres carabelas comandadas por Cristóbal Colón (apunten sus nombres, porque ya no se estudiarán en las escuelas: Pinta, Niña, Santa María) a la isla de Guanahaní. El mismo nombre que recibió el barco J.J. Sister de la Compañía Transmediterránea que Miguel de la Cuadra Salcedo convirtió en aula navegante para reeditar los tres viajes del almirante genovés en un proyecto que llamó Aventura 92.

Como treinta años después, en el 92 también había una guerra en Europa. La de los Balcanes. La modélica Yugoslavia, paraíso de la autogestión gobernada por el mariscal Tito, se desmembró en varias repúblicas, algunas de las cuales se enfrentaron en un baño de sangre: croatas, serbios, bosnios. La guerra de los Balcanes convertía ciudades como Sarajevo en escenarios de salvajes carnicerías. La misma ciudad en la que un atentado contra el archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara, desencadenó la Primera Guerra Mundial. Yugoslavia fue expulsada de la Eurocopa del 92, disputada en Suecia. Llamaron para sustituirla a Dinamarca. Los futbolistas daneses estaban de vacaciones y ganaron el campeonato. El único al que ha faltado España en el último medio siglo. Para compensar, el Barcelona ganó la Copa de Europa en Wembley a la Sampdoria de Génova, la patria de Colón, y la selección de fútbol ganó el oro a Polonia en la final de los Juegos de Barcelona. Como los honores deshonoran, que dijo Carpentier, el Betis estaba en Segunda. El Sevilla, al final de la Expo, fichó a un Maradona ya crepuscular.

El lago de la Expo, donde tenía lugar un gran espectáculo audivisual cada noche. El lago de la Expo, donde tenía lugar un gran espectáculo audivisual cada noche.

El lago de la Expo, donde tenía lugar un gran espectáculo audivisual cada noche. / EFE

En el 92 el sevillano de Bellavista Felipe González Márquez llevaba diez años en la presidencia del Gobierno. Le regaló el AVE a su ciudad, que pasó de África a Europa. Un año antes de la Expo, hubo elecciones municipales. Se ponía fin a ocho años de mandato de Manuel del Valle, el alcalde que asumió las obras de la ciudad para una Exposición Universal. El PSOE presentó como candidato a Luis Yáñez, uno de los que más peleó para que la Exposición viniera a Sevilla. Fue el más votado, pero la alianza entre andalucistas y populares le dio la vara al andalucista Alejandro Rojas-Marcos.

Entre el 20 de abril de 1992, fecha de su inauguración, y el 12 de octubre, día de su clausura, la Eta ‘sólo’ cometió seis atentados con víctimas mortales. Un año antes, en el mismo periodo de 1991, la banda terrorista asesinó a 29 personas, incluidas las víctimas, una buena parte niñas, del atentado contra la casa-cuartel de Vic. A esa drástica reducción contribuyó que el 29 de marzo la colaboración de la Policía francesa y la Guardia Civil española permitió la detención de tres miembros de la Ejecutiva de Eta reunidos en la población francesa de Bidart.

Alemania derribó el muro de Berlín y Sevilla derribó el muro de Torneo, un dogal ferroviario que impedía disfrutar de lo que había al otro lado de la calle Torneo. La Expo tuvo un comisario fugaz, visto y no visto, el arquitecto barcelonés Ricardo Bofill. Descartado por la presión de la sevillanía, Felipe González se acordó de su profesor de Derecho Mercantil y nombró comisario al catedrático Manuel Olivencia. Fue él y su equipo los que transformaron un erial inmundo, previas negociaciones con la familia de Queipo de Llano propietaria de los terrenos, en un lugar que visitarían millones de personas y que sería la punta de lanza de nuevas tecnologías, desde la telefonía móvil hasta la fibra óptica.

Si en el 29 se produjo un pulso entre el arquitecto Aníbal González y Cruz Conde, hombre fuerte de Primo de Rivera, en la Expo del 92 el duelo fue norte-sur: dos conceptos muy distintos representados por el rondeño Manuel Olivencia y el montañés Jacinto Pellón, un ingeniero de caminos que entró como un elefante en una cacharrería, pero le dio el impulso necesario y superó los muchos obstáculos. Uno de ellos, el incendio del pabellón de los Descubrimientos, destruido por las llamas el 18 de febrero de 1992, dos meses y dos días antes de la inauguración.

La Expo necesitaba un símbolo. Diez años después del Mundial de Naranjito que ganó la Italia de los goles de Paolo Rossi y los saltos de Sandro Pertini, Pedro Tabernero propuso al ilustrador checo Heinz Edelmann, el padre de Curro, la mascota de la Expo, coetáneo del Cobi olímpico de Mariscal, que se convirtió en un icono inseparable del certamen, como el Gambrinus que treinta años después sigue cual grumete en el velamen del pabellón de la Cruzcampo. La Expo trajo las colas (Canadá, Mónaco, Marruecos), pabellones hechos por arquitectos de culto, como el de Japón (Tadao Ando) o por estudiantes de Arquitectura, como el de Finlandia. 

Vinieron jefes de Estado como Fidel Castro o Lech Walesa y reinas del corazón como Diana de Gales y Carolina de Mónaco. Se estrenaron tres películas sobre Colón. El Curro eterno de la ciudad hizo el paseíllo en la Maestranza el Domingo de Resurrección con Paula y Paco Ojeda. No pudo ver cumplido en ese mismo escenario el sueño de Salvador Távora porque el 1 de julio de 1992, en el ecuador de la Expo, murió Camarón de la Isla. La leyenda del tiempo. 

Tags

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios