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Javier Aracil: "Las escuelas técnicas se han multiplicado hasta la saciedad"

  • El catedrático emérito de la Escuela de Ingenieros de Sevilla acaba de publicar el libro ‘Añoranzas y Desengaños. Una vida en una escuela de ingenieros’

  • Es una obra editada por la US en la que recuerda el origen y evolución de este centro universitario

Javier Aracil mira por la ventana de su chalet en el barrio sevillano de Santa Clara.

Javier Aracil mira por la ventana de su chalet en el barrio sevillano de Santa Clara. / Juan Carlos Vázquez

–¿Cómo surge la idea de publicar este libro?

–He decido escribirlo por una conjunción de circunstancias. Porque soy de los pocos que quedan vivos de los que gestaron la Escuela Técnica de Ingeniería y, de ellos, el que mayor experiencia tuvo en ese proceso. Y segundo, porque me he jubilado y dispongo de tiempo para hacerlo.

–¿Ha cambiado mucho su localidad natal, ese Alcoy industrial de su infancia?

–Bastante. Ha cambiado por completo. Como ha ocurrido en muchas ciudades que en su día fueron industriales y ahora son ciudades de servicios. Algo similar a lo que pasó en Bilbao.

–¿En esta obra hace continuas referencias al profesor Puente. ¿Qué supuso para usted este docente?

–Eugenio Puente fue el primer profesor que conocí en la Escuela de Madrid que se dedicaba exclusivamente a la enseñanza, y que, además, había hecho una tesis doctoral en el extranjero. Debemos tener en cuenta que para mi generación, la de los 60, esto supuso un cambio radical en la enseñanza superior. Por aquel entonces no había profesores que se dedicaran sólo a la docencia y tampoco se hacía investigación técnica. Los que ya por entonces nos queríamos dedicar a la escuela, pues necesitábamos ejemplos. El más claro, en mi caso, fue Eugenio Puente, aunque fuera catedrático de Electrónica y no era mi especialidad. Fue más la imagen humana de cómo desarrollar la vida en la enseñanza superior que en una disciplina concreta.

–En el libro habla de sus viajes de juventud a París. ¿Sigue siendo aquella ciudad fascinante?

–También ha cambiado. Y como le ha ocurrido a Sevilla, se ha convertido en un parque temático de atracciones. La vida intelectual que tenía entonces se ha desdibujado completamente. El puesto de capital cultural del mundo se lo ha arrebatado Nueva York. Yo pertenezco a una generación que estudió más el Francés que el Inglés, pues el idioma galo se consideraba la lengua culta.

A Sevilla y París les ha ocurrido lo mismo. Se han convertido en parques temáticos de atracciones

–En el libro también confiesa que siempre tuvo más interés por la docencia y la investigación que por la práctica de la profesión de ingeniero.

–Es lo que he hecho. Yo cuando estudiaba lo que me interesaba era la vida universitaria. Lo tenía claro. Mis compañeros de curso me decían que era un chico “raro”, ya que no era lo habitual. Hoy, por el contrario, sí es mucho más normal que jóvenes que estudian una carrera piensen luego en matricularse en un máster o desarrollar parte de su formación universitaria en el extranjero. Eso en mis tiempos prácticamente no existía, principalmente, porque en el sector de los ingenieros no había paro y era una profesión muy bien retribuida.

–¿Cuál fue el motivo principal para implicarse en la creación de la Escuela de Ingenieros de Sevilla?

–Era prácticamente una obligación en la enseñanza superior de aquel tiempo. Los que estudiábamos en Madrid sabíamos que teníamos que hacer una estancia fuera y en Sevilla se presentó mi oportunidad. Cuando pude volver a la capital de España, ya no lo hice, me quedé aquí. Como yo desde un primer momento quise hacer carrera universitaria, después de Madrid, me vine para Sevilla. Y para siempre.

–Hábleme de la figura de José María Amores.

–Fue un ingeniero de su época, dedicado a Campsa. Sin tener experiencia previa en la enseñanza superior, asumió la creación de la Escuela de Ingeniería. Lo hizo todo desde cero. Desde el solar hasta el plan de estudios y la selección del profesorado.

Hubo falta de visión política tras el fracaso del proyecto para hacer la Escuela Politécnica del Sur

–Amores acabó renunciando. ¿A qué se debió su marcha?

–Lo que digamos respecto a eso son interpretaciones. Pero mi opinión es que el modelo de escuela que él representaba ya no tenía porvenir, y como hombre muy inteligente que era, se apartó. Las escuelas técnicas iban a ser absorbidas por la universidad. Hasta entonces pertenecían a los ministerios. Con la reforma de 1957 se alentaba a la investigación en las escuelas, por un camino distinto al que Amores tenía previsto hasta entonces.

–En el título del libro habla de desengaños. ¿Cuál ha sido para usted el mayor?

–El que no se crease la Universidad Politécnica del Sur. Si uno mira la Politécnica de Valencia y la de Sevilla, que fue anterior, se da cuenta de la falta de visión política que hubo detrás de este proyecto fracasado.

–¿Qué echa en falta de aquella Escuela de Ingenieros?

–Son dos tipos de escuelas completamente distintas. La de aquellos años era una escuela pensada para crear ingenieros elitistas, minoritarios y en la que no se hacía investigación. Sólo estaba enfocada al ejercicio profesional. En la actual, eso ha cambiado totalmente. Se hacen tesis doctorales, investigación y se colabora con la industria en proyectos conjuntos. La escuela necesita tener un pie en el mundo laboral, una relación que antes se lograba con los profesores que eran ingenieros de empresas y también daban clases en las escuelas. Ahora es la industria la que viene a las clases con proyectos conjuntos que en la época álgida tenían un presupuesto que rondaba los 20 millones de euros.

Una universidad telemática es un dislate. Es necesario el contacto entre alumno y profesor

–¿Qué posición ocupa Sevilla en las ingenierías?

–En España es una escuela de primera magnitud. Ha influido enormemente en el panorama industrial de Andalucía. Y no sólo en ese ámbito, también en la propia Universidad de Sevilla. Las cifras más altas de investigación se dan en esta escuela. Pero el no tener aquí una Escuela Politécnica me hace temer que todos estos logros vayan en detrimento y no se pueda mantener el estatus.

–Alertan de que la demanda para estudiar carreras técnicas decae cada curso...

–El problema es que se han multiplicado las escuelas hasta la saciedad. Otro condicionante es el haber convertido las escuelas de peritos en superiores, con lo cual el resultado es un número muy grande, que afecta a la calidad. De todas formas, en la Escuela de Sevilla no hay una bajada demasiado importante.

–Por cierto, ¿se imaginó alguna vez un curso como el actual, marcado por el Covid?

–Creo que la enseñanza va a cambiar. Como todo. El teletrabajo tendrá más futuro del que aparentemente pueda tener. Pero una enseñanza totalmente telemática es un dislate. Habrá que aprovechar todos los recursos tecnológicos, pero el contacto humano entre alumnos y profesores es esencial en la universidad. De lo contrario, se convierte en otra cosa.

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