Calle Rioja

La firma de Antonio Puerta en un balón que llegó a Polonia

  • Los Reyes de 2007, el año que murió el futbolista, le regalaron a Victoria, que ayer cumplió 25 años en su destino laboral de Cracovia, un balón firmado por la plantilla

El monumento de recuerdo a Antonio Puerta en la Ciudad Deportiva del Sevilla.

El monumento de recuerdo a Antonio Puerta en la Ciudad Deportiva del Sevilla. / Antonio Pizarro

Nació en Sevilla, pero estuvo a punto de hacerlo en Ayamonte, el paraíso soñado de sus abuelos. Fue el año de los Juegos de Atlanta. Victoria Caballero cumplió ayer 25 años, sus padres viajaron desde Sevilla, desde su casa de los callejones de la Macarena, a Polonia para celebrar el cuarto de siglo de su hija. Victoria trabaja en una empresa de videojuegos en Cracovia, muy cerca de la localidad natal de Juan Pablo II. Anteayer, 26 de agosto, se cumplió un nuevo aniversario del comienzo del pontificado de su predecesor, Albino Luciani, Juan Pablo I, el más breve de la Iglesia de Roma, 33 días, un día por cada uno de los años de Cristo. El último Papa italiano.

Victoria es muy futbolera. El dichoso Covid la obligó a viajar hasta Sevilla después de que lo hicieran Lewandoski y demás componentes de la selección polaca que empató con España en el estadio de la Cartuja. Antonio Puerta murió un día después de que Victoria cumpliera 11 años. Yo hice que sus destinos se cruzaran. Sus padres quisieron sorprenderla regalándole por Reyes un balón con la firma de todos los futbolistas del Sevilla. Había que hacer encaje de bolillos, porque el Sevilla de Juande Ramos viajaba hasta Zaragoza para jugar el mismo día de Reyes en La Romareda. Me dirigí a la Ciudad Deportiva del Sevilla con el balón de reglamento recién comprado para mi sobrina. Era la segunda vez que hacía ese ceremonial. Unos años antes viajé hasta el aeropuerto de Sevilla con un balón para que me lo firmaran los futbolistas del Betis, que viajaban a Tarragona para un partido de Copa. La gestión me la hizo Gregorio Conejo. Era para mi sobrino Antonio, bético de nacimiento. Me lo firmaron y recuerdo que en la librería de San Pablo compré Años de penitencia, el primer volumen de las Memorias de Carlos Barral, un título muy apropiado para la historia verdiblanca.

Para concretar este regalo de Reyes, la gestión la realizó Jesús Gómez, alma de la comunicación del Sevilla. Me coloqué junto a una puerta por la que saldrían todos de la ducha a sus vehículos. Parecía un aduanero. Es la única vez en mi vida que crucé algunas palabras con Antonio Puerta. Joven, cortés, educado, estampó su firma. Ninguno de los dos imaginamos que aquel chaval lleno de futuro no celebraría los Reyes siguientes, los de 2008. El 6 de enero de 2007, el Sevilla jugó en La Romareda. Perdió por la mínima. Los dos mejores del partido, Luis Fabiano y Diogo, fueron expulsados por emborronar su actuación con una postrera pelea de barrio. Puerta estuvo en el banquillo. De aquel partido siguen jugando Jesús Navas y Gerard Piqué, que tenía 19 años. Los dos degustarían la gloria del Mundial de Sudáfrica de una selección en la que llegó a debutar.

Fue la primera noche de Reyes de mi hijo Paco, con casi tres meses de vida. La noche del 5 de enero de 2007, víspera de aquel Sevilla-Zaragoza, fue apoteósica en Sevilla. Alguno de los tres monarcas de Oriente debía llevar entre sus presentes el balón para Victoria con las firmas de los jugadores de su equipo, del que sigue siendo incondicional allí en la tierra de Karol Woyjtila. En el cortejo epifánico, al rey Melchor lo encarnó el arquitecto Ángel Díaz del Río, que veía reconocidos los 75 años del Colegio de Arquitectos del que entonces era decano, institución nacida en 1931. Gaspar era Pepe Moya Sanabria, empresario de Persán, rey mago cotidiano los 365 días del año, ahora recordado con una glorieta cerca de la Sevilla emergente. El rey Baltasar, que un año antes recayó en el entonces presidente del Sevilla José María del Nido Benavente, fue Jesús Quintero, emocionado como cuando pregonó el Carnaval de Cádiz. Uno se imagina a sus Majestades como tres locos bajando por las colinas de Galilea con villancicos de Pink Floyd.

Antonio Puerta murió demasiado joven. El mismo día que Francisco Umbral, autor de las páginas más conmovedoras para la pérdida de un hijo, Mortal y rosa. Aquel Sevilla que perdió en el feudo de los Cinco Magníficos era el equipo imponente que entrenaba Juande Ramos, manchego de Pedro Muñoz. El mismo escenario en el que con Manolo Cardo en el banquillo debutó en el Sevilla Francisco López Alfaro, finalista de la Eurocopa 84, en un partido que pasó a los anales por los cuatro goles de Pintinho, sevillano de Brasil, como el poeta y cónsul Joao Cabral de Melo Neto. Victoria Caballero nunca ha olvidado aquel balón que le echaron los Reyes Magos. Ni yo esa oportunidad de ser paje de quienes engañaron al taimado de Herodes. La macarena de Cracovia que estuvo a punto de ser ayamontina estuvo de Erasmus en Leicester, ciudad inglesa donde hincó la rodilla su equipo del alma frente a un conjunto al que entrenaba un señor apellidado Shakespeare. Hay que contratar a Cervantes.

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