El gran empresario de la Sevilla del siglo XX
Este miércoles se cumplen cien años del nacimiento de Javier Benjumea Puigcerver, el ingeniero que emprendió con Abengoa la aventura empresarial más importante de la Sevilla del siglo XX.
Don Javier Benjumea Puigcerver, fallecido el 31 de diciembre de 2001, fue una de esas personas de las que una comunidad produce muy pocas cada siglo, y por comunidad no me refiero sólo a su querida Sevilla. Hoy, 14 de enero de 2015, se cumplen 100 años de su nacimiento, ocasión para una reflexión sobre su obra vital y su legado.
Don Javier estudió ingeniería en el Instituto Católico de Artes e Industrias, el ICAI también conocido mucho tiempo simplemente como "Areneros", por la calle madrileña donde se sitúan la escuela y los talleres. No finalizó allí sus estudios debido a la expulsión de los jesuitas durante la Guerra Civil, hubo de hacerlo en el Instituto Gramme de Lieja. Se originó entonces no sólo su competencia profesional, sino también una vinculación con esa escuela -fue presidente de su patronato- y con la Compañía de Jesús que permanecería durante toda su vida, culminada años después de su fallecimiento en 2001 con la creación de una Universidad Loyola en Sevilla, logrando sus descendientes la realización de su aspiración durante tantos años y no fue fácil, desde luego, el trámite para crear la primera universidad privada de Andalucía. Esa relación con la Compañía discurrió también por el apoyo a una institución importante, SAFA, las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, que presta un inestimable servicio de formación profesional para jóvenes carentes de recursos. Y es inexcusable mencionar la adquisición del Hospital de los Venerables Sacerdotes, hoy sede de la Fundación Focus-Abengoa.
Su vocación por la ingeniería no fue una singularidad en su familia. Sus tíos Rafael y Joaquín Benjumea Burín fueron ingenieros de Caminos y de Minas, respectivamente. Merece la pena detenerse unos instantes en estas dos personas para mejor comprender el entorno familiar, del que pronto faltó su padre, fallecido cuando tenía apenas 14 años. Rafael Benjumea Burín, titulado conde de Guadalhorce por Alfonso XIII, casó con Isabel Heredia Loring, nieta de Manuel Agustín Heredia, unos de los impulsores de la industrialización española en el siglo XIX y creador de los establecimientos de La Concepción (Marbella), los primeros altos hornos de este país, y la ferrería La Constancia (Málaga). Y su segundo apellido es sinónimo del comercio e industria malagueños de aquella época. El título de Rafael proviene de dos grandes obras que realizó en la comarca del Guadalhorce: el pantano del Chorro y una central hidroeléctrica, cuya casa del Ingeniero es precisamente aquella en la que siempre nos fijamos al poco de salir de Málaga. Ministro de Obras Públicas con Primo de Rivera, tuvo un papel muy destacado en el desarrollo de las redes de carreteras y ferroviarias y, sobre todo, en la creación de las Confederaciones Hidrográficas. Exiliado al comienzo de la II República, regresó a España a finales de los años cuarenta, siendo nombrado presidente de Renfe.
Su hermano Joaquín Benjumea Burín fue una persona de capital importancia. Ministro de Agricultura e interino de Trabajo tras la Guerra Civil, ocupó la cartera de Hacienda durante diez años (1941-1951) en unas condiciones difíciles de imaginar: unos ingresos fiscales escasísimos, una moneda sin valor como divisa y reducidísimas posibilidades de endeudamiento externo -se me hace inevitable añadir que era justo lo contrario que ahora-. Al final de su decenio en este ministerio le fue otorgado el Condado de Benjumea y fue nombrado gobernador del Banco de España, cargo que desempeñó con gran eficacia hasta su fallecimiento. En su tiempo de gobernador se produjo el Plan de Estabilización -eso sí que fue una reforma de verdad-, en el que el Banco de España tuvo un papel central, encarnado en la persona del Jefe del Servicio de Estudios, Joan Sardá i Dexeus, maestro de economistas. También en su tiempo, en 1954, y con su intervención se produjo la ansiada nacionalización de las minas de Riotinto, una intención del Régimen que había comenzado recién finalizada la Guerra Civil y que pasó por numerosos avatares. Fue el primer presidente de la Compañía Española de Minas de Riotinto, tras organizar el consorcio bancario capaz de aportar el capital necesario. En el consejo se encontraban su sobrino Javier y el primo hermano de éste, Carlos Sundheim, quienes tuvieron noticia de la disposición final de los ingleses a percibir un pago y a seguir formando parte del accionariado. Don Javier sería posteriormente presidente de la Española y aún habría luego otro Benjumea, Rafael Rafalo Benjumea Cabeza de Vaca, ingeniero de Minas, en la dirección de la posterior MRT como Consejero Delegado.
Habría de ser don Javier presidente también de Altos Hornos de Vizcaya, a mediados de los setenta, creador de Cementos del Sur, consejero de Industrias Subsidiarias de Aviación, de la Compañía Sevillana de Electricidad y de los bancos Urquijo e Hispano Americano.
Sirvan estos antecedentes familiares para demostrar que la ingeniería está en el ADN de la familia Benjumea y sirva la brevísima reseña de los puestos desempeñados en empresas ajenas a su gran creación empresarial, para preguntarnos cuál era el espíritu que animaba a una persona que podría haber hecho brillante carrera en la Administración o en la dirección de empresas industriales públicas o privadas. Qué le movió a instalarse en 1941 en un chalé de Heliópolis para intentar junto con un compañero de estudios y capital aportado por otros socios la fabricación de contadores de electricidad; una buena idea, pero imposible de realizar por las limitaciones a la importación de los materiales necesarios por lo que pronto hubieron de reorientarse hacia otras actividades en el sector eléctrico. Hoy a esta iniciativa se le llama emprendimiento, pero de siempre ha sido espíritu empresarial, el espíritu que las sociedades necesitan para poder desarrollarse.
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