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Metrópolis | Sevilla Napoleónica

Una guillotina para murillos y zurbaranes

  • Ocupación. José Bonaparte se trajó la Revolución Francesa. El 1 de febrero de 1810 se alojó en el Alcázar, que hizo Residencia y Museo. Coartada para el robo de obras de arte con ayuda del mariscal Soult, que se quedó en el Palacio Arzobispal

Turistas haciendo fotos en el Salón de los Embajadores del Alcázar.

Turistas haciendo fotos en el Salón de los Embajadores del Alcázar. / Belén Vargas

CATORCE de Julio. Se cumplen 230 años de la Revolución Francesa. Dos décadas después de la insurrección del 14 de julio de 1789, el Alcázar se convirtió en la Bastilla de la ciudad de Sevilla, que en cuestión de semanas pasó de ser la capital de la España libre a la capital de la España afrancesada. José Bonaparte, conocido como el Intruso, entró en Sevilla el 1 de febrero de 1810, precedido por los cuerpos de la división francesa del Mediodía comandados por el mariscal Jean de Dieu Soult, que se convertiría en el dueño de la ciudad.

¿Cómo se corporeiza la Sevilla napoleónica, como la llama en su libro el historiador ManuelMoreno Alonso? José Bonaparte, este emperador sin imperio –eso asegura la profesora Roca Barea en su imprescindible libro– se alojará en el Alcázar. En los salones góticos y mudéjares se instalarán los miembros de su gobierno. Como Pepe Botella y Soult “no se podía ver” (Moreno Alonso), el mariscal se alojará en el Palacio Arzobispal, para mayor oprobio de su retórica revolucionaria y anticlerical.

José Botella gobernará España por decreto desde el Alcázar. El mariscal, desde las estancias del obispo, procederá a dirigir el mayor latrocinio de obras de arte del que se tiene noticia. Por real decreto del propio José Bonaparte, párrocos, abadesas de conventos y hermandades están obligados a llevar al Alcázar todas las obras de arte. Con la sana excusa de darlas a conocer al público, la verdadera motivación “sería la de agrupar en un mismo lugar todas las maravillas artísticas de Sevilla, para hacerlas más accesibles a la hora de sacar las obras de la ciudad”, según afirma Rocío Ferrín Paramio, documentalista de Patrimonio Nacional, en su trabajo sobre el Alcázar Napoleónico publicado en la revista Apuntes del Alcázar de Sevilla.

De las 999 obras de arte depositadas en el Alcázar, cuando los franceses abandonan Sevilla el 27 de agosto de 1812, dos años y medio después de su llegada, han desaparecido 121. Entre ellas, 36 murillos, 29 zurbaranes, 16 lienzos de Herrera el Viejo, 14 obras de Alonso Cano, dos de Valdés Leal. Muchas nunca volvieron a Sevilla o lo han hecho en préstamo de museos o particulares.

Sevilla cambia el paso rápido de la ruta jacobea a la jacobina. En ninguna otra ciudad, dice Moreno Alonso, “se aduló con tal hipérbole la figura del Emperador, cuya onomástica se celebraba en las orillas del Guadalquivir con la misma alegría y entusiasmo que en el Sena”. Ilustrados como Marchena, Arjona o Alberto Lista se sumaron a los afrancesados. Hubo excepciones como Quintana, más próximo a los ingleses por su amistad con lord Holland, el mecenas de Blanco White en su destierro.

Visitamos el Alcázar con el profesor Moreno Alonso, que en el Jueves ha conseguido a precio de saldo un libro sobre la batalla de Waterloo, obra de Erckmann-Chatrian. El mariscal Soult peleó contra media Europa, incluidos hitos bélicos como Waterloo o Austerlitz. Sevilla fue un remanso de paz para él, donde más que un virrey actuó como un sátrapa. Organizaron bailes en la Fábrica de Tabacos, en el Archivo de Indias y en el propio Palacio Arzobispal. Las campanas de la Giralda repicaron en honor de los invasores, el Ayuntamiento fue a recibirlos al Prado de San Sebastián y en la Maestranza colocaron sendos retratos de Napoleón y de su hermano.

En los primeros días de estancia en Sevilla, José Bonaparte fue recibido en la Catedral, recibió en audiencia a los doctores de la Universidad, fue a caballo hasta Itálica, recorrió “los arrabales más pobres” y arengó a sus tropas desde el Alcázar, dándoles las gracias por “haber rechazado a los ingleses, salvando treinta mil españoles”.

El Alcázar, símbolo físico de la presencia francesa en Sevilla, aquel París en miniatura, está ahora rodeado por idílicos escenarios con apellidos franceses: el parque de Forestier, el palacio de los Montpensier. El espacio está lleno de referencias a la realeza, ninguna a la de estos invasores. En la entrada, Jorge, empleado del Alcázar, reconoce en Moreno Alonso a uno de sus profesores de Historia Moderna. El francés es uno de los muchos idiomas que se escuchan en el Alcázar. Ahora vienen en son de paz: son turistas de un país cuyas carreteras, abadías y viñedos aparecen en las retransmisiones del Tour de Francia. Los mariscales franceses se apellidan Zidane y Griezmann.

El Alcázar es el palacio real más antiguo en uso. El Intruso apenas dejó su impronta de invasor. Otros son los reyes que lo conformaron. El Palacio Mudéjar lleva el sello de Pedro I. Su amante María de Padilla da nombre a unos baños que a través de una fuente manierista comunican con el Jardín de la Danza. El palacio gótico lo alentó Alfonso X el Sabio con canteros burgaleses que respetaron el crucero almohade. Hay referencias a Carlos V, cuyo convite nupcial se celebró en este palacio donde consumó su unión matrimonial con su prima Isabel de Portugal. Existen referencias a Felipe II, hijo del monarca cuyas finanzas estudió al detalle Ramón Carande.

Entre las 47 estancias de este palacio de palacios, está el dormitorio de Isabel la Católica. La reina que funda en 1503 la Casa de la Contratación en el Salón del Almirante, así llamado por el Tribunal del Almirantazgo de Castilla, marinero en tierra. El salón donde el piloto mayor, Américo Vespucio, planificó con Magallanes la primera vuelta al mundo. El navegante portugués hizo más llevadera su estancia en Sevilla porque su paisano Diego Barbosa, que después sería su suegro, era alcaide del Alcázar. El mismo salón donde Juan de la Cosa creó el primer mapa-mundi.

Las diferentes familias reales dejan su huella en un edificio con dos millones de visitas anuales. El Patio de la Alcubilla huele a Wimbledon. También se le conoce como el patio del Tenis por acoger la pista de tenis más antigua construida en España, un deporte al que eran muy aficionados los miembros de la familia real. Felipe V, duque de Anjou, nacido en Versalles, nieto de Luis XIV, el primer Borbón de los anales, vivió en el Alcázar entre 1729 y 1733 y fue el mecenas que propició la llegada de una colección de cerámica al pabellón de la China. En el patio del Tenis, un texto de Cernuda en Ocnos que parece una fotografía de ayer mismo: “... Entre las copas de las palmeras, más allá de las azoteas y galerías blancas que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se erguía esbelta como el cáliz de una flor”.

Melissa lleva una bandera de España. Esta guía que pastorea a un grupo de turistas americanos, australianos, de la India, Gales y Escocia, parece simbolizar el final de la ocupación francesa. El Mar de Francia está señalado en el mapa de uno de los seis impresionantes tapices: Niza, Marsella, Arlès, Montpellier, Narbona. El Salón de los Tapices fue parcialmente destruido por el terremoto de Lisboa de 1755, medio siglo antes del seísmo político de la llegada de los franceses al Alcázar. En ese salón, el 21 de junio de 1982 se constituyó el primer Parlamento de Andalucía. Ese día Francia goleó en Valladolid a Kuwait en el Mundial de España. Ya sin Soult ni Pepe Botella, vinieron a Sevilla y en la tanda de penalties los eliminó Alemania en el Sánchez Pizjuán. Rummenigge le ganó a Platini.

El sincretismo cultural de Sevilla lo refleja un pequeño obelisco “en el noveno centenario de su triste destierro” (1091-1991) de Al Mutamid, el rey poeta. Hay curiosos préstamos: la puerta de Marchena, por la villa, no por el cura afrancesado, que el marqués de Vega Inclán compró en nombre de Alfonso XIII, o la portada genovesa muy próxima al despacho de la directora, Isabel Rodríguez, puerta procedente de la casa de los Condes de Gelves que después fue Hotel Madrid. El Alcázar fue la fonda de un huésped intruso, el primer okupa.

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