Un libro de Memorias en forma de tarta
Su nieto Alberto visitó Fronton, la villa francesa donde Pradilla vivió un destierro infantil

Sesenta y nueve años después, la historia de la Copa de Europa volvía a París. En la capital francesa nació en 1956, el año que se casan mis padres, el del Nobel de Juan Ramón Jiménez y el boicot de Franco a los Juegos Olímpicos de Melbourne. El Madrid venció 4-3 al Stade Reims y fichó al mejor de sus jugadores: a Raymond Kopa. Casi siete décadas después, el trofeo ha viajado por primera vez a la Ciudad de la Luz. Con un entrenador asturiano al que le partió la nariz Tassotti en el Mundial de Estados Unidos, hace ya más de tres décadas.
Su nieto Alberto visitó Fronton, la villa francesa donde Pradilla vivió un destierro infantil
He visto finales de la Copa de Europa en ambientes muy distintos: en un bar de Triana con Pepe Guzmán y otros centrañis; con unas amigas alumnas de Enrique Valdivieso; hubo una, la de 1980, la única que he visto en directo, la que disputaron en el Bernabéu el Nottingham Forest y el Hamburgo. Ganaron los ingleses, el único equipo, paisanos de Robin Hood, que ha ganado más Copas de Europa que Ligas nacionales. La final que el Barcelona perdió en Sevilla frente al Steaua de Bucarest de Lacatus y Piturca la vi en mi piso de la calle Cantabria del barrio de San Lorenzo recién operado de fimosis.
Pero nunca había visto una final de la Copa de Europa en la celebración del cumpleaños de un amigo que cumplía 101 años. Como los perros dálmatas de la película de Disney. Mi amistad con José Pradilla, uno de mis más cualificados lectores, se remonta a la víspera de que cumpliera cien años. Desde entonces nos hemos carteado por el buzón electrónico en el que se maneja a las mil maravillas. Nos hemos intercambiado novedades literarias y hasta me invitó a una comida de la peña sevillista a la que pertenece, de la que es por supuesto el socio más veterano. La presencia de don José me permitió ver la final entre el París St. Germain y el Inter de Milán. Era como un salvoconducto, porque su familia no es muy futbolera que digamos.
Fue una celebración extraordinaria: iban llegando sus cinco hijos, la mayoría de sus siete nietos y sus cinco bisnietos. Cuatro generaciones de Pradilla en una algarabía doméstica que tenía mucho de película de Frank Capra. Cogí el circular y me bajé en la Puerta de la Carne. Rodeé la sede de la Diputación Provincial, el antiguo cuartel, y el parque de bomberos situado frente al moderno mercado que se muere de vejez y de abandono. Volví a leer la placa de la casa natal de Pepe Luis Vázquez, nacido el 21 de diciembre de 1921. Tres años mayor que Pradilla. Porque mi amigo, que ya tiene un siglo y un año, es coetáneo de sus vecinos Pepe Luis (de 1921) o de Juan Arza (1923). Él nació el 31 de mayo de 1924. La Liga de fútbol empezaría cinco años después. Cumple años el mismo día que María Galiana. Muy cerca de la casa de Pradilla estaba la casa que aparece en el rodaje de Solas, la película de Benito Zambrano que ha programado la Filmoteca del Cine Cervantes.
Dos de los regalos eran libros. Le hizo mucha ilusión que le llevara un ejemplar de La última batalla, la novela crepuscular de Julio Manuel de la Rosa, las peripecias de un superviviente de la batalla de Stalingrado contada con un pulso de Pavese, de Camus. Está descatalogada. Me trajo un ejemplar su editor, Ismael Rojas, de Anantes, que me la llevó en bicicleta a la plaza de San Lorenzo el mismo día del cumpleaños de Pradilla.
El otro libro se lo regaló su nieto Alberto, uno de los dos hijos de Guillermo, el benjamín del quinteto de José Pradilla. Alberto trabaja en Barcelona en el CEAR (Centro Español de Ayuda al Refugiado), está casado con una ecuatoriana y ha viajado a la zona francesa donde su abuelo vivió un periplo de destierro infantil al final de la guerra civil. Lo que podía haber sido una pesadilla, este centenario lo ha convertido en un amasijo de pretéritas vivencias llenas de gratitud para la familia Cusinié, que entre otras cosas le enseñaron francés (aprendizaje que años después le sirvió para hacerse socio del Sevilla) y a montar en bicicleta.
Su nieto le muestra fotos de Fronton, la villa donde residió esos años José Pradilla. Señala la ventana por la que se asomaba en una casa que se conserva intacta. Le emocionó que su nieto le regalara un libro con canciones religiosas editado por la diócesis de Toulouse, ciudad que comparte con Hamburgo y Sevilla el liderazgo de capitales de la industria aeronáutica.
José Pradilla es padre de cinco hijos, tantos como los goles que el Paris St. Germain le marcó al Inter de Milán. Su familia parece un Consejo de Ministros, dominan todas las disciplinas. José, el primogénito, es arquitecto, y tiene mucho que ver con la funcionalidad de la casa en la que vive su padre, con la vista de un patio lleno de árboles que parece el camino de Guermantes de Proust; después nacieron Pilar, que ha ejercido la medicina, especialista en las extremidades, y Chelo, que pasó buena parte de su vida laboral enseñando en el IES Bécquer del Tardón. Eugenio Pradilla es juez, lo conocí por mediación de nuestro amigo común Rico Lara. Guillermo, el benjamín, es inspector de Hacienda. Estuvieron cuatro de sus nietos: Mercedes, Jesús, Guillermo y Alberto.
Al hombre que ha cumplido 101 años le gusta mucho leer y tiene un bisnieto que se llama Adonais. El fin de fiesta fue la llegada de las nicaragüenses que lo cuidan. Vinieron con Marcelo, el hijo de una de ellas, hablamos de Rubén Darío y de Carlos Mejía Godoy. Le trajeron una tarta hecha por una repostera venezolana que era una réplica dulcísima de su libro de Memorias, del que tendrá que hacer una reedición actualizada.
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