Retratos de la crisis

Una lucha de hormigón

  • Eduardo Unquiles ha tenido que ir vendiendo todo su patrimonio, el que no está aún embargado, para sacar adelante a su familia y tratar a su hija enferma después de que la crisis le golpeara sin piedad obligándole a liquidar sus negocios de construcción y acumular hasta 2,4 millones en facturas sin cobrar

Tiene hechuras y volumen de gran chef, pero todavía está aprendiendo a cocinar. Hace unos años se sentaba en los mejores restaurantes del país, donde ha descorchado incluso botellas de más de mil euros. Hoy despacha manzanilla a granel y corta platos de ibéricos a cinco euros en la abacería que ha montado en Los Palacios, su pueblo, para poder subsistir a la crisis. Pero a este empresario no se le caen los anillos: Eduardo Unquiles, de 58 años, ya sobrevivió a la orfandad sembrando arroz en las marismas del Guadalquivir cuando todavía era un niño de t años y, allí, en una casilla junto a la finca El Reboso, aprendió a ganarse la vida. Su habilidad con la maquinaria en trabajos de movimiento de tierra le valió el apodo de el Traílla y, aunque pudo ser futbolista, y de hecho jugó incluso en el Pegaso, su imperio se forjó en torno al mundo de la construcción. Un sector donde ha conocido varias crisis y ha sufrido más de una caída para luego volverse a levantar.

Pero ésta es distinta y no sólo por las perspectivas económicas, sino porque a ella se suma la enfermedad de Ana, la mayor de sus cuatro hijos, que está en Madrid tratándose de una enfermedad rara de la que sólo se conocen unos 200 casos en España. Su diagnóstico no ha sido reconocido aún por la Seguridad Social, lo que dispara los costes de su tratamiento. Y eso es una obligación que no entiende ni de embargos, subastas, pagarés sin fondos o intereses bancarios. Hoy su único interés es conseguir el dinero necesario para tratar a su hija de 30 años. Tres eventos solidarios le han ayudado en esta tarea, pero el reto sigue siendo difícil para un empresario generoso que nunca se ha mirado el bolsillo, sobre todo, para ayudar a los demás.

Unquiles recibe a este medio en su abacería. Apoyado en el mostrador repasa mentalmente los documentos que va a llevar al día siguiente al Defensor del Pueblo. Está desesperado. Abre el maletero de su coche -un BMW de alta gama del que aún no se ha desprendido porque no encuentra comprador- y muestra una carpeta del tamaño de una enciclopedia repleta de documentos sobre la enfermedad y el tratamiento de su hija. "Y ahí tengo otra con pagarés que todavía no he podido cobrar, documentos de pleitos y embargos... un lío muy gordo", asegura. Confiesa que alguna vez ha perdido los papeles ante algún proveedor. La deuda que le han dejado pendiente de cobrar supera los 2,4 millones de euros, y en ella se incluye por ejemplo al propio Ayuntamiento palaciego.

Eduardo Unquiles llegó a operar con 14 entidades, con las que tenía abiertas líneas de financiación. "Entonces te buscaban incluso para prestarte dinero y hoy les pido 10.000 euros para los tratamientos de mi hija y me dicen que no", lamenta atormentado tras haberse enterado de que tendrá que pagar unos 6.000 euros entre impuestos y la multa que le han puesto por no haber declarado a tiempo el dinero que tenía en un fondo de pensiones y que retiró antes del plazo previsto para afrontar las necesidades de su hija. Todos son inconvenientes hoy para un empresario cuya última inversión, en una fábrica de prefabricado, fue de más 300 millones de pesetas, esto es, casi dos millones de euros.

La crisis le está castigando con crudeza. Pero no es el primer golpe que recibe. Ya en los 90 se hizo con varias obras del trazado del AVE Sevilla-Madrid, tras las que le dejaron un pufo de 5.000 millones de pesetas. Pero resurgió de las cenizas y fue atesorando un patrimonio no sólo inmueble, pues llegó a coleccionar obras de arte, objetos de anticuario y hasta coches antiguos. No obstante, sus empresas han sido su principal activo: hasta cuatro ha llegado a tener en Los Palacios y en El Cuervo -de hormigones, prefabricados y transportes-, dando empleo a más de 140 empleados en sus mejores años. De los movimientos de tierra se pasó al cemento, montando varias plantas de hormigón que durante el boom del ladrillo llegaron a funcionar 24 horas al día. "Teníamos turnos, porque la producción no se podía parar, no dábamos abasto", explica mientras pasea por una explanada vacía donde llegó a tener hasta 25 camiones hormigonera, cuatro tráilers y cuatro vehículos bomba. Hoy sólo queda uno, que está embargado por una entidad bancaria. "Ahí está, yo le he dicho al banco que vengan a por él si quieren, pero que yo por ahora no puedo pagar más", explica.

Actualmente sólo tiene deudas pendientes por saldar con dos bancos por valor de un millón de euros. "En circunstancias normales eso no sería dinero para mí pero...", apunta tras atender por teléfono a un proveedor de dulces de Cuenca que quiere que distribuya sus productos caseros por Sevilla.

Unquiles siempre ha sabido buscarse la vida y disfrutar de ella. A pesar de su lucha difícilmente pierde el sentido del humor. "Mira, esa nave que hay ahí es de un vecino que tiene embargada también hasta a la mujer", bromea mientras se cruza por un camino con sus hijos, José Eduardo y David, de 33 y 25 años, que mantienen abierto Hormigones La Espartalera, hoy una planta fantasma. "Lo que sí tengo muy claro es que, si salgo de ésta, jamás volveré a tener una empresa grande con muchos empleados, sólo algo en plan familiar para mis hijos y mi mujer", explica mientras enciende la luz en los despachos de madera donde trabajaba con su familia años atrás y que hoy sólo acumulan polvo.

"Yo creo que he sido un buen empresario, he pagado los impuestos y nunca he defraudado ni engañado a un cliente", comenta señalando a la competencia desleal en el sector del cemento y el prefabricado como uno de los cánceres de la construcción. Unquiles explica que hay algunas empresas de la comarca que han entrado en este sector añadiendo aditivos al hormigón, para poderlo vender más barato, aunque con menos calidad, claro. "Yo nunca haría eso, no es mi condición", insiste. En los buenos años de la construcción de su planta salían al día unos 700 metros cúbicos de hormigón, que suponían unos ingresos de 35.000 euros diarios.

El palaciego presume de mantener una buena relación con todos sus ex empleados, y han sido cientos. Sólo es capaz de recordar un conflicto. "Los he mirado a todos por igual y he pagado el mismo sueldo a las mujeres que a los hombres, una media de 1.200 euros", comenta. En finiquitos e indemnizaciones, cuando fue cerrando empresas, empleó 400.000 euros.

Si algo ha aprendido en estos últimos años de crisis es que los políticos no quieren ayudar a los empresarios, asegura. Recuerda cómo el hoy ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en la última campaña de las generales, le garantizó personalmente que los empresarios tendrían ayuda. "Y todavía sigo esperando", critica.

En su juventud simpatizó con el Partido Comunista, "pero mi padre me dijo que si me veía pintando una hoz y un martillo en las calles... Lo dejé y desde entonces nada, no me convencen ni unos ni otros", asegura. Unquiles se viene abajo sólo por segundos. Saliendo de la planta de hormigón, da una vuelta por la fábrica de prefabricados, unas instalaciones sin trabajo que presta altruistamente a unos vecinos del pueblo: "Yo no tengo estudios, todo lo he ganado y perdido mucho sudor y nadie me va a quitar las ganas de seguir para adelante".

Su cultura de emprendedor siempre le ha salvado. Cuando la cosa está más baja en la abacería, llena el coche de chacinas, vino y dulces y los vende los fines de semana en la aldea del Rocío, donde tiene muchos conocidos: "Yo no paro, me busco la vida, estuve a punto de irme a Angola a buscar negocio hace tres años, pero fue justo cuando mi hija enfermó y ya no quise dejarla sola", explica.

De vuelta a su negocio, en la conocida como calle del duro, se encuentra con un vecino con quien está intentando montar un punto de reciclaje en el municipio, un proyecto que ya experimentó con éxito en sus terrenos, y con el que quiere además dar empleo. Ya han presentado la documentación y ahora sólo cabe esperar con la esperanza de que quienes mandan den una oportunidad más a empresarios como él que soportan una lucha tan dura como el hormigón.

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