Las mañanitas que cantaba el rey David

La Niña de los Peines, Caracol y Chicuelo fueron testigos de un cumpleaños muy singular.
La Niña de los Peines, Caracol y Chicuelo fueron testigos de un cumpleaños muy singular.

22 de septiembre 2009 - 05:03

EL Cachorro y el Dios de Palacagüina. La teología de la liberación, concepto acuñado por el sacerdote chileno Gustavo Gutiérrez, es una aportación genuinamente latinoamericana a la que por estos pagos le ha salido una variante trianera. En la calle se oían las mañanitas del rey David que Moncho y Monchito cantaban en el cumpleaños de Carolina, hija de Moncho, hermana de Monchito. Padre e hijo forman parte de un grupo de mariachis que ameniza bodas y otros eventos.

Completaban el cuarteto nocturno Alfonso, cirujano nicaragüense, y Armando, anestesista peruano. Carolina, hondureña de cuna, llegó a Sevilla siendo niña. Su madre, Edith, estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana y debería completar estudios en Moscú. Pero el amor, la estela de Ramón Gamero, Moncho, que se había venido a Sevilla a estudiar Música, cambió los planes de Edith. Del teléfono rojo: volamos hacia Moscú, la película de Kubrick que interpretó Peter Sellers, desvió el itinerario hacia Sevilla. Monchito tenía apenas seis meses.

La familia hondureña se estableció en Triana y Carolina se enamoró de un trianero. Manuel Ramos Corona es imaginero, aunque hubo quien pensó que tenía otro oficio. Hace unos días, unos clientes de Ciudad Real, una cofradía manchega para la que había esculpido un caballo, intentaron ponerse en contacto con el imaginero. El móvil que marcaron era el de Carolina, su mujer, que al descolgarlo estaba haciendo compras escolares en una papelería. Como se puso a hablar del caballo al que se le había partido una pata y quedó en comunicarle la incidencia a su marido, en la tienda pensaron que el verdadero oficio de Manolo Ramos Corona no era imaginero sino veterinario.

Hondureños, nicaragüenses, peruanos, una arquitecta argentina, "un montón de venezolanos", según el recuento de Carolina, anfitriona, que no celebraba su cumpleaños desde que en 1997 falleció su madre, Edith, la hondureña que cambió La Habana y su trasbordo moscovita por Sevilla y Triana. El número 40 figuraba en una tarta muy especial. Son los años que cumplió Carolina. La edad, decía Gil de Biedma, a la que empieza la nostalgia. La tarta tenía su historia. Para completar la representación continental, se la encargaron a unos confiteros mexicanos que en el centro de su creación reprodujeron a la divinidad maya del maíz. El producto autóctono que entró por el puerto de Sevilla para enriquecer una dieta europea que se había quedado anclada en fenicios, romanos y cartagineses. De Otumba se pasaba a esta noche festiva, americana y trianera.

Los amigos de Manolo y Carolina destacan la doble militancia de esta embajada, su capacidad de no renunciar jamás a sus raíces y a la vez entregarse a la tierra que les dio acogida. A sus costumbres y ritos, de tal forma que sin dejar de ser lo que fueron se hicieron macarenos o trianeros, béticos o sevillistas, chipioneros o ayamontinos, del mosto o de la manzanilla, de pañoleta o de trabajadera, del centro o del Aljarafe. Cuando cumplió años David, el varón de Manolo y Carolina, el Betis jugaba contra el Sevilla. En el cumpleaños de la madre, se enfrentaba al Albacete. La estadística funciona: en ambos casos venció el equipo verdiblanco, aunque en categorías diferentes.

Todas las mujeres que acudieron a la fiesta fueron agasajadas con un obsequio que contenía una leyenda: "La vida es un ratico". La fugacidad es la única medida de lo eterno. Faltaron las trompetas de la orquesta, que habían aprovechado que había feria en Carrión de los Céspedes. Teología trianera de la liberación, de Tegucigalpa a Alfarería. Debajo, las estatuas de Chicuelo, Caracol y la Niña de los Peines. Toreros y cantaores, dos gremios habituados con la mágica rutina de las temporadas americanas.

Mestizaje auténtico, matrimonios mixtos, legado de lo que empezó con un nombre referencial, La Tribu, que empezó a crecer, a multiplicarse. La doctrina Monroe, América para los americanos, tiene aquí una lectura transoceánica: América para los sevillanos. Sevilla para estos americanos que de noche cantaban las mañanitas del rey David apagando las cuarenta velas de aquella niña del Caribe que llegó a Sevilla.

En el taller del imaginero Ramos Corona es temporada alta. El otoño, que en Sevilla es una majestuosa primavera sin pregones, es la estación de los encargos. Una vez le contrataron un misterio para Villaviciosa y el resultado se lo llevaron a la villa asturiana en un camión de sidra El Gaitero. La noche del sábado, la Alameda volvía a ser navegable y en el muelle estaba atracada una flota de imaginarios galeones.

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