Los manicomios que sobreviven a la piqueta
Puntadas con hilo
La desaparición de Miraflores invita a reflexionar sobre la locura que mantiene hoy recluidos en psiquiátricos sin muros a muchos sevillanos, con memoria pero sin futuro.
SEVILLA perderá en unos meses uno de sus símbolos, el psiquiátrico de Miraflores. El manicomio, que ahora destruirá la piqueta, es un edificio abandonado desde hace más de 25 años que dejó de funcionar como hospital en 1984, al aplicarse la reforma psiquiátrica que prescindía de este tipo de centros sanitarios. En ese momento, en Miraflores había 900 internos que, poco a poco, fueron saliendo hasta vaciar el psiquiátrico. Y éste pasó a ser una casa de los horrores, un escenario de travesuras juveniles, grabaciones paranormales y hasta de películas.
El debate sobre el acierto de dicha reforma sanitaria todavía sigue vigente. La Diputación de Sevilla, propietaria del inmueble, tirará el antiguo manicomio pero hay muros que no se pueden derribar. Miraflores seguirá siendo sinónimo de locura para los sevillanos. Y éste es un mal que, lejos de erradicarse, contagia a la sociedad actual, sin ninguna alerta como la que avisa de los riesgos del ébola.
Los manicomios no son sólo edificios, arquitectura. Los manicomios son formas de atender a los enfermos. Algunos profesionales relatan que en éste, como en otros psiquiátricos, hubo un tiempo en el que los enfermos mentales se almacenaban y trataban como desechos. Otros niegan tal extremo y explican que, como todo en la vida, la medicina y sus métodos han ido evolucionando. El electroshock fue un pionero en Sevilla.
¿Qué pasó con los internos que fueron saliendo de Miraflores a mediados de los 80? Probablemente, una inmensa mayoría nunca dejó de vivir en un manicomio. Cambiaron la cama del hospital por la calle, por otras instituciones o por casas de familiares y siguieron cumpliendo su condena, igual de excluidos y, tal vez, peor considerados. La reforma psiquiátrica no supo dar una solución a este tipo de enfermos. Algunos fueron abandonados cuando llevaban media vida tutelados. Y otros han nacido cuando ya no existían manicomios y la merma de recursos públicos castiga a familias sin recursos, ni económicos ni humanos, a los que la enfermedad mental ha enterrado en vida.
Y todos siguen encerrados, aunque no haya muros. Y, por esto, hoy muchos añoran el manicomio al que algunas mujeres acudían acompañadas por alguna buena vecina los domingos para visitar a sus maridos y familiares. Ellas regresaban horas después a sus casas con el alma en paz. Hoy no hay paz para los locos. Ni los cuerdos. Hay enfermos de esquizofrenia, bipolares o con otros trastornos que acaban destrozando las vidas de sus familiares y también las suyas. Y familias desesperadas que deciden acabar con la de sus enfermos antes que dejarlos solos en el mundo.
¿Y para evitar estos casos hace falta un manicomio? No, hace falta que las instituciones comprendan que la locura es abandonar a estas personas. Los hospitales psiquiátricos ya están en los anales de la medicina. Miraflores fue referencia en tratamientos y también cantera de la reforma psiquiátrica. Y hoy sigue en pie en la memoria de muchos sevillanos. Los mismos que se indignan al saber que el edificio será demolido porque creen que meter la piqueta es también de locos. No sólo porque se destruye un emblema de la ciudad, sino porque desaparece sin alternativa y tras haberse barajado numerosos usos para una ciudad que, con cordura, echa en falta iniciativas.
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